Pedro de la Hoz
Dígase Bola de Nieve y aparece en la memoria el pianista negro con voz de persona, de griot del Caribe, paseando jubiloso por La flor de la canela o melancólico hasta la desgarradura en No puedo ser feliz. Paradojas del arte, este último tema hizo feliz a su autor, Adolfo Guzmán, que disfrutó muchísimo escuchárselo no sólo a Bola sino a otros cantantes de nuestra lengua, como el chileno Lucho Gatica, el mexicano Pedro Vargas, la española Sara Montiel y los cubanos Esther Borja, Manolo Alvarez Mera, Xiomara Alfaro y Fernando Albuerne.
De seguro ahora estaría celebrando el centenario de su nacimiento –vino al mundo en La Habana el 13 de mayo de 1920– con la satisfacción de saber cómo la emblemática pieza ha pasado a formar parte del repertorio de la luso-canadiense Nelly Furtado, el brasileño Caetano Veloso, el cubano radicado en México, Francisco Céspedes, y el español Plácido Domingo.
La inspiración cuenta pero el oficio termina por inclinar la balanza. A la altura de 1954, Guzmán fungía como director musical de los espectáculos de la naciente televisión cubana en el canal CMQ. Se transmitían en vivo los programas y había que trabajar bajo presión en el montaje de revistas para el horario estelar del medio. En una de éstas estrenó No puedo ser feliz.
Guzmán narró las circunstancias y el papel de Bola en esa pequeña gran historia: “En el argumento del cuadro a representar, una muchacha mira a través de un cristal la figura del antiguo amado que se casa con otra. Sonaba la Marcha nupcial y de inmediato ella cantaba No puedo ser feliz. Bola me llamó para decirme que le había gustado la canción, pero debía quitar la marcha de la introducción. Así lo hice y Bola la reestrenó en el cabaret Montmartre. Fue un suceso”.
Esta tan sólo es una de las canciones que remiten a Guzmán al sitio de los grandes del género en la cuenca del Caribe durante la medianía del siglo XX. Por su refinada vocación melódica se codea con los mexicanos María Grever y Agustín Lara, aunque tiene más de un punto de contacto con la trova intermedia de su país, protagonista del movimiento del filin, tales los casos de José Antonio Méndez, César Portillo de la Luz y Marta Valdés.
Una de las más completas caracterizaciones de lo que representó Guzmán para la canción cubana se debe al compositor y musicólogo Hilario González, a quien Alejo Carpentier consideraba un hijo:
“Se destaca en la música de Guzmán cómo él transforma el tipo de melodía filinera que emana de la gran canción norteamericana y convierte la canción sentimental de ese corte en algo directamente emparentado con la canción tradicional cubana. Es decir, que partiendo de esa raíz que es la canción romántica, entronca con la gran trova cubana, con la música de compositores como Ernesto Lecuona y Eduardo Sánchez de Fuentes. Sin embargo, y a pesar de esa raíz, No puedo ser feliz, por citar sólo un ejemplo, está más cerca de Corazón, de Sánchez de Fuentes que de cualquier canción norteamericana. Adolfo tiene un manejo muy avanzado de la armonía. Es un creador de canciones de primera línea por el don melódico y el trabajo armónico que les imprime. Además, trabaja la orquestación formidablemente. Su instrumentación es superior. Por eso sus canciones suenan a música de concierto”.
Tales afirmaciones pueden corroborarse cuando se presta atención en el catálogo del autor a obras como Libre de pecado, Profecía, Es tan fácil mentir, Al fin amor, Llueve y Cuando pasan las horas. Delante y detrás de estos temas se palpa el dominio de código del romanticismo europeo –del lied alemán y la canción francesa– debida y sustancialmente articulado a la identidad insular y el espíritu de la época en que vivió.
Entre sus intérpretes favoritas estuvo Esther Borja, contralto que trabajó también exhaustivamente el repertorio de Ernesto Lecuona. Guzmán laboró en uno de los programas más exquisitos de la TV cubana, Album de Cuba: “El tiene un lugar preferente en mi corazón y en mi vida –confesó la artista en una entrevista–. La gente no es capaz de imaginarse lo que significa para un intérprete que un compositor le diga: A mí me gusta mucho como tú cantas mis cosas. Guzmán fue para mí no solamente el director de el Album de Cuba, durante muchos años. Fue un amigo”.
Un buen motivo para regresar a la obra de Guzmán se halla en el fonograma Libre de pecado, con el que Beatriz Márquez conquistó en 2018 el Gran Premio Cubadisco. Al presentar la obra, ella dijo: “Desde el comienzo de mi carrera, hace ya más de 50 años, tuve la oportunidad de conocer personalmente al maestro Adolfo Guzmán, quien dirigió la orquesta del entonces Instituto Cubano de Radiodifusión en algunas de mis participaciones en la televisión de esa época. Fueron esos momentos cuando conozco sus obras y comienzo a admirar y respetar su trabajo como compositor, realizando grabaciones de algunas de sus canciones en diferentes etapas de mi trayectoria. Hoy, en la madurez de mi carrera, siento una gran felicidad al poder homenajear a este importante músico que dejó una bella y difícil obra musical”.
No es fortuita una palabra colocada en la dedicatoria de Beatriz: felicidad. De eso va la huella que deja Guzmán en muchísima gente.