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Cultura

Sobre El rey viejo

Jorge Cortés Ancona

Una novela centrada en los últimos días de una muerte quizás no anunciada, pero sí latente, como fue la de Venustiano Carranza, aún en funciones de Presidente de la República, es El rey viejo, de Fernando Benítez.

Contada en forma de diario del abogado Enrique, un personaje ficticio, en relación a los hechos del 5 al 24 de mayo de 1920 y de meses posteriores, permite ver las vicisitudes y confusiones del traslado –o más bien, huida- del Gobierno Constitucional hacia un ilusorio refugio en Veracruz (“Los mexicanos no estamos hechos para las graves contingencias”). La burocracia federal que se desplaza en tren con sus libros de actas, documentos y el tesoro público, junto con militares leales y los cadetes del Heroico Colegio Militar.

El rey viejo se centra en hechos reales en cuanto a los sucesos acaecidos y su cronología, en ocasiones redactada en días posteriores, pero a la vez muestra las entretelas del entorno político de esos turbulentos años y situaciones imaginadas o soñadas, como cuentos fantásticos cargados de sarcasmo hacia los poderosos y sus mendicantes.

A través de las reflexiones del protagonista se comenta lo negativo de la política mexicana, las conductas incoherentes entre lo que se promete o propone y el cinismo de las acciones concretas. Mundo de adulaciones, servilismos, deslealtades, cambios de bando a conveniencia del momento. También reflexiones acerca de creencias constantes del mexicano, como lo es la relación entre el porvenir y las traiciones.

El futuro “siempre trae mala suerte. (…) Me pide usted que ahorre. ¿Cuánto podría ahorrar con el sueldo que gano? Dos pesos al mes, tres pesos y ¿de qué me serviría? No podría trabajar, ni dormir, ni vivir tranquilo, pensando en los ladrones. (…) Hoy estamos aquí, mañana en otro lugar. Cambiamos de dueño, de casa, de tierra, porque nada es nuestro, porque no hay nada que nos haga tener esperanzas. Así es nuestro país, señor Presidente: un país donde nadie trabaja para el mañana, un país sin esperanzas”.

El hecho histórico-político incide directamente en la vida personal y familiar de Enrique, sobre todo en la relación con su esposa y su pequeña hija. Es una toma de conciencia y de autoconocimiento que le abre perspectivas de lucha y recuperación luego de haber vivido las traiciones y cobardías que envolvieron el magnicidio del 20 de mayo de 1920 en Tlaxcalantongo, Puebla.

Novela de prosa límpida, bien estructurada, de ritmo pausado y con las costuras de su complejidad técnica efectivamente trabajadas. Muy “artística” respecto al prototipo de las novelas de la Revolución, caracterizadas por otro tipo de eficiencia narrativa. Novela que sabe mezclar los elementos imaginarios con los reales, dando lugar a una visión crítica de la política mexicana, de quienes la ejercen y de los que la sufren. Se perciben las dotes de historiador, etnólogo, periodista y hombre de cultura que fue Fernando Benítez.

Esta obra es valiosa en sí misma y a la vez deja ver su influencia en otros narradores mexicanos como Carlos Fuentes. Un clásico del Fondo de Cultura Económica, que desde su primera edición en 1959 ha tenido una segunda edición con 19 reimpresiones, contando hasta la del año pasado, además de las incluidas en otros proyectos editoriales.

Carranza es el Rey Viejo, o solo el Viejo, un hombre de carácter firme, austero y sereno, que va perdiendo la lealtad de gran parte de quienes le juraron adhesión, pero que mantiene la fidelidad a toda prueba de un grupo cercano de civiles y militares y de los jóvenes cadetes, que hubieran querido dar la vida por su líder.

Esta una novela concientizadora por su enfoque reflexivo, sobre todo de carácter ético y por su correlación entre el suceso histórico y la personalidad del narrador protagonista. Una de las maneras de adentrarse en el destino de triunfo y fatalidad de Venustiano Carranza y en las entrañas del poder en México.

Es amplia la bibliografía acerca del Varón de Cuatro Ciénegas desde diferentes ángulos y temas. También desde el punto de vista novelesco es notable la novela testimonial “Camino a Tlaxcalantongo”, de Ramón Beteta.

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