Ariel Avilés Marín
Periódicamente surge entre los humanos alguna mente superior a las del promedio, y estas mentes privilegiadas cambian el rumbo de la ciencia, del arte y, a fin de cuentas, el de la humanidad. En la antigüedad griega, mentes brillantes, sin el apoyo de instrumento alguno, pusieron las bases del conocimiento humano universal. Tales de Mileto descubre la electricidad y el magnetismo; Heráclito de Efeso descubre el eterno devenir de las cosas; y Leucipo con Demócrito, llegan al concepto del átomo de manera empírica y sencilla. Siglos después, Galileo descubre el movimiento de la Tierra y Copérnico que el Sol es el centro del universo. Colón, con su viaje trasatlántico, prueba la redondez del planeta. Así podemos seguir recorriendo el tiempo, incluso llegar hasta Guillermo González Camarena, nuestro gran inventor mexicano que revoluciona la comunicación con la televisión a colores. En este amplio universo encontramos a un individuo singular e incomparable, Leonardo da Vinci, artista plástico, científico brillante, ingeniero singular, y finalmente, una mente de una capacidad sin comparación alguna, al grado que, aún hoy, existen proyectos suyos que no se han podido realizar todavía.
Cuando hablamos de Leonardo, a nuestra mente acude en seguida su obra pictórica, La Monalisa al frente de toda ella, y juntas también, La Virgen de las Rocas, La Dama del Armiño, La Bella Ferroniere, o San Juan Bautista y el Niño Jesús. Y es natural, porque sin duda ninguna es su labor como pintor la que más fama cobró en la vida del artista. Su ejercicio de la pintura llevó aparejado una serie de prácticas y apuntes de un valor casi tan tremendo como el de sus pinturas. Muchas hojas al carboncillo o a la sanguina se exhiben con gran orgullo en más de un museo, de los más prestigiados del orbe. Para la ejecución de sus pinturas, en lo relativo a la figura humana, Leonardo estudiaba amplia y fehacientemente las partes del cuerpo humano y realizaba numerosos apuntes del mismo. Se guarda en archivos amplias colecciones de estudios de manos, pies, orejas, torsos, narices, ojos, y de casi cualquier parte del cuerpo humano; y de cada parte, varios tipos. Era un extraordinario observador de las figuras en movimiento, y en amplias láminas trazaba series de una figura desplazándose, apuntando cuidadosamente el más mínimo cambio entre una posición y la que le seguía. Por eso no es de extrañar la natural cotidianidad que tienen sus figuras en situaciones de plática, encuentro u otra situación de vida diaria.
Para entender esta precisión de su pintura y sus dibujos, hay que destacar otra importante faceta de la actividad de Leonardo, que aportó grandes conocimientos a la humanidad. Fue un profundo estudioso de una importante ciencia, auxiliar muy valioso de la medicina, la Anatomía. Y ésta la practicó Da Vinci más allá de lo superficial. Solicitaba, y obtenía, cadáveres para estudiar; a éstos les practicaba auténticas autopsias minuciosas para conocer a fondo el cuerpo humano y su conformación. Existen también apuntes de esta actividad. Manos cortadas, en cuyas muñecas se pueden apreciar arterias, venas y ligamentos. Torsos en los que se aprecian las vísceras con una precisión notable. Su famoso dibujo del cuerpo humano y su relación con la geometría lo coloca como un conocedor profundo de la anatomía. Todo este cúmulo de profundos conocimientos es lo que está reflejado en su genial pintura y es lo que le da una dimensión y proporciones incomparables. Si analizamos un desnudo de Leonardo, encontraremos cada cosa en el lugar preciso que le corresponde en la realidad del cuerpo humano. Sus brazos masculinos muestran venas y ligamentos realzados con una naturalidad que muy pocos tienen. Sus aportes al conocimiento de la anatomía lo colocan también como un destacado científico naturalista.
Una faceta más que hay que destacar es la de inventor e ingeniero. En este campo la labor de Leonardo fue más de proyecto, de concepción, de creación, más que de realización, pues las condiciones de la ciencia y la mecánica de su época distaban mucho de poder proporcionarle lo que necesitaba para realizar sus proyectos. Estos campos de la acción humana ponen a Da Vinci como un hombre tremendamente adelantado a su época; tanto que, muchos de sus proyectos se han llevado a la realidad varios siglos después de su muerte, y otros más son tan audaces y adelantados que hasta hoy no ha sido posible realizarlos, por no contar aún con los avances técnicos que requieren. En este plano, aporta los planos para la construcción del paracaídas, del helicóptero, del tanque de guerra, del submarino y otras máquinas más. Volar fue un sueño que llevó desde su niñez, por eso dedicó mucho tiempo al diseño de mil y un artefactos para elevar el vuelo por los aires, con absoluta libertad. No lo logró en su vida, pero el avión planeador es producto de los planos que él diseñó. Hay unos planos para la construcción de ciudades a prueba de inundaciones; éstos contemplan la posibilidad de que, con la ayuda de máquinas hidráulicas, se construyeran calles y puentes capaces de elevarse y evitar las corrientes de aguas desbordadas. Los planos fueron presentados a los gobernantes de Florencia y, desde luego, de Venecia. Todavía esperan la tecnología capaz de hacerlos una realidad.
Leonardo da Vinci, nació en Florencia, el 15 de abril de 1452, así que, al llegar el Renacimiento, nuestro hombre tenía cuarenta años, un hombre plenamente identificado con ese movimiento renovador de la humanidad. Fue hijo ilegítimo de un poderoso notario y canciller de Florencia, Piero Fruosino di Antonio, y de una joven campesina de quince años. El rico y poderoso abuelo paterno, Antonio da Vinci, entrega a la madre una cuantiosa dote para que se case con otro hombre y deje al niño a su cuidado y educación; la cual no fue tal como el abuelo había prometido, pues Leonardo siempre tuvo una muy mala ortografía y no sabía Latín, rasgos de una buena educación de la época. Definitivamente no tuvo una formación universitaria. Estas circunstancias nos hacen admirar más la enrome capacidad del individuo para concebir los proyectos que creó, y nos da noticia de una mente de un brillo y una capacidad excepcionales.
Leonardo da Vinci reúne en él al artista plástico de gran sensibilidad y destreza; al anatomista que, desafiando el obscurantismo de la época, se metió al interior del cuerpo humano para conocer sus secretos. Al físico, matemático e ingeniero que desafió a la naturaleza para vencer toda clase de obstáculos con máquinas de gran ingenio, capaces de realizar tareas no soñadas en su época. Reunió en él tantas áreas del conocimiento, tantas destrezas del ser humano, que no tiene antecedente ni comparación con los personajes más brillantes de todas las épocas. Por todo esto, podemos decir que Leonardo da Vinci es la mente más brillante del género humano.