Ivi May Dzib
II y última
El primer día de vacaciones obligadas, el primer día que he tenido que estar conmigo después de tanto tiempo, porque me había olvidado de muchas cosas, cosas que ahora me parecen muy insanas, incluso insulsas. Por la tarde después del almuerzo, el cual preparé yo mismo y que me tomó más de tres horas, me puse a ver el televisor y, para mi asombro, descubrí que había cosas de la programación que no habían cambiado. La última vez que vi el televisor tenía 16 años, ahora han pasado más de veinte y mucha cosas siguen siendo las mismas, la programación se repite como si la población estuviera condenada a soportar los mismos chistes, los mismos conflictos de una realidad que en nada se asemeja a la nuestra, de ahí que uno entienda cómo es que la gente se preocupa por las mismas cosas y aspira a la misma forma de vestir, de comer, de amar, de divertirse.
Dicen que la televisión es el mejor sedante, pero a mí lo que me produjo fue angustia, porque no estoy acostumbrado a perder mi tiempo de esa forma, siempre he pensado que el tiempo es demasiado valioso por lo que hay aprovecharlo al máximo, y me miro ahora, en la sala de mi casa esperando que caiga la noche para poder ir a mi cama y dormir, aunque esta vez siento que no me lo he ganado.
Gracias al tiempo que tardé en preparar la cena llegó la noche sin que me diera cuenta, tomé un libro pensando que eso sería una forma amena de consumir mis alimentos, pero sentía que no pasaba algo, que la historia iba a ninguna parte, llevaba tres páginas y sólo se describía el estado de ánimo de un hombre solo; decidí hacer a un lado el libro y me dispuse a cenar en silencio. Miraba hacia la ventana y la calle estaba solitaria, alguna que otra persona pasaba y miraba extrañada hacia mi casa, porque a esa hora la luz estuviera prendida; al parecer no era el único que veía en la atmósfera demasiada extrañeza. Definitivamente las cosas han estado cambiando.
Me preparo para dormir, me baño de nuevo, me masturbo, en el refrigerador me queda un paquete de seis cervezas, me tomo las dos de rigor y voy a la cama. Me acuesto y, por primera vez en muchos años, me tomo el tiempo para poder pensar lo que hice durante el día y la angustia vuelve a mí. ¿Merezco lo que me están pagando? ¿Cómo es posible que le empresa desperdicie mi talento y no utilice mis habilidades? Me pasé gran parte de mi vida encerrado en ese lugar, el cual gracias a mí salió adelante, como para que ahora me digan que no necesitan de mis servicios ya que están ante una circunstancia inédita. Entonces me pregunto quién de los que están en la empresa merece quedarse y quién irse a su casa. Voy haciendo un recuento de todo lo que he hecho por la empresa, de lo que la empresa ha hecho por mí, recuerdo mis mejores días, los peores, y así hasta que sin darme cuenta son las seis de la mañana, por lo que decido no dormir, porque a las siete es la hora del baño, de preparar el desayuno, de vestirse. Me quedé dormido, así, vestido después del baño, mientras empezaba mi segundo día de vacaciones.
Ha pasado un mes, hoy se cumplen los treinta días y todo se ha ido al carajo. Nadie vende ya cerveza, empecé a fumar, llamo todos los días a mi trabajo pero nadie contesta, mi jefe no me devuelve las llamadas, ahora me despierto a la una de la tarde y me duermo a las cinco o seis de la mañana, ya no distingo los días, ya no tengo fuerzas para hacer algo más que no sea comer, dormir, ver televisión y sentarme en el sillón pensando en todo lo que podría aportar a la empresa si ésta me llamara. A pesar de que oficialmente han cerrado el negocio, yo estoy seguro de que todavía siguen laborando en la clandestinidad, la semana pasada intenté entrar y violar los sellos que decían clausurado pero la Policía me lo impidió, no me encerraron pero me advirtieron que no me volviera asomar por allí. Quiero volver a trabajar, ser el mismo; dentro de mí esta la calma, la calma de que volveremos a trabajar, a todo esto, todavía no les he dicho qué es lo que hago y por qué es tan importante...