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Cultura

La belleza de Gloria Marín

Fernando Muñoz Castillo

Reivindico el espejismo

de intentar ser uno mismo,

ese viaje hacia la nada

que consiste en la certeza

de encontrar en tu mirada

la belleza…

Eduardo Aute.

Uno de los rostros más bellos del cine mexicano, aparecido en los años 30 del siglo pasado, fue el de Gloria Marín, y surgió en el momento en que:

“Los agigantamientos de la pantalla desembocaban en otra percepción de la vida cotidiana. El retrato fotográfico ha sido certificado de identidad: así se es un instante preciso, así nos recordaremos a nosotros mismos, así es la familia, y así transcurre, en cauda de secuencias inmovilizadas, la vida. A la vez, el infinito de la pantalla es tropel de expectativas para quienes cada vez saben menos de santos y sólo conocen datos sueltos de los héroes (…).

¿Qué tan valiosas son en la primera mitad del siglo las prácticas del close up? Imposible precisarlo, aunque el cambio de mentalidades y el proceso secularizador se enriquecen con la desmesura de los rostros que, en la pantalla, se vuelven hazañas del bien y la belleza o, ni modo, trampas mortales. El tamaño mismo de la pantalla, que le concede a los rostros dimensiones extraordinarias, genera una revolución en el comportamiento bajo la doble presión del cine norteamericano y el mexicano”.1

Fue así como Gloria Marín, ex tiple de teatro, fascinó al principio más por su belleza que por su histrionismo al espectador, ¡y cómo no iba a ser así!, volvamos a revisar este rostro desde sus inicios: pómulos que dan perversión e ingenuidad, ojos morunos de largas pestañas que brillan y centellean como estrellas enmarcadas por unas cejas pobladas, labios perfectamente delineados que guardan siempre algún mohín de morbidez o picardía… Por si fuera poco, posee una figura armoniosa y femenina: hermosos y acariciables hombros; manos donde las uñas largas y pintadas de rouge lucen bien.

Aquí habría que recordar que a Lupe Vélez, cuando filmó en México, le pareció que sus compañeras mexicanas de set cinematográfico estaban un poco mal maquilladas, a ella que era el sinónimo de la máscara de alguna diosa bella y perversa de Bali… lo cual nos hace reflexionar que la belleza de nuestras estrellas del cine mexicano era realmente belleza, sin ardides, ni trampas.

La industria nacional no contaba con la parafernalia de la industria hollywoodense para transformar con cirugías y con maquillaje a sus diosas del amor.

En 1945, el reportero de la revista México Cinema escribió:

“Gloria Marín, altivez en contraste con femenina gracia. Artista que sabe ser delicadamente ingenua –Historia de un gran amor– o irresistible sensual –Crepúsculo–. Estrella de primera magnitud en el firmamento fílmico de México”.2

Crepúsculo

Fue tal vez con María Félix, la otra actriz a quien el público siguió a pie juntillas todos sus romances, tomando a veces partido a favor o en contra. La pareja que formó con Jorge Negrete es de las más recordadas, así como sus descalabros, separaciones, infidelidades (de ambos, reconciliaciones…

Gloria vivió libremente sus amores y su affairs, los acató, nunca los escondió, pero tampoco los cacareó… simplemente eso: los vivió y gozó.

“Estoy contenta y conforme con lo que he hecho, con el rumbo que marqué en mi vida. Soy humana y, por lo tanto, cometo faltas y errores, porque ‘es de humanos errar’. Sin embargo, si volviera al punto en que tuviera que decidir lo que habría de ser mi vida, tomaría el mismo camino que hasta ahora he seguido, pero siempre con la valentía de que fuera capaz mi espíritu”

En una de sus últimas entrevistas, la concedida a Cuadernos de la Cineteca Nacional No. 5, declaró:

“(…) siempre he creído que la belleza física que lucía en la pantalla no era mía en gran parte.”

A pesar de los reparos en su propia belleza, es un placer que deleita al espectador, así lo atestiguan: La gallina clueca (1944), Crepúsculo (1944), Bel ami (1946), Rincón Brujo (1949), Un gallo en corral ajeno (1950).

Y su belleza perdura y asombra en sus últimas películas: Las visitaciones del diablo (1967), Mecánica Nacional (1971), En la trampa (1978).

Gloria es uno de los ejemplos de la maravilla del cine, porque como escribe Juan Manuel Torres:

“Toda imagen encuentra en el cine su repetición, porque si éste es algo más que el simple lenguaje de las imágenes es, prodigiosamente, el terreno inviolable donde cobran sustancia.

”No hay mejor forma para plasmar los sueños. Mucho menos cuando el ser soñado es una mujer. Una mujer en todas las actitudes con todos los sentimientos posible, tanto de amor como de destrucción”.3

Notas

1 Carlos Monsiváis. Rostro del cine mexicano. Américo Arte Editores, México, 1993, p. 11

2 Cálida belleza de Gloria Marín. México Cinema No 37, México, 1945.

3 Juan Manuel Torres. Las divas. Dirección General de difusión Cultural UNAM, México 1962, p. 8

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