Luis Carlos Coto Mederos
Juan Francisco Manzano
Nació en La Habana en 1797. Era esclavo negro de la marquesa de Jústiz de Santa Ana, por lo que recibió el apellido del esposo de ésta, Juan Manzano, si bien fue hijo de María del Pilar, una de las esclavas predilectas de la Marquesa, y de un mulato esclavo de la casa, Toribio Castro, famoso por sus habilidades con el arpa. De niño recitaba de memoria sermones, el Catecismo, loas y entremeses aprendidos en las misas y representaciones de ópera a las que asistía acompañando a sus amos, que se portaban benévolamente con él y le permitían corretear por la casa. Su suerte cambió al morir la dueña y pasar al servicio de su pariente, la marquesa de Prado Ameno, quien eliminó todas sus prerrogativas y lo trató con crueldad.
Antonio López Prieto nos dice en “Parnaso cubano” “La diferencia básica entre Manzano y los demás escritores contemporáneos suyos radica en su condición de esclavo. Esto lo hizo pasar por las manos de varios amos, algunos de una refinada maldad. Por su origen, le estaba vedado cultivar la literatura, pero una férrea vocación le hizo vencer los muchos obstáculos que encontró. Con la ayuda de algunos escritores blancos, consiguió publicar sus versos, y una colecta le permitió por fin comprar su libertad. A instancias de Domingo del Monte escribió su autobiografía en 1839, cuya primera parte fue traducida al inglés y vio la luz en Londres como un alegato contra la esclavitud (la segunda parte se perdió en las manos de uno de los copistas cubanos)”.
1855
Treinta años
Cuando miro el espacio que he corrido
desde la cuna hasta el presente día,
tiemblo, y saludo a la fortuna mía,
más de terror que de atención movido.
Sorpréndeme la lucha que he podido
sostener contra suerte tan impía,
si tal llamarse puede la porfía
de mi infelice ser, al mal nacido.
Treinta años ha que conocí la tierra;
treinta años ha que en gemidor estado
triste infortunio por doquier me asalta.
Mas nada es para mí la cruda guerra
que en vano suspirar he soportado,
si la calculo ¡oh Dios! con la que falta.
1856
A la ciudad de Matanzas
después de una larga ausencia
Testigo un tiempo, campo venturoso,
de tu maleza fui: manglar y uvero
en ti mecerse contempló el viajero,
que frecuentó tu seno montuoso.
Ya en vano busco desde el puente añoso
tus uvas, mangles, y el pajizo alero
de la abatida choza, do el montero
su indigencia ocultó, mendigo, ocioso.
Todo despareció: tu plaza crece,
y a par huyendo, dejante poblado
selva, maleza y campesina sombra.
Tamaña variedad júbilo ofrece;
pues quien te abandonó tan desmedrado,
hoy con placer filial te ve, y se asombra.
Francisco Iturrondo (Delio)
Nació en Cádiz, España. Llegó a Cuba con su padre en 1815. Pasó el resto de su niñez en Trinidad (Las Villas), de donde se trasladó al valle de Guamacaro, en Matanzas.
Los sucesos políticos de 1820 en España lo conmovieron y fue desde entonces ardiente partidario del liberalismo.
Procesado por conspiración en 1824 y fue condenado por el gobernador de Matanzas. En 1827 fue desterrado.
Ese mismo año embarcó hacia Charleston (EE. UU.). Denegado el permiso para entrar en el país, se trasladó a España, desde donde obtuvo autorización para regresar a Cuba en 1829.
1857
Ocaso del sol
Sacudiendo la blonda cabellera
sumerge fatigado en occidente
el moribundo sol la roja frente,
de Almendares velando la ribera.
Su rica lumbre de oro reverbera
en el cerúleo piélago bullente;
y su postrer mirada refulgente
esmalta de zafiros la ancha esfera.
Blanca, dorada, purpurina nube
sobre su inmenso túmulo se mira,
que al oscuro zenit fúlgida sube;
cual se eleva sublime la memoria
de un magnánimo príncipe que expira,
siendo del pueblo la delicia y gloria.
1858
D. José María Heredia
¡Cisne canoro del cubano suelo!
¿Quién oyendo los ecos de tu lira
en llanto no se inunda, y no suspira,
y se eleva en espíritu hasta el cielo?
No es del ave de Jove el raudo vuelo
al tuyo comparable, cuando inspira
tu frente Apolo; y complacido mira
de amor y aplauso tu ferviente anhelo.
Mientras tu nombre alígera la Gloria
lleva al lumbroso templo de Minerva,
y en planchas de oro graba tu memoria;
la fama nuevos lauros te reserva:
émulo digno del sublime Tasso,
honor serás del índico Parnaso.
1859
A Dorilo y Desval
Vates sublimes, cuya docta frente
del Pindo tropical ornan las flores;
Y al oíros los tiernos ruiseñores
el canto acallan mélico-doliente.
Vosotros, cuya cítara valiente
embarga el corazón con sus primores;
ya celebréis los plácidos amores,
ya el sol brillante de la zona ardiente.
Vuestro célico cántico sonoro
las ninfas del palmífero Almendares
gratas escuchan en festivo coro.
Resuenan con su aplauso los palmares:
Y el sacro río sobre arenas de oro
vuestra gloria inmortal lleva a los mares.
1860
La ausencia
¿Y nunca dejaréis la margen bella
del límpido Almendar, donde orgullosa
la ceiba su vellón tremola airosa,
y el cocotero altísimo descuella?
¿Nunca en su arena vuestra noble huella
del Yumurí verá la ninfa hermosa,
ni en su plácida sombra deliciosa
de la tórtola oiréis la fiel querella?
En vano os pide mi amistad ardiente
al monte, al prado, a la espesura, al río,
dulces asilos de placer y calma.
Que la Náyade frena su corriente,
y sólo escucho entre el ramaje umbrío
los profundos suspiros de la palma.