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Cultura

Una Rosa de México

Pedro de la Hoz

Si a las 4:07 horas de la madrugada del miércoles 10 de junio, antes de despedirse del mundo, Rosalía Palet Bonavia, conocida por Rosita Fornés, hubiera tenido la oportunidad de repasar el abultado libro de su vida, de seguro podría confirmar la dimensión mítica de su leyenda artística y las profundas huellas que dejó en varias generaciones de admiradores.

Nació en Nueva York el 11 de febrero de 1923 y murió en Miami con 97 años cumplidos, donde residía temporalmente desde meses atrás. Pero fue cubana por nacionalidad, cultura y sentido de pertenencia. Y fue, de muchos modos también entrañablemente mexicana.

“México es mi segunda patria –dijo a este cronista en una conversación sostenida una década atrás–; y no lo digo para caer bien, pues allá me quieren como quiera, sino porque entre esa tierra y mi persona, entre el público mexicano y yo, entre sus vidas y la mía, hay tantas cosas hermosas compartidas que no olvidaré jamás y pienso los mexicanos tampoco”.

No por esperada –en los últimos días empeoró la insuficiencia respiratoria que padecía, por la cual volvió a ser hospitalizada– su muerte dejó de originar un impacto estremecedor. El 8 de junio por la noche, su yerno, el realizador y productor audiovisual José Antonio Jiménez, advertía: “Para todas aquellas personas que están preocupadas sinceramente por la salud de Rosita, les comunico que aunque esta sedada y estable en sus parámetros, su organismo no está respondiendo como en anteriores ocasiones y la tendencia no es positiva. Queremos ser muy sinceros y no crear falsas expectativas, pero en los días subsiguientes los médicos piensan que su total recuperación será muy difícil, aunque hay que aferrarse a la fe. Tiene atención medica esmerada las 24 horas del día”.

En la madrugada del miércoles, el propio José Antonio comunicó: “Hoy día 10 de junio falleció Rosita Fornés, una de las grandes artistas y gloria del arte cubano. Ella ya nos dejó físicamente. Ahora vivirá en la memoria de su público, familiares y amigos. Entrará esta vez, en el escenario universal con las estrellas como lentejuelas, irradiando con su luz, su nueva morada. Un coro de ángeles le acompañaran. Su voz nunca se apagará porque será la Eterna Diva. Gracias por tu legado”.

NACE UNA ESTRELLA

Nueva York, La Habana, España, marcaron el itinerario de la niña Rosalía antes de ser Rosita Fornés. Al estallar la asonada contra la República Española, la familia –la madre, separada del padre de la niña, casó con nuevo esposo, de quien la futura artista tomó el apellido Fornés para su entrada en ese ámbito– regresó a la isla antillana.

Con el nombre artístico de Rosita Fornés, el 12 de septiembre de 1938 obtuvo el primer premio en el espacio de aficionados La Corte Suprema del Arte, de la radioemisora habanera CMQ, al cantar la milonga La hija de Juan Simón.

Había definido su vocación. Recibió clases de prestigiosos profesores: Mariano Meléndez (canto), Enriqueta Sierra (declamación) y Margarita Lecuona (ballet). Lo demás vino por intuición, musicalidad innata y el ejercicio cotidiano sobre las tablas al lado de directores y primeras figuras del arte que le transmitieron experiencias y conocimientos.

Sobre esto dijo en una ocasión: “La gente me preguntaba si a mí me habían enseñado cómo moverme, cómo caminar sobre un escenario. La verdad es que no, yo lo hacía espontáneamente. Pero siempre tenía bien en cuenta lo que estaba representando. Hice montones de personajes. Unos se movían de una manera y otros de otra. Pero insisto: eso para mí era la vida. Me encantaba mi trabajo, subir al escenario era mi mejor momento. Y siempre tuve la suerte de hacerlo frente a mucho público, siempre a teatro lleno”.

Contratada por su mentor artístico, el español radicado en Cuba, Antonio Palacios, hizo su debut teatral en 1941 en el Principal de la Comedia en la zarzuela El asombro de Damasco, del madrileño Pablo Luna. Ese mismo año el gran compositor Ernesto Lecuona la llevó a una compañía de arte lírico fundada por él donde intervino en La del manojo de rosas y Los gavilanes. De ahí pasó a la tropa de Miguel de Grandy, donde brilló en Luisa Fernanda, La viuda alegre, Las Leandras, La verbena de la Paloma y La Duquesa de Bal Tabarin, entre otras zarzuelas y operetas. Carrera imparable de una joven figura que a los 21 años recibió un reconocimiento por parte del Principal de la Comedia.

LA CONQUISTA DE MÉXICO

En 1945 viajó por primera vez a México, fichada por los estudios fílmicos Azteca. Ya en La Habana había debutado en el cine, con Una aventura peligrosa, del pionero de la industria cubana, Ramón Peón, en 1939, pero México significaba una propuesta interesante. El deseo fue una adaptación de la novela del alemán Hermann Sudermann bajo la dirección de Chano Urueta. Contó en el reparto con Emilio Tuero, Tina Romagnoli y José Goula, entre otros actores: un drama en el que dos hermanas disputan el amor de un joven norteño.

Regresó a La Habana y fundó la Compañía Rosita Fornés, que llevó varias piezas, dramáticas y ligeras, al Principal de la Comedia. De visita en La Habana, el empresario, director artístico y escritor argentino Roberto Ratti la contrató en noviembre de 1945 como primera vedete de la Compañía de Revistas Modernas, que debutaría en diciembre de ese año en el Arbeu, de Ciudad de México, con el espectáculo Ritmos y canciones de América.

Entonces sí se ancló en tierras mexicanas; siete años inolvidables. Actuó y cantó en el Lírico y el Tívoli, alternó con Hugo del Carril, Libertad Lamarque, Toña la Negra, Pedro Vargas, Néstor Mesta Chayres, Tongolele, Ana María González y otras figuras de la época. En 1947 la Asociación de Periodistas de los Estados Unidos Mexicanos la proclamó Primera Vedette de México, y en 1949, Prensa Asociada de los Estados Unidos Mexicanos le concedió el título de Primera Vedette de América”.

Casada desde 1948 con el actor, director artístico y empresario mexicano Manuel Medel, ambos formaron compañía tres años después para actuaciones en Mérida e incorporaron a su colectivo a los notables cantantes líricos españoles Pepita Embil y Plácido Domingo (padre).

Del teatro a la pantalla: La carne manda (1948, dir: Chano Urueta), Cara sucia (1949, dir: Carlos Orellana), Mujeres de teatro (1951, dir: René Cardona), Del can can al mambo (1951, dir: Chano Urueta), Piel canela (1953, coproducción mexicano-española, dir: Juan José Ortega), El mariachi desconocido o Tin Tan en La Habana (1953, México, dir: Gilberto Martínez Solares), Hotel Tropical (1954, coproducción cubano-mexicana, dir: Juan. J. Ortega).

Ahí está el grueso de su producción fílmica, mayor incluso que cuando muchos años después en 1983, en Cuba, el director Juan Carlos Tabío la recuperó para el cine con Se permuta, lo cual le abrió las puertas a nuevas participaciones en filmes de la isla como Plácido (1986), Papeles secundarios (1989), Quiéreme y verás (1994), Las noches de Constantinopla (2001), Al atardecer (2001) y Mejilla con mejilla (2011).

LA ARTISTA TOTAL

El matrimonio con Medel fracasó y en 1954 Rosita se estableció nuevamente en Cuba con la hija de ambos, Rosa María Medel. La naciente televisión cubana le hizo espacio. En su primera salida por la pequeña pantalla, en el show Gran Teatro Esso, en CMQ-TV con la opereta La casta Susana, bajo la dirección musical del maestro Gonzalo Roig, el mismo de Cecilia Valdés, conoció a Armando Bianchi, su futuro esposo, valiosa figura del espectáculo fallecida en 1981 en un accidente en una playa al Este de La Habana.

Por décadas en Cuba protagonizó programas estelares, mientras alternaba en su carrera una activa participación en revistas de variedades, participaciones en festivales nacionales y extranjeros y, por supuesto, la escena lírica musical. Tras la entrada de los rebeldes a la capital cubana en enero de 1959 –tuvo noticias del hecho mientras giraba por España, por lo que adelantó la vuelta– se contó entre las fundadoras del Teatro Lírico Nacional.

Prácticamente nunca dejó de trabajar, ni aun cuando se despidió de la zarzuela con las puestas de Cecilia Valdés (1998) en el papel de Doña Rosa Sandoval de Gamboa y María La O (1999) como la Marquesa del Palmar, con la que coronó un periplo por la península ibérica.

Ella nunca dejó de sorprender ni de superarse a sí misma. Lo probó cuando en La Habana Nelson Dorr la dirigió en la pieza teatral Confesiones en el barrio chino, escrita por Nicolás Dorr especialmente para ella. El dramaturgo también la eligió para otras dos obras suyas, Vivir en Santa Fe y Nenúfares en el techo del mundo.

MÉXICO DE NUEVO

Pero entre tan fragorosa actividad, México quedó siempre como una asignatura pendiente a la que tendría que regresar. Estuvo unas semanas en 1960 que se fueron como si nada. En la primavera de 1976, la ida fue mucho más fecunda para reverdecer afectos y recuerdos. Presentación especial en el Canal 13, papel estelar en la puesta de Las cartas boca abajo, del español Arturo Buero Vallejo; comparecencia en el espacio Sábados con Saldaña y una temporada en el Teatro Blanquita. Visita reiterada en 1984 estelarizando un show de Tropicana que se presentó en el salón Los Candiles del Hotel del Prado, gira por algunos estados de la república y finalmente se presentó en el Auditorio Nacional del Distrito Federal.

Volvería en 1987, para filmar la coproducción cubano-mexicana Hoy como ayer, y hacer televisión; en 1990 con el unipersonal Reencuentro con México en el Teatro de la Ciudad; en 1993, con la obra del cubano José Milián, Para matar a Carmen acogida en la capital por Teatro Estudio Galerías, y en el 2000 a Veracruz, invitada de honor a la primera edición del Festival dedicado a Agustín Lara.

CAE EL TELÓN, SE

LEVANTA EL TELÓN

Alberto Alonso, el gran coreógrafo que tanto aportó a la Escuela Cubana de Ballet, calificó en su día a Rosita con palabras que valen para resumir su trayectoria: “Hay una palabra en inglés: performer (artista de gran oficio). En Rosita Fornés se resume esto, es una verdadera dueña de la escena. Y es así hasta tal punto que puede, en sus actuaciones, permitirse libertades que el público no aceptaría en otros artistas”.

El poeta, novelista y etnólogo Miguel Barnet, la celebró como “una ráfaga que como el cometa Halley dejará su polvo de iridio sobre este continente”.

De ella se ha escrito y se escribirá. Unos la tendrán en el recuerdo otros la descubrirán. Cae el telón y se levanta. Leyenda inacabada, el espectáculo continúa. La Rosa de Cuba y de México no dejará de florecer.

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