El máximo autor del romanticismo francés nació el 26 de febrero de 1802, en Besanzón. Junto a su magna obra, Los Miserables (1862), se encuentran Han de Islandia (1823), El último día de un condenado (1829), Nuestra señora de París (1831), La leyenda de los siglos (1859), entre muchas otras composiciones líricas y narrativas, con una fatalidad sombría que las caracteriza. “Victor Hugo, padre trágico, escritor y enemigo de Napoleón III, consideraba que el poeta tenía un propósito qué llenar”, comparte con POR ESTO!, el catedrático de Lengua y Cultura Francesas en la Universidad Modelo, Carlos Eduardo Gómez González. “Estudiarlo, como hablar de él, es abordar a un genio de la humanidad”, afirma el maestro.
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“Desde niño mostró esa precocidad creativa”, dice Carlos. “Su madre, Sophie Trébuchet, era pintora y había nacido en Nantes, y el padre, Joseph Léopold Sigisbert Hugo, fue general del Primer Imperio Francés. Recibe el patriotismo de su padre y el carácter de su madre, cuyo lugar de nacimiento vio nacer el edicto de Nantes, versado sobre la tolerancia religiosa. Fue el tercer hijo de la familia, junto a Abel y Eugenia. Victor Hugo viaja a París con dos años de edad, viviendo ahí de 1804 a 1807. Irá a Nápoles, pero regresará a la capital francesa en 1809”. Escribe en su adultez: ‘tuve en mi rubia infancia, por desgracia demasiado efímera, tres maestros: un jardín, un viejo sacerdote y mi madre’, muestra de su sensibilidad”.
Entre las influencias de Victor Hugo, hubo un poeta que repercutió en él de gran manera. Fue el vizconde de Chateaubriand, François-René, quien impresiona al joven Hugo de 14 años, quien escribe, diciéndose a sí mismo: “Seré Chateaubriand, o nada”. Pronto, Victor Hugo recibirá premios por la Academia Francesa, así como en los Juegos Florales de Tolosa. “Con estos premios, convence a su padre de su deseo de dedicarse a las letras. Su padre quería que Hugo asistiera a la escuela politécnica”, explica Carlos Eduardo, quien continúa:
“Donde se refieran al ser humano, hay algo qué aprender. No solamente es Los Miserables, sino también sus primeras obras, como Nuestra Señora de París, donde mezcla lo sublime y lo grotesco, en particular en la persona de Quasimodo. En él conviene la grandeza del alma y la fealdad corporal. El libro, además, parte de una intriga histórico que permitió a Hugo documentarse sobre el París del siglo XV”.
Un pasaje poco mencionado de Hugo es la influencia de la novela negra, impulsada por Chales Nodier. “Esta vena la explotó en obras no muy conocidas, como Han de Islandia, en la que el héroe es un monstruo bebedor de sangre. También existe Bug-Jargal, que amplió en 1826. Son aventuras dramáticas influenciadas por Walter Scott”.
Las preocupaciones literarias de Hugo eran también sociales: “En Los miserables retrata aspectos de la sociedad francesa desde el segundo tercio del siglo XIX. Él habla de la fraternidad humana como una forma de apostolado. Desde 1845, meditaba en escribir esta obra, primero titulada Las miserias. Por otro lado, El último día de un condenado es una defensa sobre la vida humana, una crítica a la pena de muerte, común en su tiempo”.
Su poesía tiene varias vertientes. Quizá la más enigmática sea la que dio forma al tríptico compuesto por Dios, El fin de Satán y La leyenda de los siglos. Hugo, en el prefacio de éste, “declara que ha esbozado en la soledad un poema donde se refleja el problema único: el ser con su triple cara, es decir, la humanidad, el mal y el infinito”. En El fin de Satán, “Hugo nos muestra sus visiones cósmicas, el destino sobrenatural del príncipe del mal. El espíritu del mal posee a Nemroth, quien encarna la guerra, e inspira a los hombres el crimen por el cual hacen perecer a Cristo en la cruz. Pero el poder del mal no es eterno. El ángel de la libertad obtiene de satán un momento de arrepentimiento. Satán, perdonado, se convertirá en Lucifer, el arcángel de la luz. Hugo cambia toda esa visión que tenemos del diablo y del mal, invocando una angustia alucinante”.
SY