El maestro Jorge Luis Canché Escamilla no es un artista que requiera del silencio y la soledad para crear sus dibujos. Posee el difícil don de la concentración, así se encuentre en un antro irrumpido de la monótona arritmia vocinglera de un rapero o sentado en una mesa de café donde todo es discusión o pugilato, mientras él, bolígrafo en mano, traza sobre una servilleta, en su peculiar estilo, lo que su imaginación le dicta. El bolígrafo, fiel a los deseos del artista, se deja llevar por la mano mágica sin solución de continuidad: pueden ser círculos, líneas que convergen o no hacia un indeterminado punto; series de cuadros que se van alejando en perspectiva, curvas que se unen tratando de alcanzar una forma, triángulos que juegan el papel de intrusos en una composición de redondeces, y dentro de toda esa compleja abstracción lineal, no es difícil adivinar formas elementales que pretenden revelarnos siluetas de objetos o animales, o en fin, lo que nos sugiera nuestra propia imaginación o nuestra fantasía.
La manera de dibujar de Jorge Luis es harto extraña. Ya hemos dicho que su concentración es absoluta. Puede desatarse el diluvio sin que el fenómeno le impida interrumpir su labor: su trazo es continuo, seguro. En las charlas de café, todos platican mientras él dibuja. Sin embargo, según confiesa, su oído está atento a la conversación y podría, de por lo general, pedírsele, opinar sobre el tema de la charla que se está tratando. Pero nadie se atreve a interrumpirlo en su tarea. Su mano derecha parece divagar por sí misma, y los trazos van y vienen, se inclinan, se alzan, se curvean, se regodean sobre la servilleta, sobre el papel de estraza o sobre la cartulina. El bolígrafo o la pluma fuente cumplen su papel de maravilla y, de pronto, cuando ha llegado la hora de abandonar el café y marcharse a casa, Jorge Luis se saca de la manga el producto del día, un dibujo elaborado al azar, sin método, sin sistema, libre como la imaginación, libre como la fantasía.
Dos etapas del maestro
Con objeto de observar la trayectoria estética de Canché Escamilla y demostrar, a ojo de buen cubero, las trasformaciones que su arte ha sufrido, determinamos ceñirnos a las dos etapas que, según nuestra desvalida opinión, revelan trasmutaciones importantes en el estilo y la personalidad del ingenio de Jorge Luis. La primera comprende desde sus dibujos conocidos en 2001 hasta 2009; la segunda, de 2009 a 2017.
Etapa primera: 2001 - 2009
Los dibujos anteriores a este periodo devienen meros ensayos de los que con mayor habilidad nos expondrá de 2001 a 2009. A la inmensa mayoría de sus trabajos correspondientes a su primera etapa Jorge Luis se empeña en colmar sus espacios hasta el punto de ceñirse a un barroquismo sui generis. En una misma superficie ensaya, con fuertes y negros trazos, la cuadrícula, un sinfín de curvas arremolinadas, series de diminutos círculos tocados de un punto en el medio, líneas que se quiebran ad libitum y otros trazos inesperados que se apretujan y enclaustran en la composición (24-8-01).
Casi todos los dibujos siguientes evidencian este mismo patrón abarrotado, por ejemplo, aquél (02-5-03) pletórico de remolinos y trazos que sugieren caracoles, y de otros adornos que en su parte anterior nos sugiere (si queremos forzar la imaginación) la cabeza de un gato, que bien no podría serlo. Pero en otro de sus trabajos (09-6-04) el artista parece anticiparnos ideas del estilo que constituirá su segunda etapa: se trata de un dibujo despojado del pasado barroquismo característico de sus comienzos, en aras, no sólo de trazos más despejados, sino de una limpieza lineal y unos blancos que permiten respirar a la composición. Con todo, a poco retornará a sus formas churriguerescas.
Un par de ejemplos de ello los constatamos en los dibujos (10-2-06) y (3-11-05), en los cuales, sin menoscabar la innegable habilidad e ingenio del dibujante, observamos la acumulación de volúmenes de todo tipo en la espontánea estructura. En uno de sus trabajos, dos años más tarde (18-1-08) nos sorprende de nueva cuenta con un admirable dibujo alargado. Con cuatro o cinco espacios en su composición, una espontaneidad lineal y un número de trazos en los que creemos adivinar caprichosas configuraciones pisciformes.
Advertimos también el movimiento que da vida al conjunto. El mismo año produce una figura grotesca (20-4-08) a la que por primera vez señala un título, “Ataque”: se trata de un ave en pleno vuelo dispuesta a caer sobre su presa. Aquí no hay lugar para lo abstracto y todo nos parece natural: las garras del animal, sus alas extendidas, su recta cola, el rostro diabólico del ave y su agudo pico abierto y listo para devorar. Creemos que Jorge Luis se ha desentendido, por un momento, de su abstraccionismo acostumbrado para acercarse a lo figurativo, si bien de una manera un tanto surrealista. En realidad, no creemos que el dibujante haya pretendido pintar un ave, pero ya encarrilado, se fueron dando los involuntarios contornos avícolas, hasta presentarnos la intimidante imagen. Pero casos como este son extremos. Por diciembre del mismo propio año (02-12-08), el artista nos dispone una hermosa composición empleando posiblemente una lapicera o un lápiz suave; hay elegancia y nobleza en una imagen ricamente adornada que, vista verticalmente, nos parece un pájaro con las alas extendidas en el momento de descender de su vuelo. Por lo menos es lo que nosotros imaginamos. Pero esta ave de ilusorio plumaje en nuestra fantasía se empeñe en hallarle un parecido.
Hemos de señalar que entre los dibujos que tenemos a la vista del primer periodo (2001-2009) figura un pequeño número en colores, suerte de llamativos ensayos que evidencian la voluntad del artista de renovar sus ideas y ampliar sus horizontes. Sus esfuerzos, a base de constancia, rendirán frutos a partir del año 2010. Esto es en la segunda etapa de su recorrido por este subyugante arte de las formas puras expresado en los trazos accidentales dictados por su imaginación.
Etapa segunda: 2010 - 2017
Todo arte verdadero se reforma. Se rectifica, cambia, corrige, y su mutación busca definir su estilo. Y esto vale aun para los dibujos repentistas de Canché Escamilla, que se trazan sobre la rodilla y que carecen de plano de proyecto. En lo que toca a la segunda etapa dibujística, a la que, acaso arbitrariamente, hemos señalado los años comprendidos entre 2010 y el presente 2017, nuestro artista aduce una serie de trabajos más pulidos, extensos del barroquismo de su etapa inicial. Los caracteriza la limpieza de trazos y ya desde el primero que tenemos a la vista (28-6-10) nos admira su singularidad. Es claro: la evolución no puede ser repentina, y obsérvanse todavía ciertos vestigios de sus anteriores prácticas como ocurre en todo el espacio central del dibujo señalado, pero que acaso pretenda marcar la diferencia con el conjunto de trazos redondeados que lo rodea. Un dibujo que se nos antoja floral (03-8-10) es también ejemplo de la nueva manera de crear del dibujante. Es grato a la vista y, mirándolo, nos percatamos de un ingenioso detalle en su composición: cinco hojas que contrastan con otras entintadas y con el resto del conjunto, seguramente de naturaleza vegetal. El contraste es interesante. Alrededor de un año más tarde (13-06-11), el artista nos deslumbra con un estilizado dibujo, bello en su integridad. Dentro de su carácter abstracto nos es dable intuir la sofisticada efigie de un ave en el momento de levantar el vuelo. Y aunque los elementos formales del ave predominan, asimismo detectamos componentes pisciformes que tienen derecho a pertenecer al conjunto sólo por el hecho de haber surgido de la soberana imaginación del artista. Este dibujo es, per se, uno de los mejores ejemplos de la tarea renovadora de Jorge Luis en lo atingente a su segunda etapa.
Lo mismo vale decir para el enigmático dibujo fechado (14-7-011), dividido en cuatro partes a las que sólo enlaza su misterioso espíritu. De él podemos colegir la presencia de unas blancas siluetas del lado derecho, y más arriba tres más que pudieran serlo o no serlo. Hay otro trabajo (03-12-011), en el que sólo los contornos de la figura son negros.
Aquí imperan los espacios blancos in toto; al propio tiempo sentimos la impresión de movimiento intenso. El dibujo ha sido realizado en una servilleta. Sobre este mismo tiempo de papel el dibujante traza los tres siguientes: (03-11-012), (10-11-012) y (11-11-012), en los que aflora un número de blancos que relajan la vista del espectador y coadyuvan a lograr la claridad de los trazos. En el último de los señalados adivinamos, en lo personal, alas de aves y de quirópteros, formas serpenteantes, cabezas de pájaros extraños y colas de pescado.
De 2013 hay un par que se nos antojan sugestivos: el primero (13-6-013) evidencia la ya dominada seguridad del trazo del dibujante: el segundo corresponde una riqueza de imaginación y un original aireo en la disposición de las partes. Observamos la fluidez de las formas puras a lo largo de la composición que es limpia y goza de libertad y movimiento: el papel que aquí juegan los blancos es importante. También deviene elocuente el imaginativo trabajo (23-9-014) de fácil variedad de trazos y con los blancos que lo coronan.
Al 2015 pertenece uno plasmado con tinta azul (18-6-015), aunque conservando el novedoso estilo de su segunda etapa. Las líneas parecen moverse en todas direcciones hasta culminar en una composición muy sugerente y dotada de cierta coherencia, y el conjunto es bello en lo general. Del mismo 2015 data (15-10-015), un segundo trabajo de buena factura. AI 2016 incumben dos de los mayores trabajos de Jorge Luis: uno fechado (18-11-016), y el segundo (08-11-016). Ambos son majestuosos y nos saltan a los ojos por su perfecta armonía lineal y la pureza de su estilo; trabajos en cartoncillo, son paradigmas clásicos de su segundo periodo y rivalizan en claridad lineal, en imaginación y en otras virtudes propias del arte abstracto.
Y lo mismo diríamos de sus tres más recientes producciones, creadas en enero del presente 2017, a saber: (17-1-017), (18-1-017) y (30-1-017), todas en un periodo de apenas 13 días. La primera y la tercera han sido dibujadas con tinta azul y la segunda con negra. La primera es una de las más sencillas que ha plasmado el artista, descollando el blanco en buena parte de la composición. La segunda se mueve por sí sola y evidencia una suerte de corona y que la hace especial.
La madurez del estilo del creador está a la vista, como también la comprobamos, bona fide, en su postrera producción, repleta de detalles, acaso un tanto barroca como las de su primera etapa, pero nítidas, claras como la luz del día. De lo sobrecargado y oscuro hemos transitado hacia la pulcritud lineal. Al amparo de los blancos la composición en su totalidad respira a pleno pulmón y nos transmite un número de sensaciones que cada quien traducirá como le inspire su fantasía.
Responde el artista
Nada más hermoso que la gratitud, ese fue el sentimiento que de inmediato emano en mí al momento leer las líneas expresadas por el Maestro Roldán Peniche Barrera, escritas a partir de su apreciación de las obras seleccionadas por él y por el artista plástico Maestro Juan Ramón Chan Alvarado (t) con el objeto de llevar a buen término el proyecto del libro Psicografía, voces de mi interior, obra que contiene los trazos y aprecios del sujeto, en este caso de mí mismo, a partir de mi hacer.
El interés inició hace un par de años, justo cuando el Mtro. Roldán tuvo a bien hacer algunos comentarios en torno a los trazos vertidos durante una tertulia realizada entre amigos, en un conocido lugar en el centro de nuestra ciudad. De ahí, fue una constante el interés de llevarlo a los hechos. Debo decir que este mismo fue expresado también tiempos atrás -hacer un libro de los trazos-, por el conocido empresario, altruista y generoso Rotario David González Domínguez, quién en más de una ocasión me lo hizo saber, después de mirar lo que surgía en torno a una reunión, tertulia, en el ambiente de las sesiones rotarias que organiza el Club Mérida Itzáes. Todo ello, en una servilleta de papel y una pluma de tinta gel de la firma Cross y Parker -así fue en un principio, antes de hacerlo con mayor frecuencia y experimentando con otras tintas-.
Este hecho no pasó desapercibido por un socio del club Rotario, quien me comentó en una ocasión que debía yo tener mucho dinero por la cantidad de tinta que utilizaba en cada figura, por lo caro de lo repuesto, a lo que yo respondí con gusto: “dado a que me gusta hacerlo y a los amigos mirarlos, creo que vale”, le dije con cierta ufanaría; aunque esto dejó en mí la idea de buscar alguna otra alternativa. Fue así como llegaron a mí las plumas, marcadores permanentes, algunos, y otros de gel, en punto grueso, mediano y fino.
En efecto, desde tiempo atrás he realizado trazos en tanto me encontraba en algún sitio escuchando o participando en alguna reunión formal, desayuno, comida; lo hacía sobre el papel que tuviera a la mano, incluso, como ya he mencionado, sobre una servilleta.
De este último, fue cuando recibí el cuestionamiento del que lo miraba y apreciaba de saber qué hacía con ellos. Al decirles que se quedaban allí en los lugares o en algún libro, surgió la insinuación de ellos mismos de guardarlos. Empecé a hacerlo. Cada vez me convencía más de que mis trazos gustaban y se apreciaban. Recuerdo que, en una ocasión, encontrándome en una tienda comercial, en tanto se realizaba la sobremesa después de una ovípara comida, un niño se apersonó con cierta curiosidad a mirar lo que trazaba; me pregunto qué hacía y yo le mostré la servilleta, con la pregunta obligada de “¿te gusta”, a lo que él respondió que sí. Al mismo tiempo que también se oía la voz de su madre, indicando que no estuviera molestando; le dije que no lo hacía. El niño siguió mirando el dibujo, acentuando de nuevo su gusto por lo que observaba.
Esa experiencia fue complaciente y definitiva para continuar guardándolos, como un gran tesoro. Claro está, después de estar enterado del favorable impacto que causaban en la persona que los miraba.
Si bien es cierto que son servilletas, en su mayoría, su textura y finalidad de uso higiénico da lugar a ser absorbente y que la tinta, ante el trazo correspondiente, corra con facilidad y gran penetración, Para proteger los dibujos, los introducía en los libros, en una primera etapa; después, en unos sobre transparentes. Pronto me fueron solicitados. No los entregaba por la siguiente razón: al saber de sus aprecios y gusto en el mirar, encuadre algunos de ellos y los colgué en una de las paredes de mi casa.
En una ocasión, al hacer la limpieza se mojaron los marcos y, por consecuente, las obras, corriéndose de inmediato la tinta y perdiéndose irremediablemente la figura.
De ahí surgió la primera idea de sacarle copias para dárselas a las personas que habían mostrado interés por lo que miraron. Ensayando ponerles más tinta, otras veces menos; en fin, logrado el propósito, las obsequiaba.
Después, intenté y experimenté junto con Don Liberto, un artesano de la madera y de oficio, encuadrar obras, dibujos, retratos, óleos, pinturas, títulos y otras cosas más; ponerles un sellador a los trazos a fin de mantener su originalidad. Algunas veces quedaban bien; otras, se corría la tinta y había que limpiarlas, dando lugar a dejar este intento de preservarlas. Otra etapa fue la de escanearlas, editarlas y luego, en tamaño carta, encuadrarlas.
En esta multiplicidad de intentos de guardar los trazos, y los aprecios de los sentires derivados de las miradas recorridas en el papel, iban surgiendo más y más, día con día. Y surgían, en tanto, las ideas, aseveraciones, teorías, expresadas en charlas simples, tertulias de amigos y familiares, recorriendo el tiempo del estar y disfrutarse en compañía; en verdad, complacía el observar de los tertulios de lo que se tenía en cada sesión.
La etapa siguiente fue cuando comencé a usar papeles reciclados, provenientes de flyers, posters, anuncios publicitarios, cajas de regalo; estos tienen una textura que permite que la tinta indeleble se fije. Fue en estos haceres, experimentando sentires, que recibí la primera invitación de realizar una exposición de las figuras, por parte de una amiga, quien, a su vez, me preguntó si contaba con 30 de ellas. Para estos tiempos, ya las encuadraba para tenerlas en mi cubículo o para obsequiarlas, pero de una forma tradicional, como un cuadro normal (con un marco, alrededor de la obra). Por esos días, salí de viaje, no volví a ver a mi amiga. Cuando la encontré de nuevo, le pregunté por la invitación. Me dijo que había pensado que no estaba interesado y que probablemente lo había tomado como una broma.
Dado a que continuaba con mis líneas y ondulaciones, y que cada vez me convencía de que gustaba, intenté de nuevo una exposición. Antes de ello, pregunté a diversos amigos, artistas plásticos, su parecer, sobre si tenía un valor artístico. Su opinión era para mí importante, para dar el paso siguiente. Me afirmaron que sí: Juan Díaz Yarto, Lida Ponce Espejo, Celina Fernández y Sandra Nicolaí, estás ultimas, compañeras del Seminario de Cultura Mexicana, Corresponsalía Mérida. Me decían que estaban muy bien, que era algo novedoso, que no habían visto algo parecido (elaboración de trazos en servilletas). Hubo comentarios de otros: ¿cómo se iban a exponer obras fotocopiadas, si las exposiciones se hacen con originales? (Aún no había realizado el proceso de escanearlos). Les decía que tenían razón, pero ese era el proceso desde un original -papel de desecho-.
En fin, con mi colección de cuadros, me trasladé al Edificio Central de la Universidad Autónoma de Yucatán, pensaba en el vestíbulo del Teatro “Felipe Carrillo Puerto” para realizar la aventura, trunca hasta entonces, Allí, me recibió la contadora pública María José Gil Bolio -mi madrina desde ese momento-, a la que conocía desde mucho tiempo atrás, no sólo por ser hija del gran contador y artista del piano José Luis Gil Pérez, sino por ser un servidor, fans del Grupo Atril, del cual ella forma parte.
Con la experiencia de estar al frente del Centro Cultural de la Universidad Autónoma de Yucatán, le presenté las obras, recibiendo de esa visita la invitación para exponer por primera vez en mi andar con los Trazos y Sentires, nada más ni nada menos que en mi Alma Máter, la Universidad Autónoma de Yucatán, en febrero de 2016.
Con esta primera exhibición dio inicio una serie de exposiciones, convirtiéndose en una “una exposición itinerante”. En total, fueron ocho realizadas en: el Vestíbulo del Teatro “Felipe Carrillo Puerto”, UADY, Centro Cultural de la Facultad de Contaduría y Administración, UADY; Lunes Cultural de la Facultad de Antropología, UADY; Galería 37 por 62 Centro; Centro Cultural de la Facultad de Medicina, UADY; Casa de Santiago calle 72 entre 57 y 59 Centro. Vestíbulo de la Cámara de Comercio de Mérida (CANACOME - SERVYTUR) Av. Itzáes y en la Sala de Convenciones de da la CANACOME - SERVYTUR, organizada por Rotary Internacional Distrito 4195.
En febrero del 2018, (se cumplieron) dos años de haber dado a conocer al mundo de la plástica las obras que conforman la Colección Trazos y Sentires, tiempo en el cual ha recibido comentarios alentadores que me impulsan a continuar.
En este andar, debo de mostrar mi gratitud a todas aquellas personas que, al mirar lo realizado, han expresado su complacencia y admiración. En particular, hacerlo con los Maestros Roldán Peniche Barrera y Juan Ramon Chan Alvarado (†).
A Roldán Peniche, por haber generado la iniciativa del presente libro y realizar posteriormente el prólogo, que da lugar a presentar esta iniciativa. Al igual, a sus aprecios a los trazos expresados en forma magistral y literaria, en la cual da a conocer lo que él mira, a partir de ese sentir que nos caracteriza como ser humano, y que el maestro nos lo ha compartido desde hace mucho tiempo a través de sus múltiples obras provenientes de todos los géneros literarios. La colección de los mismos en el presente libro, como he mencionado líneas arriba, proviene de una selección de 60, aunque hay muchos más, que suman más de 400 en mi haber.
En estos momentos, es oportuno señalar que los trazos de mi autoría, todos tienen fecha de realización y firma. Está precisión la realizo con la finalidad de que usted, amable lector, esté enterado que la posición que guarda cada obra -ante lo antes indicado- ha provenido de la mirada del sujeto. Esto es, de la (s) persona (s) que, al estar presentes al momento de su creación, indican la posición que les complace desde su óptica, después de haberla mirado desde cada ángulo que la conforma, dejando, así, su plena complacencia.
Mi agradecimiento a Juan Ramón Chan, por lo expresado como un maestro de Artes Plásticas, quien desde el primer momento se sumó a este proyecto tan pronto le fue presentado por el maestro Roldán. Como pintor y artista plástico, me hizo sentir la importancia de mi trabajo. Recibir una felicitación de su parte, por lo novedoso y sui generis de usar papel de servilleta, y escucharle decir que en su andar había visto la realización de trazos en muchos materiales, mas no en servilletas desechables. Sirva a su vez el presente, como un homenaje a su trayectoria artística. Su recién fallecimiento (noviembre del 2017) no le permitirá ver lo que con tanto entusiasmo trabajó en coordinación continua con el maestro Roldán Peniche Barrera: este libro en mención intitulado: Psicografía, voces de mi interior.
Con él ya no podré realizar una exposición con trazos realizados en servilletas, tal como me hizo saber al estar en una galería y surgir la inquietud de los contertulios de cómo sería. “Hay que buscarle, ¡sí se puede!”, me comentó en aquel preciso momento.
Mi gratitud va también a David González Domínguez, como ya he mencionado, compañero Rotario, quien fue de los primeros en alentarme para realizar lo que ahora presento; su sentido humano, de amigo, y sensibilidad plástica, da lugar para respaldar la publicación de esta nueva obra realizada desde los haceres, sentires, miradas, aprecios y deseos de que se conozca y trascienda Psicografía, voces de mi interior.
Comentarios del editor
Mesmerizing. En las obras del maestro Jorge Luis Canché Escamilla encontré el pasaje al sentido de la palabra inglesa que, según sea el contexto, puede traducirse como fascinante o hipnotizante.
El trazado espontáneo es cosa muy común. Todas las manos, en algún momento, desarrollan el tacto bidimensional de la huella sobre el papel. Algunos corren la fortuna de crecer con un pincel o un carboncillo en la mano, y parece que el trazado suma años junto con ellos. La experiencia es más difícil, y el artista va pareciéndose a una escalera. Conforme se alcanza un nuevo peldaño, el anterior se agrieta; no hay vuelta atrás. Es raro que el trazo se revierta una vez que ha iniciado.
Igualmente inusual será que me olvide de lo que he visto en estas servilletas digitalizadas. Recuerdo, acaso, mis trazos que deseaban ser mapas. ¿A dónde van las figuras de Canché Escamilla? Directo a las ideas de quien las mira, y es esto lo fascinante.
Lo hipnotizante, al menos en mi caso, tiene que ver con pendular la mente entre preguntarse cómo es posible tal soltura y el recorrido visual en sí. Un laberinto se presenta de golpe, en una sola tinta, y uno sabe de antemano que ha llegado a un lugar del cual es difícil apartarse, como un remolino que, de nuevo mediando el asombro, se transforma en animal, en vegetación o en códice.
No soy tanto un erudito como un escéptico. Pocas cosas me asombran ya. Pero he encontrado en los materiales que componen Psicografía: voces de mi interior lo necesario para formular una de las preguntas que más me alegra hacer. “¿Qué es esto?”, digo, con los ojos inútiles, porque el color se ha vuelto una línea, y no entiendo qué es lo que ocurre. Lo único que me hace feliz, a veces, es el misterio.
Encuentro así distintas imágenes que son signo natural de lo recóndito, algo que, por espontáneo, me aleja de preguntar cómo es que ha sido posible llegar al resultado, como ha ocurrido en mis apreciaciones del Op-art, o arte de la ilusión óptica, como es el caso de Victor Vasarely, un indiscutible genio de la imaginación moderna.
Cosa aparte es la manera en que Canché Escamilla se relaciona con las personas que conoce. Leer al maestro Roldán Peniche, en su cuidado prólogo a un libro que ofrece una curaduría tan numerosa, fue igualmente importante. Revela no sólo una faceta más de un escritor tan nombrado en la literatura yucateca, sino una conversación en la que he podido ser un escucha.
Llama también mi atención lo que Canché Escamilla señala acerca de las opiniones que lo impulsaron a seguir trazando. Es raro ver este entusiasmo, que me parece de lo más sano en cuanto a escuchar a los públicos que, finalmente, son quienes tienen la última verdad acerca de lo que puede ser considerado artístico o no.
Es grato haberse encontrado con una conversación de aspecto genuino sobre un arte que, a pesar de plantearse con materiales desechables, no es desechable a su vez.
Sumo así mi comentario a los tantos que ha recibido la imaginación psicográfica de Canché Escamilla. El suyo es un trazo que me ha servido para echar a andar de nuevo mi propia escritura, mi forma personal del dibujo y de la servilleta, que cada vez se atora más entre los pliegues de un papel que no respira.
Sobre los textos
El primer texto pertenece a Roldán Peniche Barrera y está fechado en Mérida, el 26 de febrero de 2017. Sirve como prólogo al volumen Psicografía: voces de mi interior, de José Luis Canché Escamilla, disponible en la Biblioteca “Manuel Cepeda Peraza”.
Por Roldán Peniche Barrera & Jorge Luis Canché Escamilla y David S. Mayoral Bonilla