La Champions League se quedó sin mexicanos en la presente edición, ya que con la eliminación del Napoli e Hirving el ‘Chucky’ Lozano ante Barcelona el fin de semana, este jueves se dio la derrota del Atlético de Madrid de Héctor Herrera ante el sorprendente Leipzig de Alemania que dio la campanada para meterse a las semifinales.
El mexicano Herrera jugó 58 minutos y poco pudo hacer en la remontada de los alemanes, ya que poco después de que lo sacó de la cancha el técnico Diego Simeone, fue cuando se le vino la noche al conjunto español.
El gol del 1-0 de Dani Olmo, allá por el minuto 50, es un ejemplo sensacional de tales cualidades. La movió de un lado para el otro, en uno o dos toques como mucho hasta que halló una vía, el espacio suficiente para el centro desde la banda derecha y el certero cabezazo en llegada, cruzado, imposible hasta para Jan Oblak.
Un golazo por construcción, resolución y determinación. Todo eso combina el Leipzig en su equipo. Lo sufrió el Atlético, que padeció minutos sin ver ni de lejos la pelota; por ejemplo los primeros diez. Resurgió por momentos porque, aparte de su prioridad colectiva, su obsesión táctica y el repliegue al que le conminó su voraz, intenso y contundente adversario, tiene individualidades de talento o recursos para demostrar su presencia ante tal dominio. Uno es Yannick Carrasco, activo al principio y difuminado al final. Por su ocasión en la primera parte, la mejor -casi la única-, el equipo aligeró el peso de un partido que no iba para el lado que quería. Y por sendos cabezazos de Savic (después sufrió una brecha en un potente golpe con Halstenberg) y de Giménez demostró que el balón parado también es una destreza que puede manejar con soltura. Hasta ahí. Fue un paréntesis que rehizo un rato al Atlético, que pidió un penalti -riguroso si lo hubiera pitado- a Saúl. Pero no igualó ni mucho menos el partido sobre el terreno. Nada más lo frenó. Kevin Kampl fue el dueño absoluto del medio. Aun así, el bloque de Simeone, casi siempre a la espera de su adversario, sin ocasión de presionar o de contraatacar, incluso con la pelota como un elemento casi ajeno, contuvo bien a su oponente, que no exigió ni una parada de Jan Oblak en el primer tiempo. La mejor noticia. La peor, por el contrario, estuvo en el sector opuesto del campo durante 50 minutos. En el ataque. Marcos Llorente casi ni tocó la pelota. Y eso en la actualidad es un déficit casi inasumible para el Atlético. Ni entre líneas ni en carrera, su equipo no le encontró, también por la buena presión y posicionamiento de su contrincante. Con Diego Costa conectó algo más, pero cualquier comparación entre su mejor pasado y su presente sólo genera melancolía y frustración. Hasta el 1-0 en contra, Simeone no movió el banquillo. Entonces sí recurrió a Joao Félix, que, aún con su intermitencia indudable de todo el curso, puede proponer registros que urgen en el Atlético, más aún en partidos como el de este jueves. Tiene 20 años. Pero el fútbol no depende ni de la edad ni de la experiencia. Depende del talento. Y el suyo es innegable. Él cambio el partido, pero no el desenlace. Desde el primer instante sobre el terreno, su personalidad fue evidente. Reclamó cada balón, desbordó y lideró a su equipo como si hubiera jugado una cantidad de partidos en la Champions que aún no ha disputado. Tiene mucho tiempo para hacerlo. También mucha ambición. Y unas cualidades que se le presuponen a sólo unos pocos. El 1-1, en el minuto 70, es suyo de principio a fin. Por elaboración y por ejecución. Desde el medio campo hasta el área contraria, previa pared con Diego Costa, hasta que fue derribado por Klosterman, el único que fue capaz de detenerle. La pena máxima la transformó con la misma convicción: un derechazo junto al poste. No fue suficiente. Un tiro desde fuera de Adams, un rebote en Savic que descolocó a Jan Oblak y un gol que agranda la frustración del equipo rojiblanco en la Liga de Campeones. Al Leipzig le espera el París Saint Germain en las semifinales; al Atlético, la decepción.