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Pedro Díaz Arcia

El destacado politólogo argentino, Atilio Borón, publicó en su blog el lunes un artículo titulado “El golpe en Bolivia: cinco lecciones”. En el texto insiste en la necesidad de que nuestros pueblos y sus fuerzas sociales y políticas aprendan de los métodos que utiliza el enemigo, algunos palpables en la reciente tragedia boliviana.

Entre las experiencias derivadas de la asonada golpista, afirma que aunque se logre una administración ejemplar de la economía, haya crecimiento, flujo de inversiones y mejoren los indicadores macro y microeconómicos, la derecha y el imperialismo jamás aceptarán a un gobierno que no responda a sus intereses; de ahí la exigencia de estudiar los manuales de diferentes agencias estadounidenses, contentivos de las medidas para desacreditar la reputación del líder popular con ataques de distinta naturaleza.

Una vez preparado el acecho, agrega el sociólogo, entran en acción las “fuerzas de seguridad”, así como otras entidades controladas por agencias, militares y civiles de Estados Unidos. Por último, considera que nunca la seguridad y el orden público debieron ser confiados a la policía y el Ejército.

A propósito, cuando el jefe del Ejército boliviano, el general Williams Kaliman, con voz de mando “sugirió” al presidente constitucional Evo Morales que renunciara al cargo, estaba consumando el golpe de Estado en marcha. Con incuestionable capacidad histriónica, quien fue Agregado Militar de Bolivia ante el gobierno de Estados Unidos (2013-2016), había ocultado su identidad ideológica.

Borón habla de su asombro cuando al inaugurar un curso sobre Antimperialismo para oficiales superiores de las Fuerzas Armadas bolivianas, invitado por Evo, escuchó consignas reaccionarias norteamericanas heredadas de la Guerra Fría y también percibió la irritación de que un indígena fuera el presidente del país.

Algunas fuentes ubican a Kaliman como egresado en 2004 de la Escuela de las Américas, convertida en el Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación de la Seguridad (Whinsec), con un rico patrimonio de intervenciones en Latinoamérica.

Al jurar el cargo, en diciembre de 2018, dijo en un acto ante la prensa: “Hermano presidente, el mayor privilegio de mi vida se me concede el día de hoy”. Luego se autoproclamó como “un soldado del cambio”; apoyando “la nacionalización de hidrocarburos y las políticas de Estado en favor de los más necesitados”. Todo era un engaño. Juró que no usaría las armas contra el pueblo y luego sacó los tanques para que se instaurara el reino del terror.

Por su parte, la OEA trató de dar legitimidad política al golpe de Estado, como si representara la voz de los países del continente, cuando en realidad es una entidad asalariada de Washington. Su presencia como presunto árbitro, descalificando sin pruebas el triunfo del presidente en la contienda del 20 de octubre y el silencio cómplice ante la propuesta de una segunda contienda electoral avivó la violencia de los opositores, distorsionó la realidad y cerró un nuevo capítulo de su humillante historia.

¿Cómo puede la OEA ser garante de un gobierno independiente?

¿Cómo un apóstata como Luis Almagro puede ser una carta de crédito para los gobiernos independientes de la región?

Las irregularidades que permitieron a los opositores y aliados cantar el fraude, fueron desmentidas por el Centro de Investigación Económica y Política de Estados Unidos; pero ya era tarde.

La actitud de Evo es encomiable al tratar de impedir una masacre si permanecía en el poder; aunque la osadía de una nación por ser libre siempre tiene un alto precio.

Creo que ahora se impone revisar críticamente los hechos y volver a la lucha.

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