Los escándalos, turbulencias y obscenidades que atraviesan y conmueven a la cúpula presidencial y política estadounidense en general en estos momentos hace recordar a muchos los no tan lejanos días de Watergate en 1974, cuando un veterano y experimentado maquiavelo como Richard Nixon se vio obligado a hacer sus bártulos y a abandonar la poltrona de la Casa Blanca, por la cual tanto había luchado y tantas trampas había hecho a lo largo de su vida pública.
Bajo nuevas condiciones y en diferentes circunstancias, Estados Unidos parece estar llegando a situaciones que, no obstante, son muchos los que asemejan ya con aquellos tormentosos pasajes que discurrieron durante varios años y culminaron en la abrupta renuncia de Nixon con su alejamiento definitivo de la vida política yanqui, dentro de la cual había gravitado casi 40 años desde diferentes posiciones, incluidas las de aspirante fallido a presidente y a gobernador de California y la de vicepresidente del país durante dos mandatos acompañando a Eisenhower.
Tras incumplir de manera flagrante las reglas de juego del sistema, tanto las escritas como las no escritas, preservadas celosamente por la oligarquía durante más de dos siglos como cimientos y piedra angular sobre las cuales se levantó el actual Imperio, Nixon no pudo sostenerse y hasta su propio Partido Republicano le demandó la renuncia o sería llevado a juicio político en el Congreso y seguramente destituido.
Aunque el viejo adagio reza que “la historia se produce como tragedia y, si se repite, aparece como comedia”, las cosas están llegando a un punto en el escenario yanqui, poco a poco, que no es ocioso descartar la posibilidad de que una “comedia Trump” sea la sucesora de aquella “tragedia Nixon” con similares consecuencias.
Todo indica que los factores decisivos del Imperio ya sólo discuten el momento y la forma, pero van llegando a la conclusión de que no sería posible soportar otro mandato presidencial como éste, sin precedentes en la historia del país, en medio de constantes conmociones, escándalos, violaciones éticas y una conducta matónica y gangsteril, tanto hacia lo interno como hacia el exterior.
Si esa fuera la decisión, tampoco otra guerra de agresión contra “un oscuro rincón del mundo” probablemente lo salvaría. No olvidemos que Nixon tuvo que salir aun en plena guerra de Vietnam.
Lo cierto es que muchas interrogantes se están abriendo acerca del futuro del excéntrico mandatario y si ese futuro irá más acá o más allá de Watergate no tardaremos en confirmarlo.