Si la medicina, la química, y otras disciplinas científicas estuvieran mediadas por las ideologías, como lo están la historia, la sociología, la política y las ciencias sociales en general, los hospitales estarían manejados por curanderos y los laboratorios por alquimistas.
La política contemporánea, mejor dicho, su expresión conceptual, la politología, que aún no cuenta con una identidad definida, pudiera ser comparada con la filosofía, que en el pasado fue estimada como las ciencias de las ciencias.
Ningún líder o experto en ninguna área tiene ante sí tareas tan complejas y extenuantes como las de los gobernantes o estadistas, que muchas veces no cuentan para ello con preparación profesional específica, con la experiencia necesaria, y con un equipo competente. Quizás por eso la convivencia humana, la más importante y compleja de todas las esferas de la vida social, es de las más caóticas.
Sin haber sido nunca electo para ninguna función estatal, ni haber ocupado ningún cargo público, de un día para otro Donald Trump pasó a ocupar la presidencia de los Estados Unidos, el cargo político más importante de los existentes en la faz de la Tierra, y que lo convirtió en cabeza de la mayor y más compleja de las maquinarias estatales actuales, en comandante en jefe de las más poderosas fuerzas armadas del mundo, y en líder de la mayor economía. Más o menos lo mismo ocurrió con Vladimir Putin, y sucede reiteradamente con muchos gobernantes.
Es prácticamente inagotable la lista de conocimientos y saberes que debería poseer un gobernante que se supone letrado, preferentemente universitario, versado en sociología, economía, e historia, conocedor de técnicas de dirección, y con capacidad para ejercer la pedagogía que implica la necesidad de promover ideas y construir consensos, comprender y difundir la cultura, ser sensible a las necesidades de los ciudadanos y ayudarlos a alcanzar sus metas. Aunque las carreras de ciencias políticas, incluidas en los programas de la mayoría de las universidades, intentan dotar a los graduados de conocimientos diversos, no pueden enseñarlos a gobernar.
Todos estos fenómenos se atenúan por la mediación de la democracia, principal categoría política que, allí donde funciona con mayor calidad, presenta características que ofrecen ciertas garantías como: Ellas son la soberanía popular, según la cual los principales cargos políticos son electos, a lo que se suman la separación de poderes y la alternancia en los cargos. En las democracias ninguna persona gobierna en solitario ni indefinidamente. No obstante, ellas aseguran la legitimidad de los poderes públicos, no su eficiencia.
En las sociedades modernas, en las cuales además de los estados, los parlamentos, los gobiernos, y los sistemas judiciales ha crecido y elevado su protagonismo la sociedad civil, ahora dotada de medios y aliados tan poderosos como la prensa y las redes sociales, que la acompañan y apoyan en el monitoreo de las instituciones y por medio de las cuales se ejerce la crítica social, la labor de los gobiernos tiende a perfeccionarse.
Al menos por ahora o todavía, como se prefiera, el poder representado por el Estado y los gobiernos necesita de mecanismos reguladores y de control social fuera de ellos mismos, y preferentemente independientes, lo cual hace necesaria la oposición, que para ser legítima debe estar regulada por las leyes y ser esencialmente autóctona.
La comprensión de que los países tienen estados y gobiernos y no al revés, y la capacidad institucional para asegurarlo, forma parte de las esencias de la convivencia, que no es viable sin la democracia real, efectiva y judicial. Allá nos vemos.