Síguenos

Última hora

Rescatan a mujer y dos menores de ahogarse en Cancún

Internacional

El Vía Crucis de América Latina

Pedro Díaz Arcia

Carlos Marx, quien supeditó el seguro bienestar de su familia a las torturas de una mísera existencia dedicada a la lucha por un mundo sin explotación e igualdad social, dijo: “Quien no tenga más aspiración que ser un buey, puede, naturalmente, volver la espalda a los dolores de la humanidad y atender a su propio provecho”.

Y es que atendiendo a su propio provecho y de espaldas a los dolores ajenos: una piara de bestias, encabezada por el presidente Donald Trump, pretende decidir el destino de nuestra región.

En abril de 2015, a propósito de la arremetida del Papa Francisco contra la Curia Romana, a la que había acusado en su mensaje de Navidad de “esquizofrenia existencial”, me preguntaba si una izquierda acrítica, desactualizada en su entorno y sin memoria histórica sería capaz de enfrentar con una retórica discursiva los desafíos ante el hegemonismo capitalista que se retroalimenta como un rumiante en el desierto.

Es que de poco vale la recreación filosófica, inmersa en profundas reflexiones metafísicas, si quienes tienen que tomar el pulso a las justas exigencias populares, sin populismo, no logran la identidad entre la doctrina y la práctica social para evitar que donde estén las ideas no milite la acción como sucediera en las Cortes de León, en España. Incluso, el dilema pareciera repetirse actualmente en la península hispana donde reinan los claroscuros, la desconfianza y el mimetismo ideológico. Lo demás es puro florilegio.

La unión real y necesaria no puede basarse en fusiones con fines electorales; sino estar más allá de coyunturas eventuales y de banalidades cotidianas potenciadas por la pujanza mediática. La actual fusión del poder gubernamental con los megaintereses del capital internacional, en los que juega un papel fundamental el sistema bancario mundial y los avances tecnológicos, dificulta esa acción coordinada para enfrentar el andamiaje sistémico.

El capitalismo originario, esencialmente productivo, ha devenido en un emporio que mueve volúmenes financieros increíbles de un confín a otro del planeta sin el respaldo de riquezas materiales; además, dotado para resistir las crisis cíclicas que lo caracterizan y mutar hacia nuevas formas de sostenibilidad y desarrollo.

Sobre su capacidad de supervivencia existe un amplio debate. Sin embargo, no soy de los que se obnubilan ni concitan a meditar desde una zona de confort. Nada es eterno salvo la eternidad. Y mientras haya miseria, corrupción, impunidad y desigualdad, renacerán movimientos de izquierda y progresistas, obligados a pasar las vivencias precursoras por un fino tamiz autocrítico.

Nuestra región vive un calvario. La economía estaría al borde del colapso por su fragilidad ante la volatilidad de los mercados; las consecuencias generadas por la guerra comercial; la insuficiencia productiva; la inconsistencia social, institucional y ambiental; entre otras problemáticas, de acuerdo con el informe titulado “Perspectiva Económica Latinoamericana 2019: desarrollo en transición”, elaborado por la Cepal, el Banco de Desarrollo de América Latina, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en el que colaboró la Comisión Europea, y que fue publicado el pasado mes de marzo.

En el difícil panorama, algunos expertos apuestan por un cambio de modelo que genere una nueva distribución de las riquezas; potencie la integración regional y mejore en términos generales el nivel de vida. Pero lo considero irreal. No es posible abstraernos de la realidad que vive Latinoamérica: ¿qué modelo debe ser cambiado, cómo y por cuál; cuando está de vuelta la Doctrina Monroe con el palo, a puro pulso y sin zanahoria?

Siguiente noticia

Centroizquierda adelante en elección panameña