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Internacional

El yerno de Marx nació en Santiago de Cuba

Esa fría noche de París, Paul Lafargue y Laura Marx habían pactado una cita definitiva con la muerte. En la tarde, el yerno y la hija de Karl Marx, de cuyo nacimiento se cumplen 200 años hoy sábado, se apuraron a resolver sus últimos asuntos pendientes: despedirse de unos amigos, ir al cine, dar una caminata por el Sena, visitar una dulcería cercana para un capricho postrero.

La decisión había sido acordada por ambos mucho tiempo antes con minuciosa frialdad. Y a esas alturas, 43 años de matrimonio, tres hijos muertos, pobreza extrema y vejez, su cotidianidad no daba espacio para las preguntas de la vacilación.

Cuando regresaron del paseo, ya la noche había caído sobre París y el frío de noviembre calaba en los huesos.

Antes de entrar en su habitación, Paul y Laura dejaron comida y agua para varios días para su perro, Nino, y trataron de disimular el amargor del cianuro con el azúcar del té.

Juntaron las camas y el sol de la mañana los encontró como dos amantes de la vieja Pompeya, fundidos en el abrazo eterno de la muerte.

El jardinero y su mujer descubrieron los cuerpos un poco después.

Les llamó la atención el llanto del perro y un olor a almendras amargas que se escurría desde el cuarto.

Laura lo había conocido muchas lunas antes, en una casa de paredes grises en el centro de Londres adonde llegó Lafargue cierta tarde para encontrarse con el ídolo vivo de su juventud.

Allí, entre las sombras de la penuria y la escasez, Karl Marx, el alemán de acento fuerte, barba canosa y melena, ya comenzaban a abrir las brecha de un nuevo pensamiento social en las rutas posibles de la Historia.

Pero lo que quizás no sabía Lafargue, nacido en Santiago de Cuba en 1842 del romance de un hacendado francés y una mestiza cubana, era que al tocar en aquella casa de Dean Street se abrirían ante él las puertas de un nuevo destino.

“Es posible imaginar la impresión que causó en Marx ver llegar a su casa a ese joven apuesto, de piel morena, con acento y formas del trópico”, le cuenta a BBC Mundo Leslie Derfler, profesor emérito de historia de la Universidad de Columbia.

Cuando el buque con destino a Francia zarpó de los muelles de Santiago de Cuba a mediados de 1851, Paul Lafargue vio esconderse entre las olas, por última vez, la silueta montañosa de la ciudad de su infancia.

En el puerto quedaron sus abuelos maternos, una india oriunda de Jamaica y un refugiado haitiano, que llegó al oriente de Cuba tras las revueltas y la revolución en la entonces isla de Saint-Domingue.

De ellos y de su madre, escribiría más tarde Lafargue, se llevó la herencia de “la sangre de tres razas oprimidas” y también un peculiar comportamiento, distante del refinado estilo europeo, por el que Marx, en más de una ocasión, le propinó regaños y raspapolvos.

De hecho, en una carta conminatoria de 1866, Marx le escribe a Lafargue que, si quiere continuar sus relaciones con Laura “tendrá que reconsiderar su modo de hacerle la corte”, en relación a ciertos excesos y toqueteos en las manifestaciones de cariño hacia su novia.

Mientras en otra, escrita cuando se encontraba ingresado en un sanatorio por una colección de males que iban desde carbunclos hasta hemorroides, le dice a su hija que ya no toleraba al “maldito Pablo” , ni “sus ideas y modales”.

“Lo cierto es que no tenemos que idealizar a Marx. Debemos tener en cuenta que fue ante todo un hombre del siglo XIX y que también cargaba con todas las convenciones sociales de esa época”, le asegura a BBC Mundo Johannes Maerk, profesor de filosofía de la Universidad de Viena.

“Marx no concebía la idea de la igualdad racial entre los seres humanos. Muchas veces se refirió a Lafargue en algunos escritos con la forma despectiva en alemán de ‘negro’ y es que Marx era una persona que tenía prejuicios raciales, como también tenía prejuicios intelectuales y académicos”, afirma el también director del Instituto de Investigación Intercultural y Comparativa de Austria.

“También hay documentos que muestran que Marx pensaba que su yerno no tenía capacidades suficientes por considerar que se trataba de un agitador del movimiento socialista”, añade.

Las referencias de Marx hacia su yerno han dado paso a disímiles interpretaciones en el transcurso de los años, entre quienes ven en esas referencias un juego, una muestra de cariño o la descarnada evidencia de un supuesto racismo del ideólogo del comunismo.

Enviados de Marx

Lo cierto es que, con los años, Paul y Laura se volvieron dos difusores privilegiados de las ideas de Marx en Europa y, en especial, dentro de los sindicatos de trabajadores.

“Lafargue ya era muy reconocido por sus ideas dentro del movimiento obrero francés y ayudó a interesar a la clase trabajadora, en crear una audiencia obrera, para las enseñanzas de Marx”, le explica a BBC Mundo Yohanka León, investigadora del Instituto de Filosofía de Cuba.

De acuerdo con la también profesora universitaria, tanto Lafargue como Laura se dieron a la tarea de difundir la obra de Marx en Francia y en España, donde un exilio obligado tras la Comuna de París también lo obligó a residir.

Ya para entonces, ambos se habían dado también a la colosal tarea de traducir “El capital”, la obra cumbre de Marx y una de las columnas fundacionales más complejas del pensamiento moderno.

“Se sabe que la traducción de El Capital trajo otro de los desencuentros de Marx con su yerno. Se sabe que Lafargue tenía problemas leyendo y traduciendo del alemán, por lo que se tuvo que auxiliar muchas veces de su esposa y Marx decía que estaban simplificando sus enseñanzas y sus pensamientos con las traducciones que hacían”, señala, por su parte, el biógrafo del cubano.

Pero los desacuerdos entre las interpretaciones no terminaron ahí.

Otro tuvo lugar en 1883 cuando, poco antes de su muerte, Marx encaró a su yerno por la forma en la que organizaba el movimiento obrero en Francia y los mecanismos que utilizaba para difundir su pensamiento.

(Tomado de BBC Mundo)

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