Jorge Gómez Barata
La medular intervención del presidente Miguel Díaz-Canel en el congreso de los escritores y artistas cubanos pudiera estimular el relanzamiento de la cultura política que, como decía Marx refiriéndose a Hegel, carga con cierta cantidad de “ganga mística” de la cual necesita liberarse.
La educación política en Cuba fue una obra masiva que al ser concebida no sólo como un cometido epistemológico, sino como parte del esfuerzo por promover las ideas socialistas, en un breve período transformó la conciencia social de los cubanos.
Esa obra es el cometido más eficientemente realizado por la Revolución que, sin embargo, no fue perfecta porque pecó de unilateral, tanto que negando las esencias dialécticas que preconizaba, asumió un exclusivismo filosófico e ideológico importado, incorporó dogmas injustificados y se afilió a un materialismo a ultranza que no sólo practicó el ateísmo llamado “científico”, sino que a punto estuvo de castrar la creación artística cuando pretendió imponerse el llamado realismo socialista.
Hoy se sabe que al reducir los saberes filosóficos, históricos, jurídicos económicos, estéticos y otras esferas al conocimiento del marxismo-leninismo y al dominio de las categorías del materialismo dialéctico e histórico, y aceptar una interpretación acrítica de los procesos históricos, asumiendo una cosmovisión sesgada por intereses políticos coyunturales, se genera un empobrecimiento de la cultura política que constituye un obstáculo a las ideas renovadoras.
No obstante, la obra realizada y la cultura política instalada en Cuba es de tal calidad, amplitud y humanismo que ella misma puede servir de inspiración y punto de apoyo para reinventarse, avanzar más allá del horizonte autoimpuesto y alcanzar otras cumbres.
La academia cubana, especialmente las universidades y sus facultades de humanidades, en particular las de filosofía, sociología, historia, pero también las de economía, artes y letras, los institutos o universidad pedagógicas, así como el vasto sistema de escuelas del partido y las organizaciones sociales, están en condiciones de producir una profunda rectificación, no para restar contenidos ni renegar de lo aprendido, sino para incorporar otros conocimientos que forman parte del patrimonio universal.
Entre los esfuerzos de mayor calado realizados por Fidel Castro en los últimos tiempos, estuvo la voluntad de promover lo que él llamó: “Una cultura general integral”. Tal vez de eso se trata.
Recientemente, el presidente Díaz-Canel retomó la idea fidelista de que para salvar la Revolución hay que salvar la cultura, lo cual no sólo implica ratificar el patrimonio existente, sino crear nuevos enfoques, enriquecer los establecidos y arrojar los lastres que, en forma de dogmas y conceptos errados, impiden no sólo la introducción de novedades, sino desaprender lo erróneamente incorporado.
La rectificación a que la revolución cubana está abocada, no tiene por qué asumirse como una sucesión de precedencias, según la cual una tarea se cumple después de otra, sino como un gráfico de trabajo paralelo en la cual se avanza simultáneamente.
La idea de que primero hay que resolver los problemas económicos para luego abordar los demás asuntos del quehacer social, puede conducir a que no se avance suficientemente en ninguno. No existe una evidencia mayor que la propia Revolución Cubana que en sus primeros años avanzó, a la vez en todos los frentes y a la misma velocidad.
Se trata de ideas y procesos complicados. Luego les cuento más.