El anuncio de Iván Márquez, Jesús Santrich, “El Paisa” y los demás que los acompañan en su deserción del Acuerdo de Paz no tomó por sorpresa a nadie medianamente informado.
En efecto: no es sino recordar el comportamiento de éstos en la X conferencia de las FARC convocada para sellar la dejación de armas, cuando le hicieron zancadilla a “Timochenco” para removerlo de la dirección. Había llegado a ese cargo por ser el segundo al mando después de Alfonso Cano, su máximo comandante, luego de su asesinato por el ejército cuando había iniciado acercamientos para lograr la paz.
Eso se conoció por una carta pública de “Timo”. Durante las conversaciones en La Habana, a pesar de la confidencialidad con que se manejaban, hubo rumores de deserción de “El Paisa” pero Timochenco aseguró que tenía confianza en él, que había ido a Cuba a conversar con los negociadores y que estaba comprometido con la paz. Pero sobre él las dudas persistían.
Las intervenciones públicas de Márquez y Santrich siempre rezumaban una arrogancia que quienes deseábamos la paz quisimos pasar por alto y atribuirlas a posiciones radicales a pesar de la molestia que generaban.
Quienes tenían alguna cercanía con organizaciones sociales, asesores de la mesa de diálogo en diversos temas y periodistas o analistas que se entrevistaron con los negociadores recibían información sobre las trabas que estos dos personajes atravesaban a los acuerdos no por mayor firmeza en el compromiso político revolucionario sino por prepotencia e intransigencia en asuntos a veces irrelevantes.
Muy posiblemente varias de estas personas informadas, ya cumplido el hecho de la temida deserción, darán al público sus percepciones directas. Se conoce de tiempo atrás que Jacobo Arenas, el ideólogo de las FARC, antiguo militante del partido comunista, se opuso en los años ochenta a que esa organización se involucrara en el narcotráfico por el peligro de descomposición moral que entrañaba. Eran momentos de dificultad económica en que no había financiamiento internacional y el campesinado y las bases urbanas aportaban muy poco en ese aspecto.
Pero Jacobo murió en 1990 y “El Mono Jojoy”, el “Negro Acacio”, Iván Márquez, Jesús Santrich y algunos otros impusieron su mal llamado pragmatismo y la relación con el narcotráfico se quedó para siempre. Se ha sabido también que Timochenco estuvo entre quienes se negaron a participar en esta política de financiamiento.
Se ha dicho que durante las conversaciones hubo discrepancias de los negociadores de las FARC con Márquez y Santrich sobre la entrega de las armas y bienes de la organización.
Hace también algún tiempo se supo que Márquez y Santrich quisieron expulsar de la organización a Catatumbo quien, según el empresario Henry Acosta Patiño, era el emisario directo de Alfonso Cano en los inicios de los contactos con el gobierno, primero con Alvaro Uribe, con quien no prosperaron, y luego con Juan Manuel Santos quien logró la desmovilización. La molestia con Catatumbo obedecía a su firmeza en no aceptar jugadas ocultas en la negociación.
Los enemigos de la paz quieren hacer ver que el regreso de Márquez y compañía a las armas significa que las FARC han decidido tener un brazo armado mientras continúan en la vida democrática pero eso es una total falacia. Los desertores tienen intereses y temores personales que nada tienen que ver con la política.
Es cierto que el gobierno ha incumplido en varios aspectos: el tema agrario no ha avanzado ni en lo mínimo, el fondo de tierras para restitución es ridículamente insuficiente, el catastro multipropósito sigue sin concretarse, las 16 curules especiales en el Congreso de la República para víctimas no fueron aprobadas por el Legislativo, está por vencer la vigencia de los espacios de reincorporación (ETR) y aunque se habla de su prórroga ésta no se ha concretado y, lo más grave, 130 desmovilizados han sido asesinados, así como más de 600 líderes sociales.
Sin embargo, hay también avances: la Justicia Especial de Paz (JEP) y la Comisión de la Verdad están funcionando, los Planes de Desarrollo con Enfoque Territorial, enmarcados dentro de la reforma rural, fueron aprobados y muchos colombianos que dudaban de la voluntad de paz de las FARC ven ahora que quienes desertaron son unos pocos y que la mayoría (más de 11,000 ex combatientes) se han sometido a la JEP y le están respondiendo al país.
El presidente Iván Duque tiene una posición ambigua frente al la paz. Mientras en el exterior busca aparecer comprometido con ella, aquí cede a la presión del expresidente Uribe que pide guerra y retrocede en temas fundamentales como el agrario y el político. Una vez conocido el comunicado de Márquez dijo que iba a apoyar a quienes lealmente siguen comprometidos con el Acuerdo pero al día siguiente salió con que hay que reformarlo y modificar la JEP.
El daño que hacían Márquez y Santrich con sus posiciones dudosas quedó conjurado sin que esto quiera decir que no es grave la creación de esa nueva célula armada. Pero ha quedado claro que la dirección de la FARC sigue firme en su vocación de paz. Eso es lo más importante.