Por Marina MenéndezFotos: Lisbet Goenaga(Especial para Por Esto!)
LA HABANA, Cuba.- A eso de ponerle salsita a la butifarra del congo llamó el sonero Ignacio Piñero a principios del siglo pasado con su icónico septeto, cuando el son era lo más sublime para el alma divertir, y el trascendental músico no imaginaba que medio siglo después, aquel indispensable aderezo de las comidas criollas daría nombre a un ajiaco de raíces musicales cubanas que adoptó ese nombre.
Con salsa o sin ella, puede que la comida del patio “funcione” hoy para los más exigentes paladares: igual seca que mojada. Pero resulta difícil que un buen bailable popular prescinda de ella e, incluso, que no intenten danzar a sus compases los bailadores foráneos que se precien de estar a la moda.
Aunque existen diversos criterios en torno a su surgimiento —y esta reportera es bailadora, pero no experta—, resulta innegable que la salsa musicalmente hablando tienen en su base el son de Piñeiro, la timba que viene del guaguancó y hasta el songo de Juan Formell, sin desconocer las sonoridades novedosas y riquísimas que le dan dado los ingredientes adquiridos en Puerto Rico, donde algunos dicen que tiene su capital, aunque en tal caso especifican: salsa boricua. Otros afirman que hizo explosión en Nueva York, y que volvió a la Mayor de las Antillas… presentada en otra charola.
Lo que sí resulta innegable es que el ADN de la salsa se encuentra aquí. Quizá, por ello, un evento que ya se ha tornado habitual como el Festival Internacional de la Salsa de Cuba, acoja a tanto foráneo ávido por escuchar en vivo a las agrupaciones de música popular cubana, y por probar suerte bailando en casa del trompo; aunque ninguna de esas orquestas que amenizan el Festival se defina, específicamente, como salsera.
Este, el V Festival, se ha celebrado durante esta semana y ha sido otra evidencia de cuánto prende en el mundo el gusto por sentirse salsero, sin que ritmos en boga como los llamados géneros urbanos, alternativos, o el siempre mirado con reservas reggaetón, logren desplazar la salsa.
Sobre todo, se la prefiere cuando se busca cadencia y, por qué no, diversión que no llega solo a cuenta de la música contagiosa, sino de las ocurrentes y populares letras que, como ocurre con la guaracha, aluden a situaciones cotidianas y al doble sentido para resultar picantes… sin herir el pudor ni el paladar.
Antes que la cuarta noche arrancara en firme, la música grabada ya movía los pies de varias parejas que, muy temprano, ocuparon puestos en la explanada donde se encontraba el terreno de béisbol del antiguo Vedado Tenis: un exclusivo club antes de 1959 que luego pasó a ser círculo social obrero (según la nomenclatura aperturista y no discriminatoria que instauró la Revolución) y que ahora, remodelado, es identificado como Club 500.
Allí, donde antes se hallaba el diamante de pelota, está la inmensa pista bailable que los ecuatorianos Mariela Vera y Mauricio Mantilla estrenaron antes que la orquesta El hijo de Teresa subiera a escena.
La presencia de los ecuatorianos en la capital cubana puede dar fe del prestigio que gana el Festival. Viajaron aquí solo para asistir al evento, y bailan tan bien, que nadie habría dicho que no eran cubanos de no ser por ciertas filigranas con los brazos que remiten, indefectiblemente, a la salsa de salón que se enseña en otros lares.
Ella, con tanto entusiasmo y energía que tuvo que prescindir del abrigo a pesar del frío nocturno, a solo dos o tres cuadras del Malecón, dio las claves al ojo aguzado y el oído atento de las reporteras de Por Esto! cuando inquirieron por su destreza.
—Aprendí en una escuela de baile de Quito. Se llama Aché. Y esta es la segunda vez que venimos solo para estar en el Festival.
El nombre de la academia remite, directamente, a la Isla. Y puede aplaudirse lo bien que allí instruyen. Pero esta pareja no es la única de su tipo. Como Mariela y Mauricio, peruanos, algunos europeos, y un nutrido grupo de argentinos hacían lo suyo un poco más allá en la pista de baile; sin contar las muchachas solas quienes, al estilo que usamos también las cubanas hoy en algunos bailes populares, danzaban como en las carrozas de los carnavales: de cara al público y sin que la falta de un “partner” impidiera su acertada interpretación, incluyendo los difíciles movimientos de hombros de las danzas afrocubanas, cada vez que El hijo de Teresa entronaba cánticos cercanos a lo que aquí se escucha en los llamados toques de santo, o bembé.
Más allá de nuestros confines
Maikel Blanco, un reconocido intérprete de la música popular cubana, preside el comité organizador de un evento que este año ha vuelto a reunir a los mejores intérpretes de la llamada música popular cubana e invitados internacionales como el puertorriqueño Víctor Manuelle.
Orquestas consagradísimas como Los Van Van y Adalberto Álvarez y su Son se han dado la mano sobre la tarima con Alexander Abreu y Habana de Primera, la Charanga Habanera de David Calzado, Manolito Simonet y su Trabuco, entre otros de la amplia plantilla de conjuntos musicales del patio que hacen mover los pies de los cubanos, donde quiera que toquen.
El Festival persigue, ante todo, hacerse de espacios en los circuitos internacionales dedicados a estos eventos. Y, según los entendidos, tiene posibilidades de lograrlo sin perder —y esto es lo más relevante— los patrones de la música cubana.
Hay que venir y gozar para saberlo.