Jorge Gómez Barata
Historia del desarrollo
VI
Los juicios estándar no son aplicables al proceso político cubano que constituye una excepción. Lo que pudiéramos llamar el “Programa de Desarrollo Cubano” iniciado con la Revolución, comenzó por donde otros pretenden terminar, lo cual es a la vez fortaleza y hándicap y ha requerido una inédita capacidad de innovación social.
Aunque raras veces se presenta de ese modo, las doctrinas desarrollistas practicadas en América Latina, han procurado, mediante procesos más o menos dilatados, mejorar los niveles y la calidad de la vida de las mayorías, y establecer rangos de justicia social. Cuba lo hizo de modo inverso: primero la justicia y el bienestar, luego el desarrollo. Obviamente, se trata de una herejía económica, pero, qué es la Revolución sino la más grande de las herejías.
La visión de quienes llevaron a Cuba la caña de azúcar y el café, unido al tabaco y el ganado vacuno, la feracidad del suelo, las habilidades empresariales de los “indianos” y hacendados criollos y el aporte, aunque forzado decisivo, de la poderosa mano de obra esclava africana, facilitaron el despegue económico de la isla que, a finales del siglo XVIII se había convertido en la “azucarera del mundo”. Para esa fecha producía unas 6 mil toneladas, en 1830 eran cerca de 100,000 y en 1894 se llegó al millón.
En los años sesenta, cuando en América Latina se daban los primeros pasos en la promoción de la doctrina de desarrollo, basada en el crecimiento económico mediante la sustitución de importaciones y se implementaba la Alianza para el Progreso, la Revolución cubana se adelantó al adoptar como meta histórica la “construcción del socialismo” que pudiera asumirse como un programa de desarrollo, cosa que no es, al menos no del modo usual.
Mientras las opciones convencionales de desarrollo se concentraban en el crecimiento económico y en mejoras sociales graduales, sin rebasar el horizonte capitalista, el proyecto socialista mundial entonces liderado por la Unión Soviética, apostaba por un cambio radical de conjunto del sistema social, lo cual además de la economía, implicaba programas sociales, confrontaciones de clases, así como luchas políticas e ideológicas cuya envergadura complejizaba los cometidos económicos y no pocas veces los dificultaba.
La propuesta de la Revolución Cubana, además de los desafíos que implica avanzar rápidamente para tratar de vencer el atraso económico y la pobreza, tuvo que lidiar con tensiones sociales y políticas de diverso carácter, agravadas por la exacerbación en grado superlativo del diferendo con Estados Unidos, a lo cual se sumaron las complejidades derivadas de la alianza económica y político-militar con la Unión Soviética y la asimilación de las ideas socialistas y del marxismo-leninismo hasta convertirlo en ideología oficial.
Mientras los países que diseñan programas de desarrollo con filosofías austeras y, con gastos públicos mínimos y se enfocan sólo en el crecimiento económico, la industrialización, la sustitución de importaciones, emprendiendo acciones sociales mínimas, no levantan excesivas expectativas ni están condicionados por premisas ideológicas, el socialismo cubano intenta avanzar simultáneamente en todos los terrenos, lo cual convierte al proyecto en una mega empresa excepcionalmente compleja.
Urgida de sobrevivir a la vez al bloqueo de los Estados Unidos y la crisis creada por el colapso de la Unión Soviética que fue devastadora para la economía y los programas sociales de la isla, con cautela, en los años noventa, Cuba elaboró una doctrina de trato a la inversión extranjera que, de no haber sido por el bloqueo estadounidenses y algunos prejuicios hacia el capitalismo, pudo haber sido exitosa.
Una limitante de la política de entonces era que no admitía la propiedad ciento por ciento extranjera, no cedía ni compartía el mercado local y el único asociado posible era el gobierno. Durante una etapa la tenencia de divisas estaba penalizada y no existían entidades bancarias privadas capaces de manejar grandes volúmenes de capital.
Entonces se pedía que los inversionistas aportaran capital+tecnología+mercado. Lamentablemente, se excluía los pequeños y medianos capitales extranjeros, a los cubanos de ultramar y a los potenciales inversionistas nacionales y no había como hoy un sector no estatal de la economía que espera su oportunidad.
En la historia del desarrollo latinoamericano, Cuba es un caso “sui generis” capaz de generar expectativas de que haciendo las cosas de modo diferente se obtengan resultados distintos y mejores. Sobre esta experiencia luego les cuento más.