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Zheger Hay Harb

En medio de esta crisis de la que nadie sabe todavía cómo salir, cuando se exige de sus dirigentes la máxima capacidad y transparencia en su gestión, estamos viendo que los dirigentes están muy lejos de las necesidades del momento.

No es sino ver a Donald Trump, más cerca del pato de su mismo nombre que del gran dirigente que su nación exige, minimizando este drama cuando los muertos caen en las calles de Nueva York, luego llamando virus chino al Covid-19 ante la evidencia de su mortalidad como si fuera un juego atribuir la responsabilidad de la pandemia a China y después recomendando beber desinfectantes para ropa o inyectárselo en las venas, con lo cual ocasionó que muchos en esa masa ignorante que lo eligió y que parece ser no del pujante Estados Unidos sino de países atrasados, lo tomaran al pie de la letra y murieran no por el virus sino por hacerle caso.

Y como tema distractor, monta una chambonada de intervención en Venezuela hasta el momento fallida por fortuna.

¿Y qué tal Bolsonaro? El gran Brasil, el de Lula, el que tanto ha aportado a la cultura latinoamericana, el gigante del Amazonas, ahora soporta las idioteces de un presidente que se esmera en ser una caricatura de la extrema derecha con la consecuencia de muertes y más muertes cada día porque cree que puede exterminar el virus dándole el mismo trato que a sus adversarios políticos.

Colombia no podía quedarse atrás con un presidente que cada día se desdibuja más. Hace payasadas que resultan trágicas porque son hechas con los recursos que deberían destinarse a sacarnos del embotellamiento en que nos encontramos por la inequidad y la corrupción y que en cambio utiliza para hundirnos más en nuestros endémicos problemas.

Ahora se le ha dado, en el intento de levantar sus índices de aprobación, por interrumpir la programación de todos los canales de televisión para hablar todas las noches. En esto, como en tantas cosas, el Covid-19 está sirviendo de excusa para volarse las talanqueras de la ley. Ya en 2001 la Corte Constitucional había declarado inconstitucional que el presidente de la República utilice los servicios de televisión sin ninguna limitación, recordando que con ese pretexto “regímenes de corte totalitario manipularon la opinión pública deformando la realidad”.

Gracias a eso ha subido unos puntos su popularidad, que no obstante sigue siendo baja (las encuestadoras más benévolas le dan 50%, que ya es bastante frente al 23% que tenía).

Pero esa vitrina no le ha parecido suficiente y por eso sacó del dinero destinado a la consolidación del proceso de paz para maquillar su imagen como denunció la revista Semana que no es precisamente de izquierda ni antigobiernista: 3.350’000.000 (dólar a 3.500 pesos) le pagó a una agencia para eso.

Y así, ese niño travieso que tenemos de presidente, que aparece juguetón saludando a sus ministros chocando los codos, desvió el dinero del Fondo Paz, que tiene como objetivo la “financiación de programas de paz encaminados a fomentar la reincorporación a la vida civil de los grupos alzados en armas” para su vanidad. Le pintaron canas cuando en la campaña a la presidencia se hizo obvio que nadie lo tomaba en serio porque sus únicas gracias eran el baile, la guitarra y las cabezaditas con el balón y ahora, cuando durante la pandemia van 31 líderes sociales y 12 ex guerrilleros asesinados, el dinero que debía dedicarse a garantizar su seguridad se va en levantar la imagen presidencial.

Pero no sólo fue eso: cuando todavía no llegamos siquiera al pico de la curva de contagios, destinó $9.000’000.000 para comprar camionetas blindadas para la escolta presidencial.

Hoy la citada revista reveló que además el presidente acaba de firmar un contrato de 480’000.000 de pesos para realizar una encuesta sobre imagen de los ministros y altos funcionarios. No para hacer una evaluación de su desempeño, que es lo que correspondería, sino para medir su aceptación. Así mismo, se proponen con ese contrato “hacer una evaluación del estado de ánimo general de la población (urbana y rural)”.

Casi colindantes con el palacio presidencial están varios de los barrios sub normales de Bogotá, verdaderos cinturones de miseria cuya situación se ha agravado hasta límites mortales por la epidemia porque en su mayoría son trabajadores informales.

No necesita el presidente contratar a nadie para conocer su estado de ánimo. Con que camine 20 minutos puede constatarlo. ¿Acaso las manifestaciones multitudinarias de los primeros meses del año que lo llegaron a asustar y que el coronavirus obligó a suspender no le mostraron cómo los percibe la población?

Mientras el presidente hace llamados a la austeridad, que se traducen en reducción de las condiciones de empleo, él da imagen de despilfarro: el dinero destinado a aliviar la situación de los más pobres lo giró a los bancos y ahora va a “prestarle” dinero a Avianca, una empresa evasora de impuestos en Colombia y cuyos problemas financieros no son consecuencia de la pandemia sino de sus malos manejos anteriores.

Así no hay mago que logre levantar su imagen.

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