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Opinión

Por Jorge Lara Rivera

La serie de audaces medidas por parte de Jorge Mario Bergoglio Sívori, conocido como ‘Francisco’, papa 266° de la cristiandad católica, tomadas en las últimas semanas, dejan entrever que enfrentará a sus enemigos al interior de la jerarquía clerical sin amilanarse por la rebelión encabezada por el arzobispo Carlo Maria Viganò, Nuncio Papal en Washington entre 2011 y 2016, perteneciente al ala ultraconservadora, quien ha puesto en entredicho al Pontífice romano evidenciando su doble discurso al demandarle dimitir del trono de San Pedro, al aducir que encubrió al cardenal norteamericano Theodor McCarrick, a pesar de conocer las acusaciones de abuso sexual que sobre él recaían porque en 2013 el propio Viganò se las enteró con respecto a la “corrupción de generaciones de seminaristas y sacerdotes” perpetrada por el purpurado, poco luego de que aquél ascendiera al papado; y peor: porque fue ‘Francisco’/Bergoglio quien eximió al ahora ex cardenal norteamericano de las sanciones que Benedicto XVI le había impuesto. Tal señalamiento fue respaldado por monseñor Jean-François Lantheaume, ex asesor en Washington de la legación de la Santa Sede. Pero también a los adversarios de fuera.

Un significativo giro en la fangosa farsa de hipocresía protagonizada por la Iglesia católica del rito romano a lo largo de 20 siglos, donde al tiempo que se erigió en juez inflexible de virtudes y moral ajenas, se entregó entusiasta y libertina a cuanto vicio pudo. Los del papa son actos desesperados destinados a contener la erosión de credibilidad que la casta clerical afronta a escala mundial, confirmando ante la percepción social que el propósito de enmienda es serio. Así, en las semanas recientes ‘Francisco’ ha aceptado o dispuesto la dimisión de cardenales, obispos y clérigos.

Efecto de tales medidas son la renuncia de 9 de los 30 obispos chilenos involucrados con los escándalos de pederastia y abuso sexual contra niños y seminaristas, perpetrados por la curia a lo largo de al menos 60 años. Apenas el 13 de este mes, tras concluir su audiencia con el conservador presidente de Chile, Sebastián Piñera, desde el Vaticano se informó la expulsión de 1 par de pájaros de cuenta, los obispos chilenos Marco Antonio Órdenes Fernández, arzobispo emérito de Iquique, y del emérito de La Serena, José Cox Huneeus. Ambos quedaron fuera del sacerdocio, la mayor pena aplicable del rito romano católico por la decisión papal que no admite recurso, tomada dos días antes.

Previamente, en septiembre (28) el otrora poderoso sacerdote de 88 años, (de)formador de obispos, Fernando Karadima, cuyo caso había causado la indignación popular al punto de empañar con airadas protestas la última visita del Pontífice a Chile, fue expulsado del sacerdocio. Y es que el horno no está para bollos: más de 100 religiosos (obispos, sacerdotes y laicos) están bajo investigación de autoridades policiacas de ese país suramericano como probables autores o encubridores de casos de abuso sexual contra menores e incluso adultos cometidos a lo largo de 6 décadas y han requerido información sobre ellos al quisquilloso Vaticano, cuando de rendir cuentas propias se trata.

Con respecto al espinoso caso del cardenal estadounidense Theodore McCarrick, cuyo manejo dio pie a las acusaciones de los conservadores contra ‘Francisco’ y quien permanece recluido desde julio por orden papal que le prohíbe ejercer su ministerio ante el alud de acusaciones contra él por abuso sexual.

La novedad es que todo parece indicar que Bergoglio finalmente resolvió controlar los daños y lo ha abandonado. Sugiere tal que dispusiese una investigación más profunda de los archivos del Vaticano sobre él, aunque astutamente, “curándose en salud” por si de ella se desprendiese inconsistencia entre el discurso y la acción papales, cauteloso adelantase que lo que hoy se considera un comportamiento inadmisible, pudo ser estimado de otro modo en el pasado (“Ni el abuso ni su encubrimiento pueden ya ser tolerados y un trato distinto a los obispos que han cometido o encubierto abusos representa en los hechos una forma de clericalismo que ha dejado de ser aceptable”).

Obispos estadounidenses habían exigido una investigación exhaustiva del Vaticano sobre de qué modo logró McCarrick encumbrarse en la jerarquía pese a sus crímenes. Y es que desde noviembre del 2000 el Vaticano supo de quejas de seminaristas a quienes acosaba McCarrick para tener sexo con él, pues el padre Boniface Ramsay, profesor en un seminario de Nueva Jersey, envió una carta alertando sobre la preocupación de seminaristas tras el nombramiento de McCarrick como arzobispo de Washington. Era secreto a voces que McCarrick invitaba a seminaristas a su casa en New Jersey, ubicada junto al mar, a compartir su cama.

Y no obstante, en 2001 Juan Pablo II lo hizo cardenal, Aunque en 2006 tras cumplir 75 años –edad canónica de retiro– McCarrick renunció al arzobispado, sólo en julio de 2018, ‘Francisco’ aceptó su renuncia al capelo cardenalicio cuando se hizo evidente, por una investigación de la propia iglesia estadounidense, la credibilidad de la denuncia de que en la década del 70 hizo tocamientos inapropiados a un monaguillo.

A esta acusación han seguido la de otro hombre que acusa al jerarca de abusar de él cuando era adolescente y la de varios otros porque McCarrick los acosó siendo seminaristas o curas jóvenes.

En ese contexto cobra otra luz: que el Jorge Mario Bergoglio aceptase la renuncia de otro jerarca estadounidense, el cardenal Donald Wuerl, arzobispo de Washington, enlodado hasta el cuello en los casos de pedofilia y abuso cometidos en ese país por mala gestión y encubrirlos cuando era obispo de Pittsburgh, pues su nombre aparece decenas de veces en el ‘informe de la Fiscalía de Pensilvania’, que describe más de 1,000 casos de abusos sobre menores perpetrados por 300 sacerdotes que configuraron una red de trata de menores.

Aunque Wuerl ha rechazado las acusaciones aseverando que tan pronto supo de los crímenes se dedicó a investigar. El monseñor, de 77 años, presentó al Vaticano en septiembre su renuncia tras conocerse el documento, la cual solicitó hacía 3 años por edad. Muy a su pesar el Papa ha tenido que aceptar la dimisión.

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