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Opinión

Donald Trump al límite

Por Jorge Gómez Barata

No se necesita ser una autoridad en el estudio de los comportamientos humanos en situaciones extremas para percibir que una criatura inflexible, vanidosa y egocéntrica como Donald Trump, puede ser también decididamente hipocondriaco y temeroso ante fenómenos que lo dañan, escapan a su control y frente a los cuales el dinero y el poder son impotentes. A ello se añade que la enfermedad no es su único problema. Puede perder la reelección en cuyo caso, como ciudadano, tendría que enfrentar situaciones judiciales inéditas.

Según trascendidos, más o menos especulativos y con base a declaraciones de altos cargos, debido al cúmulo de denuncias y presunciones, en caso de perder la elección presidencial, Donald Trump pudiera ser llevado ante los tribunales, entre otras cosas, por evasión de impuestos o fraude fiscal y, en caso de ser hallado culpable, ser condenado como manda la ley. Los fantasmas de la trama rusa, no dejan de rondar.

Aunque respecto a la justicia ordinaria y los delitos comunes, la inmunidad del presidente de los Estados Unidos es total, no ocurre lo mismo con los ex presidentes. Si bien, mientras desempeñe el cargo, el mandatario no puede ser arrestado, juzgado, condenado ni siquiera citado para comparecer ante un tribunal o Gran Jurado, ese blindaje desaparece al poner un pie fuera de la Casa Blanca.

Entre las especulaciones del momento figura la posibilidad de que el presidente renuncie a ser candidato y de oportunidad al Comité Nacional Republicano, cabeza del partido, para designar a un nuevo aspirante que pudiera ser el vicepresidente Mike Pence. Otro escenario es que dimita como presidente, ante lo cual Mike Pence asumiría el mando y, según se cree, pudiera hacer como Gerald Ford que, en 1974 exoneró al dimitente Richard Nixon de toda responsabilidad por el escándalo Watergate, una controvertida decisión que lo persiguió toda la vida.

Algunos especialistas consideran que tal cosa no sería posible porque el presidente Donald Trump no está formalmente imputado de cargo alguno ni forma parte de una trama política como la de Watergate, por lo cual la exoneración no procede, aunque tal vez podría encontrarse algún tecnicismo que la haga posible. En cualquier caso, los malestares y los riesgos de la agresiva enfermedad que padece se multiplican por tensiones y preocupaciones de carácter político y jurídico que no favorecen la recuperación que, en el mejor de los casos, tomará semanas y requerirá cuidados difícilmente compatibles con los rigores de una intensa campaña electoral que es simultánea con el ejercicio de sus deberes presidenciales.

La enfermedad del presidente es un hecho corroborado por él mismo, que ha requerido hospitalización, aislamiento y medicación y que avanza dejando atrás una impresionante zaga de 35 millones de infectados y más de un millón de muertos, doscientos mil de los cuales son estadounidenses como Trump, quien deberá asumir la adversidad, deponer orgullo y aplazar metas para tratar de recuperarse. La edad, los antecedentes médicos y las enormes tensiones bajo las cuales vive no le favorecen. Suerte.

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