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Opinión

La prensa avasallada por el capital

Por Zheger Hay Harb

La Revista Semana, refundada en 1982 en su última etapa (había sido creada en 1946 por Alberto Lleras, ex presidente liberal, secretario general de la OEA) fue un referente en la vida nacional hasta el día de ayer cuando la política editorial marcadamente de derecha que impuso su nuevo dueño, el empresario Jaime Gilinsky, llevó a la renuncia masiva de periodistas, columnistas y altos directivos, incluido su presidente.

Aunque es un medio colombiano, su resonancia internacional ha sido fuerte por su prestigio reconocido con numerosos premios nacionales e internacionales y porque cualquier atentado contra la libertad de prensa ofende no sólo al medio y el país al que se aplique sino al consenso internacional sobre la necesaria separación entre el manejo financiero y la línea editorial especialmente cuando los medios pasan a ser propiedad de empresarios ajenos al periodismo, como está ocurriendo en Colombia: además de la revista que analizamos, el periódico El Tiempo, fundado a comienzos del siglo pasado por periodistas, pasó a ser propiedad de Luis Carlos Sarmiento Angulo, banquero, el hombre más rico del país y uno de los más ricos del mundo; Caracol radio y Caracol televisión, así como RCN televisión y radio también pasaron a manos de empresarios ajenos al periodismo; el periódico El Espectador, cuyo director fue asesinado por Pablo Escobar es ahora propiedad del grupo Santodomingo, aunque hay que reconocer que en este último caso los propietarios respetan la autonomía editorial del director.

Hace dos años el dueño de Semana, el periodista Felipe López, vendió la mitad de las acciones al banquero y empresario inmobiliario Gilinsky, totalmente ajeno al periodismo y desde ese momento empezó a verse el viraje cada vez más hacia la derecha de un medio que había sabido mantener un esquema de seriedad y buen periodismo con varias de las mejores plumas del país.

El año pasado se presentó un evento bizarro: su columnista más leído, que ha destapado muchos de los escándalos más sonados y crítico del ex presidente Álvaro Uribe y del actual gobierno, fue despedido.

Dice él que Gilinsky le dejó claro que él era Uribista y Trumpista y que su propósito era crear una especie de Fox News criolla, a imagen y semejanza de esa cadena de extrema derecha gringa. ¿Sería por eso que el nuevo dueño fue nombrado embajador alterno de Colombia en la ONU? En solidaridad con el despedido renunció el columnista de humor político Daniel Samper Ospina y, con el padre de este, uno de los mejores periodistas investigativos del país, montaron un medio alternativo que fustiga al gobierno y ha logrado una altísima audiencia.

A partir de ahí se fue viendo la deriva derechista de la revista: botaron de un día para otro y sin previo aviso al director y la editora de la revista Arcadia, un medio cultural de primer nivel, luego de que sacaron un número dedicado a Memoria histórica con insumos de la Comisión de la Verdad. Luego de eso cerraron la revista, despidieron a los columnistas más críticos de Semana y crearon una plataforma digital con más recursos que la revista escrita y entronizaron como su directora a una periodista de derecha afín al ex presidente Uribe, hasta cuando la situación fue tan abiertamente gobiernista que renunció la planta de periodistas de excelencia con que contaba la revista.  Salieron el director nombrado hacía apenas un mes, muchas veces premiado por sus investigaciones, y todos los columnistas a excepción de dos de posición conservadora y gobiernista. Todos ellos de excelencia.

Se acaban así los debates de Semana en que personajes de diversas tendencias realizaban análisis de coyuntura; el proyecto denominado Mafialand en que una de sus articulistas destapaba entronques de algunos políticos y militares con el mundo de la mafia; el periodismo investigativo que nos daba cada semana análisis políticos responsables y los artículos que con base en hechos desbarataban los ataques al proceso de paz, controvirtiendo los enfoques adversos de otros periodistas del medio en un enfrentamiento respetuoso. Con ellos se van muchos de los premios nacionales e internacionales de periodismo ganados en muchísimos años de experiencia, algunos de los cuales estaban en la revista desde su fundación pero eran profesionales desde antes de que ésta existiera.

Fueron 38 periodistas –hasta el momento porque a cada minuto se conoce una nueva renuncia- prácticamente todo el equipo de redacción, encabezados por el presidente de la revista que desde hacía 20 años era su director y había sido ascendido hace apenas unos días, miembro de la familia Santos, una saga de periodistas antiguos dueños del periódico El tiempo heredado de un presidente de la República y de la cual hacen parte el ex presidente Juan Manuel Santos, premio Nobel de Paz, el ex vicepresidente Francisco Santos, además del mismo padre del ahora recién renunciado, uno de los periodistas más prestigiosos del país que había participado en la preparación de la mesa de diálogo con las Farc en La Habana.

Como el antiguo dueño de Semana, Felipe López, es hijo y nieto de expresidentes de la República y ambas familias –Santos y López hacen parte de la oligarquía ilustrada del país, no sabemos si a eso se refiere la siguiente afirmación de Gilinsky: “es necesario revisar ineficiencias en riquezas heredadas”.

Los uribistas están de plácemes con la salida de esa planta de periodistas y están haciendo llamados en las redes sociales para que se suscriban masivamente a la nueva revista. En la vertiente contraria se ha dado un retiro masivo de suscriptores. La nueva directora de la revista no está catalogada entre los mejores en este país que desde siempre ha sido una cantera de periodistas formidables y los reemplazos que van llegando no alcanzan la calidad de quienes renunciaron. Un periodista radial se mostraba escandalizado hoy al conocer que uno de los nuevos contratados es un actor de telenovelas cuyo mayor mérito es ser gobiernista y de derecha.

Nadie puede exigir que un medio de prensa deba dar pérdidas para ser considerado serio; por el contrario, debe ser una empresa que genere ganancias, pero atar su futuro a la obsecuencia ante el gobierno parecen haber cavado su propia tumba.

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