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Por Guillermo Fabela Quiñones

Los avances en la elaboración de vacunas contra el COVID-19 en el mundo, aseguran que para el primer trimestre del próximo año se podrá aplicar en los países más afectados, entre ellos México. Sin embargo, esto no garantiza que la realidad vaya a cambiar favorablemente en poco tiempo, por las secuelas que tendrá para la humanidad la pandemia, las cuales sólo se podrían paliar con más eficacia en la medida que se consolide la conciencia ciudadana sobre el imperativo de fortalecer el estado de derecho, en el mundo y entre los pueblos.

En adelante viviremos un nuevo orden mundial, decisivo para el futuro de la civilización. La forma en que se oriente su proceso marcará el rumbo a seguir. Los pueblos tienen todo por ganar y nada que perder, pues lo perdieron casi todo en más de tres décadas de vivir en un modelo económico y social inhumano y depredador desde que la raza humana empezó a organizarse para sobrevivir y superar las adversidades de su entorno.

En este sentido, el enemigo a vencer no es sólo el COVID-19 sino el conjunto de intereses globales que pretenden dirigir el nuevo orden mundial con el objetivo de asegurar su hegemonía el resto del siglo XXI. El sueño de Hitler, de crear un imperio milenario, ha sido revivido por la súper plutocracia más poderosa que jamás haya existido en la Tierra. No es una exageración afirmar que estamos en la línea divisoria entre un apocalipsis real y la posibilidad última de rescatar a la humanidad de su destrucción.

Ahora no hay necesidad de una tercera guerra mundial para crear una debacle total. En vez de bombas atómicas que arrasarían con todo, incluyendo el poderío económico de la súper plutocracia global, se tienen las “armas” químicas más sofisticadas y eficaces jamás vistas. Evitar su uso masivo contra los pueblos es la única condición para garantizar la sobrevivencia de la raza humana. Por eso es vital que los pueblos tomen el control de las instituciones del Estado, como un primer paso para frenar las ambiciones de oligarquías corruptas, voraces y deshumanizadas.

La verdadera pesadilla no es la pandemia actual, la cual según el presidente López Obrador se va a terminar con la vacuna, sino la resaca que nos dejan más de tres décadas de neoliberalismo. Este es el gran reto a enfrentar, proceso que será cada vez más difícil en la medida que no se tenga la voluntad política necesaria, como es el caso hasta este momento. La fuerza política y económica de los principales magnates mexicanos sigue intocada. Las medidas tomadas hasta ahora por el gobierno de la Cuarta Transformación (4T) así lo demuestran.

Lo más riesgoso para el propio régimen es que se pase la oportunidad para impulsar las transformaciones estructurales necesarias para apuntalar un cambio verdadero, no meramente superficial. Para la cúpula oligárquica es hasta conveniente que el mandatario prosiga sin tregua su lucha contra la corrupción. Es una poda de “ramas secas” que les beneficia mientras no toque sus intereses. Con todo, llegará el momento en que deba hacerlo, o recular con la expectativa de que las clases mayoritarias no le exijan seguir adelante. Esto explicaría el desinterés del Presidente por organizarlas.

El tiempo apremia, urge actuar con tácticas y estrategias favorables a una verdadera transformación. Ejemplo, entre muchos otros, las huelgas que afectan al sector minero por la tozudez del magnate Germán Larrea en no ceder a las justas demandas de los trabajadores. El Presidente se comprometió a ser “intermediario” entre el Grupo México y el sindicato nacional de mineros, pues “con ambos tengo buenas relaciones”. El fondo del asunto es que ante un problema estructural como éste no se necesitan buenas intenciones, sino elemental justicia.

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