Podríamos comenzar esta historia con un avión comercial que despega desde Grecia, en ruta hacia Lituania, el cual es desviado hacia Minsk y escoltado por jets de combate, aparentemente con un único objetivo: arrestar a un joven de 26 años, Roman Protasevich, disidente y refugiado, periodista cofundador de un canal de Telegram. Pero en realidad hay que irse un poco atrás.
Empecemos por acá: El 29 de julio del año pasado, Aleksandr Lukashenko, el presidente bielorruso, hombre fuerte y líder del país desde 1994, mandó arrestar a 33 contratistas de seguridad rusos de la empresa Wagner.
Unos días después, Lukashenko, considerado un líder enormemente errático e imprevisible, enviaba 3,000 tropas hacia su frontera con Rusia desafiando a su aliada. Para quienes seguimos continuamente los acomodos geopolíticos, esto era muy difícil de entender. ¿Por qué se estaban generando tensiones entre Moscú y Minsk, dos aliadas tradicionales? No obstante, transcurridos 10 días de estos eventos, hubo elecciones en Bielorrusia. Y mientras Lukashenko afirmaba haber logrado una victoria arrasadora, se estaba cocinando en ese país un movimiento social de protesta que verdaderamente puso a temblar al régimen.
El joven Protasevich, desde el exilio, mediante su canal de Telegram llamado Nexta, jugó un rol crucial en la organización de esas protestas.
Cientos de miles salían a las calles cada semana acusando al régimen de fraude electoral. Minsk contenía y reprimía las protestas. Europa y Estados Unidos sancionaban a Bielorrusia. Y claro, ante ese panorama, Putin tuvo que salir en defensa de Lukashenko. Las fichas parecían volver a acomodarse.
El tema de Bielorrusia había rebasado lo local. Ya para septiembre, tropas estadounidenses y de la OTAN llevaban a cabo ejercicios militares en Lituania, muy cerca de la frontera con Bielorrusia. Moscú expresaba contundentemente su posición ante la escalada de la situación. Imposible olvidar que justo en esos meses del 2020, también en Rusia tenía lugar un movimiento social a raíz del caso del opositor Navalny, envenenado y posteriormente aprehendido.
Lukashenko se fue sintiendo cada vez más empoderado. Su lugar estaba protegido por el Kremlin. Eso le otorgaba un margen de maniobra. Minsk cambió sus tácticas: en lugar de ir masivamente en contra de los manifestantes, fue desarrollando estrategias muy dirigidas en contra de figuras clave del movimiento opositor.
Se multiplicaron las desapariciones y arrestos de quienes eran considerados peligrosos. Las protestas se fueron apagando. Además, hubo cambio de mando en Washington y, siendo tantos los temas que enfrentan a Biden con Putin parecía que lo último que se deseaba era añadir un elemento adicional. Al final del camino, el costo que Minsk ha tenido que pagar por sus acciones ha sido bastante bajo.
Esto explica, en parte, el nivel de determinación que Lukashenko ha venido mostrando estas últimas semanas. Apenas el 18 de mayo, cerró un sitio crítico de noticias, Tut.by, con lujo de fuerza, redadas y arrestos. Cinco días después, en un operativo diseñado e implementado por su KGB (ahí se sigue llamando KGB), decidió bajar el avión comercial de Ryanair para arrestar a Protasevich.
Para ser claros, Putin no es un incondicional seguidor de Lukashenko. Sin embargo, dada la evolución de la conflictiva entre Rusia y Occidente, Bielorrusia se ha insertado cada vez más en la agenda que enfrenta a las superpotencias. Eso es lo que permite al presidente bielorruso exhibir su poder bajando un avión comercial que pasaba por su espacio aéreo, en plena ruta hacia otro país, con tal de arrestar a un joven disidente que considera una amenaza por su actividad digital desde el exilio.
Por Mauricio Meschoulam