Alrededor de 12 países del mundo son socialistas o avanzan en esa dirección sin haberse empeñado en “construir el socialismo”. Cuatro (Dinamarca, Islandia, Noruega y Suecia), son escandinavos, igual número de otras regiones europeas (Alemania, Austria y Suiza, Finlandia y Holanda) y dos (Australia y Nueva Zelanda) de Oceanía.
Estos países, ninguno de los cuales es perfecto ni constituye un paradigma, tienen en común cultura política y modelos de sociedad que combinan el liberalismo político y la economía de mercado, con idearios socialdemócratas de matriz marxista. Todos han alcanzado altos niveles de desarrollo económico y social (renta alta), son democracias consolidadas y disfrutan de elevados estándares de paz social, lo cual atenúa las contradicciones y luchas de clases. También comparten la tolerancia política, el pluralismo cultural y la desideologización y en ellos la corrupción es mínima.
Aunque algunos integran alianzas militares y políticas, comparten tendencias pacifistas, ausencia de militarismo, y abstinencia nuclear y excepto en temas medioambientales, su protagonismo internacional es mínimo; con la excepción de Australia, raras veces se mezclan en conflictos y contiendas más allá de sus fronteras y el pragmatismo, la discreción y la moderación forman parte de sus estilos de vida.
Entre sus gobernantes han figurado reputados estadistas, entre otros, Olof Palme, Willy Brand, Bruno Kreisky El estatus de estas naciones y sus proyecciones ofrece argumentos a la conclusión de que, como sugirió Karl Marx, el socialismo es un estado social que se alcanza por vía del progreso general y no un régimen que se construye a partir del voluntarismo.
Es pertinente advertir que, aunque en sus tendencias de desarrollo están presentes rasgos socialistas, no todos los países desarrollados avanzan en esa dirección. El ejemplo más notorio son los Estados Unidos que parecen creados para desmentir a Marx. El país más industrializado no tuvo nunca una clase obrera políticamente protagonista, no desarrolló un movimiento sindical presentable, nunca ha tenido un partido socialdemócrata y el movimiento comunista fue allí minúsculo e importado.
Tal vez por la rudeza del proceso de asentamiento de los primeros colonos, por haber sido colonia y practicado la esclavitud, el acendrado individualismo incorporado a su cultura los norteamericanos no han creado un estado de bienestar. A pesar de la religiosidad que los caracteriza, rechazan el asistencialismo del estado y no son benevolentes ante la pobreza. Muchos, en especial las élites, estiman que los pobres son perdedores que desaprovecharon oportunidades, criterio que trasladan más allá de sus fronteras.
Tal vez por estas y otras circunstancias la manera con que Franklin D. Roosevelt encaró la Gran Depresión y la crisis económica y social de los años treinta es un paradigma, como significativa es la prédica de Bernie Sanders respecto al “socialismo democrático”, basado sobre todo en sugerencias de innovaciones en la participación social del estado. Los países nórdicos no son socialistas, pero están en el camino porque el organismo social, como los demás, crece y madura. La politización extrema, el culto a las tensiones sociales y a la violencia de clases, y la ideologización que lleva al solipsismo ideológico estorba más que ayudar. Los caminos no se hacen solos y los atajos pueden ser trampas.