El 31 de marzo de 1954, Viacheslav Molotov, canciller de Nikita Jruzchov, sucesor de Stalin, entregó una nota a los embajadores de EE.UU., Francia y el Reino Unido en Moscú, proponiendo a occidente la entrada de la URSS en la OTAN.
El núcleo de aquella propuesta era crear un “Sistema de Seguridad Colectiva” al cual se incorporarán todas las potencias europeas participantes en la coalición anti hitleriana, incluida la Unión Soviética + Estados Unidos. De esa manera la OTAN, carente de enemigos, hubiera podido ser una eficaz entidad de cooperación. La idea hubiera atenuado la Guerra Fría y evitado la creación del Tratado de Varsovia en 1955.
En un artículo en el diario español El País publicado el 2 de diciembre de 1987, el periodista Andrés Ortega, contó que el 1 de abril de 1954, un día después de entregado el mensaje soviético, la OTAN convocó una reunión para examinar la propuesta soviética y en Washington, París y Londres se realizaban consultas.
Trascendidos en la prensa de entonces, revelaron que en el seno de la alianza hubo reacciones encontradas: Jacques Soustelle, líder parlamentario cercano De Gaulle, se declaró partidario de la propuesta soviética, mientras, L’Humanité, órgano del Partido Comunista Francés, comentó la reacción visceral de los alamanes, excepto del Partido Socialdemócrata de la RFA que consideró la nota soviética como un “signo esperanzador”.
Entre tanto, el Gobierno belga se declaró “sumamente interesado” y el ministro de Asuntos Exteriores canadiense, Lester Pearson, confesó que estaba estupefacto, pero consideró que la sugerencia, no debía descartarse...”. Washington calificó la iniciativa como una “maniobra propagandística” y en un editorial titulado “Caballo de Troya”, The New York Times señaló: “Los rusos están sugiriendo que Estados Unidos se una a la alianza que se formó, precisamente para resistir su agresión. El cambio de frente causa perplejidad...” Según The New York Herald Tribune, la oferta soviética provocó confusión entre las fi las comunistas, especialmente en Alemania Oriental, ya que la sugerencia contradecía todo lo que hasta entonces la propaganda oficial de la URSS había sostenido sobre la OTAN.
La respuesta a la nota soviética que reflejaba el consenso de Washington, Londres y París entregada en Moscú el 7 de mayo decía: “...Es ocioso resaltar el carácter irreal de tal sugerencia”, pues es contraria a los principios mismos sobre los que reposa el esfuerzo de las naciones occidentales...Si la Unión Soviética entrara en la Organización, estaría en posición de oponer su veto a toda decisión...”.
Con razón el periodista español destacaba que: “Los occidentales se tomaron a la ligera la oferta soviética. Y, sin embargo, no era tan descabellado, ni tan alejada de lo que, 32 años más tarde, en 1986 proponía Mijaíl Gorbachov” cuando dijo a la cadena estadounidense NBC: “¿Por qué no volver a ser aliados, como durante la guerra?”.
En el panorama político de la época caracterizado sobre todo por el avance de las reformas y el colapso de la Unión Soviética y por las posiciones conciliadoras respecto a occidente del presidente Boris Yeltsin, el entonces secretario de Defensa británico, Malcolm Rifkind, sugirió crear para Rusia, la categoría de “país asociado”, condición con la cual, más tarde el propio Putin simpatizó.
Aunque demonizada por la Unión Soviética y Rusia su heredera, la OTAN resultó atractiva, no para uno, sino cuatro de sus líderes: Jruschov, Gorbachov, Yeltsin y Putin trabajaron para integrarse a ella. Se trata de la política cuyo peor rasgo no es la capacidad para mutar, rectificar y tender puentes sobre abismos ideológicos y políticos, sino dejar de hacerlo y permitir que prevalezcan rencores irreversibles. No hace mucho, Barack Obama y Raúl Castro ilustraron al respecto