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Opinión

La expansión del Imperio Romano mediante la guerra a lo largo de 500 años, las Cruzadas para la conquista de Oriente Medio por otros 200, las Guerras Napoleónicas de Francia contra prácticamente todos los países europeos y África del Norte, así como las dos guerras mundiales, entre una miríada de otros conflictos militares, hicieron de la guerra el principal legado europeo al punto de ser definida como “continuación de la política por otros medios”.

Tal vez por tan dramáticas experiencias, en los últimos 100 años estadistas como los presidentes de Estado Unidos Woodrow Wilson y Franklin D. Roosevelt, promotores de la Sociedad de Naciones y de la ONU, Vladimir I. Lenin, que sacó a Rusia de la Primera Guerra Mundial, Joseph Stalin, que no vaciló en aliarse con Estados Unidos para derrotar al fascismo, Niñita Jruzchov, que promovió la “coexistencia pacífica” y los gobernantes europeos y estadounidense durante la Guerra Fría, sortearon todas las crisis y evitaron las guerras.

La ecuanimidad durante episodios tan intensos como las crisis de Berlín, Suez y la de los misiles en 1962, realizaciones como la formación de la ONU y la Unión Europea y lecciones como las ofrecidas por los países de Europa Oriental y la Unión Soviética que protagonizaron el colapso de los regímenes socialistas y la restauración del capitalismo de modo pacífico, hicieron creer que la guerra había sido excluida para siempre de la práctica política europea.

El llamado Viejo Continente, una de las fraguas de la cultura universal, ha sido violentamente despertado del sueño secular de vivir en paz, y en paz dirimir los conflictos que inevitablemente surgen en las relaciones internacionales, por el premeditado y devastador ataque de Rusia contra Ucrania, un gesto francamente anacrónico.

Como parte de la Unión Soviética, Rusia soportó las mayores agresiones y riesgos, alzándose como un baluarte de la paz, acerca de los riesgos para su seguridad nacional derivados de la expansión de la OTAN son tan ciertas y atendibles, como cierto es su derecho a tratar de revertir esas situaciones, sin acudir al acto políticamente primitivo de desatar una guerra, realizar una “operación preventiva” de descomunales proporciones, retrocediendo casi 100 años en la convivencia europea.

Rusia puede ser comprendida, lo difícil es apoyarla. Algunos deportes incluyen las “jugadas de selección” que también aparecen en la política cuando en coyunturas excepcionales existen opciones entre las cuales los protagonistas escogen. Es cierto que la OTAN y Estados Unidos hostilizan a Rusia y que el ingreso de Ucrania en la OTAN representaba un peligro potencial, pero también lo es que tales amenazas no se materializaron, lo cual califica la acción rusa como una “operación preventiva”.

Como el estadista que en algún momento pareció ser, el presidente Vladimir Putin tenía más de una posibilidad. La guerra que lo ha colocado en el lado equivocado de la historia no estuvo precedida por una agresión física y era inevitable. Tampoco fueron inevitables las invasiones soviéticas y norteamericana en Afganistán ni la intervención estadounidense en Irak, la guerra de la OTAN contra Yugoslavia y otros actos de agresión imperialistas que también fueron malas elecciones.

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CC

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