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A las personas dedicadas a la actividad empresarial y los negocios se les conoce como empresarios, hombres y mujeres de negocios o simplemente capitalistas como bautizó Karl Marx a los actores económicos que asociaron el dinero con los medios de producción y la fuerza de trabajo para formar el capital, una relación social de producción que constituye uno de los motores de la civilización. La excepción es Rusia y los países surgidos del colapso de la Unión Soviética donde, a los más encumbrados los llaman “oligarcas”.

Oligarquía es una palabra griega incorporada al lenguaje político latinoamericano para denominar a las élites formadas por terratenientes, jerarcas religiosos y militares que, al final de las luchas por la independencia, se apoderaron del poder y, ejercido de modo primitivo e ilegítimo, asumieron las repúblicas como botín.

Mediante una traslación de significados, la expresión reapareció en Rusia y en los espacios exsoviéticos para denominar a los burócratas que, en el momento del colapso del sistema socialista, como jaurías depredadoras se abalanzaron sobre las riquezas, los bienes, las empresas, las tierras, las reservas de oro, las minas, las colecciones de arte y otros activos del Estado soviético y mediante privatizaciones amañadas y adjudicaciones de privilegio, se las repartieron acumulando fabulosas riquezas no ligadas al trabajo ni al talento empresarial. Esas elites, virtuales mafias, que operan en los ámbitos de los negocios, la producción, la industria inmobiliaria, el sector de los espectáculos, el comercio en gran escala y la economía en general, se constituyeron en castas asociadas al poder.

Tales especímenes, además de llevar vidas principescas, esconden fabulosas fortunas en paraísos fiscales y en bancos extranjeros y disponen de faraónicas propiedades en los países más caros. A estas oligarquías y mafias vinculadas a la economía, erróneamente se les llama “burguesías” confundiéndolos con una clase social. Las clases sociales, incluidas las burguesías, son grupos humanos que se diferencian entre sí por el modo como se apropian de la riqueza de que disponen. La burguesía nutre sus arcas de la extracción de plusvalía, un proceder que, aunque injusto, no es ilegal ni ilegítimo.

A diferencia de la nobleza, castas parasitarias que rigieron las sociedades feudales despreciando el trabajo y la ilustración sin realizar ninguna actividad socialmente útil, la burguesía que la desplazó, es una clase trabajadora e innovadora que, mediante el fomento de negocios y empresas, incorporación de innovaciones, asociándose al trabajo asalariado, crea bienes y valores, extrae plusvalía y acumula riquezas.

No resulta difícil rastrear el origen de las grandes fortunas de los prohombres del capitalismo mundial, especialmente estadounidenses, gestadas en los siglos XIX y XX cuando la implantación la democracia basada en el liberalismo político, económico y cultural, coincidió con la Revolución Industrial y abrió oportunidades para la innovación, la invención, así como para a los negocios de todo tipo. Apellidos como: Rockefeller, Ford, Edison, Graham Bell, Westinghouse, Edison, Tesla, Gates, Jobs, Musk, Bezos, Zuckerberg y otros están ligados a la industria petrolera, la generación de electricidad e iluminación, fabricación de automóviles, incluidos los eléctricos, equipos electrodomésticos, telefonía fi ja y móvil, auge de la computación, comercio electrónico, así como el fomento de las redes sociales y otras realizaciones que han impulsado la civilización.

En la medida en que el origen de sus fabulosas fortunas es ilegítimo, las oligarquías y las mafias, rusas o de cualquier país, no son parte de la civilización, sino su negación, no aportan al progreso, sino que lo estorban y carecen de derecho a existir. 

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CC

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