El colapso del socialismo real en Europa Oriental y la Unión Soviética, alteró profundamente la geopolítica mundial, dando lugar a problemas de alcance planetario, entre los más peligrosos estuvo el caos nuclear.
Cuando en 1991 la Unión Soviética colapsó, disponía de más de diez mil ojivas nucleares estratégicas y entre 10 mil y 15 mil tácticas, así como de miles de toneladas de uranio y plutonio, documentación y tecnología atómica y más de un millón de científicos y técnicos empleados en el sector nuclear, todo ello dispersos por las 15 repúblicas que integraban el inmenso país, en cual existían más de 100 personas capacitadas para dirigir la fabricación de bombas y municiones atómicas.
Del total de las ojivas nucleares 4 mil 333, casi el 20 por ciento, quedaron en poder de Ucrania que, convertida en Estado independiente, pasó a ser la tercera potencia nuclear mundial.
Algo similar, aunque en menor escala sucedió en otras repúblicas exsoviéticas, lo cual configuró un escenario extraordinariamente complejo y peligroso. Percatados del enorme peligro, los presidentes de Estados Unidos y Rusia, Bill Clinton y Boris Yeltsin, respectivamente, encabezaron un intenso proceso negociador para controlar aquellos fabulosos y dispersos arsenales. Afortunadamente, los gobernantes de los Estados nucleares recién surgidos, que en su mayoría habían formado parte de las estructuras del poder soviético, actuaron con responsabilidad y sensibilidad acerca de los riesgos que implicaba el manejo de aquel potencial.
El primer paso decisivo se dio en mayo de 1992, cuando fue firmado el Protocolo de Lisboa, en virtud del cual Ucrania, Bielorrusia y Kazajistán se unirían al Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP).
En 1993, los presidentes de Ucrania y Rusia suscribieron un acuerdo por el que Kiev renunciaba a sus armas nucleares. En enero de 1994, se adoptó una Declaración entre el presidente estadounidense, Bill Clinton y los mandatarios de Rusia, Ucrania, Bielorrusia y Kazajistán, en virtud del cual el arsenal nuclear ucraniano sería trasladado a Rusia para ser desmantelado.
En 1994 se alcanzó el Memorándum de Budapest firmado por los mandatarios de Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia y Ucrania mediante el cual, Kiev cedió sus ojivas a cambio, sobre todo, de garantías. El compromiso incluía el respeto a la soberanía nacional y la integridad territorial, el reconocimiento de sus fronteras y la prohibición del uso de la fuerza y de las armas nucleares contra ella.
Dos años después, en 1996, Ucrania había concluido la entrega del material nuclear militar en su poder. Fueron hechos exponentes de responsabilidad y buena fe del Estado ucraniano. Otros hechos están a la vista: ahora, Ucrania no tiene armas nucleares, no ejerce soberanía, su territorio está siendo desguazado y corre el riesgo de que, llegado a cierto punto, las armas que cedió se empleen contra ella. En la Guerra Fría, si bien entre las superpotencias nucleares rigieron las doctrinas de la “Represalia Masiva” y la “Destrucción mutua asegurada”, los Estados Unidos y la Unión Soviética alcanzaron acuerdos de “no ser los primeros en usar armas atómicas” y de, en ningún caso, y bajo ningunas circunstancias, emplearlas contra países que no las poseen
¿Están vigentes estos entendidos? ¿Incluyen a Ucrania? La ONU pudiera promover la ratificación de tales acuerdos y recordar a las potencias garantes: Estados Unidos, Rusia y Gran Bretaña, los compromisos bajo los cuales, primero que ningún otro país, Ucrania se desnuclearizó