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Opinión

A la guerra en tren

La anécdota es surrealista. En el siglo XXI, Emmanuel Macron, presidente de Francia, Mario Draghi y Olaf Scholz, primeros ministros de Italia y Alemania, respectivamente, se encontraron en una remota ciudad polaca para abordar un tren que, atravesando zonas de riesgo, tras diez horas de viaje, los llevó hasta Kiev.

Los estadistas que gobiernan poderosas potencias, viajan en modernos aviones, son recibidos con bandas de música y caminan sobre alfombras rojas, esta vez coincidieron en la estación ferroviaria de Przemysl, una antigua ciudad del Sur de Polonia, cerca de la frontera con Ucrania, donde abordaron el tren para un viaje de unos 700 kilómetros que demoró unas 10 horas, cuatro más de las seis que los mandatarios permanecieron en Kiev.

El convoy ferroviario de nueve vagones (tres para cada delegación) y diseño anticuado, como para transitar a baja velocidad por vías secundarias, fue pintado de vivos colores para hacerlo resaltar sobre el fondo de la campiña europea y con grandes trazos llevaba inscrito, “Tren Diplomático”. Debido a las circunstancias, el viaje se realizó sin escolta aérea y, según trascendidos, las autoridades rusas fueron informadas. En el trayecto no hubo incidentes.

La anécdota hizo recordar que, en el 1943 durante la II Guerra Mundial, cuando se hizo perentorio que los líderes aliados, Franklin D. Roosevelt, Joseph Stalin y Winston Churchill se encontraran para, entre otras cosas, negociar la apertura del II Frente, surgió la cuestión de dónde hacerlo, entre otras cosas porque Stalin, que actuaba como Comandante en Jefe de las tropas soviéticas, planteó que no podía alejarse de su país, además no viajaba en avión.

Descartada Europa ocupada por Adolfo Hitler, la Unión Soviética, donde la guerra era intensa, y Estados Unidos, que se encontraba a 10 mil kilómetros de Moscú, aprovechando un viaje en barco del presidente Roosevelt a Egipto, se escogió a Teherán como sede. Persia ofrecía la ventaja de ser un país fronterizo con la Unión Soviética hasta el cual, Stalin podía desplazarse por ferrocarril.

Nuevamente, en el 1945, para acudir a la cita pactadas para Yalta, en Crimea, la historia se repitió y Stalin volvió a subirse al tren, tal como hizo después para llegar a la última convocatoria en Potsdam, cerca de Berlín, donde ya no estuvieron Roosevelt ni Churchill, el norteamericano porque había fallecido y el británico porque había sido derrotado en las elecciones. Sus sustitutos fueron Harry Truman y Clement Attlee.

Afrontando riesgos al surcar mares infestados de submarinos alemanes y japoneses, y padecer las incomodidades que suponen los buques de guerra para una persona que se movilizaba en sillas de ruedas, el presidente Roosevelt, aunque fue el primer Mandatario norteamericano en disponer de un avión a su servicio, llegó en barco a esos destinos. Hoy como entonces, el largo brazo de la guerra obliga a riesgos enormes.

Obviamente, el convoy ferroviario utilizado por los mandatarios europeos no emulaba el glamour del “Expreso Oriente”, el tren más lujoso del mundo, preferido por la realeza y los hombres de negocios europeos que desde el 1883 hasta el 2009 cubrió la ruta París-Estambul con ramales hacia 12 países y escalas en 30 grandes ciudades.

Aunque las guerras mundiales, los conflictos locales y la Guerra Fría alteraron sus rutas, aquel bello y eficiente exponente de la civilización tecnológica prevaleció. A lo que no sobrevivió fue a las autopistas, los aviones y a los trenes de alta velocidad. Su fama lo incorporó a la literatura universal en obras de Agatha Christie, Graham Greene, Ian Fleming y en diversos fi lmes. En el 2009, el Expreso Oriente realizó su último viaje.

Nadie sabe cuántos riesgos y sufrimientos deparará la guerra iniciada en Europa, la cual todos serán perdedores. Albert Einstein, el más renombrado científico del siglo XX y pacifista consecuente, lo dejó dicho: “La guerra destruye lo material y envenena los espíritus. Es una siembra de odios y odios cosechará”.

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