Luego de que el 29 de mayo el candidato izquierdista Gustavo Petro obtuviera el 40 por ciento de los votos, el 19 del presente mes deberá realizarse la segunda vuelta electoral porque la ley exige que para ganar en primera vuelta debe obtener el 50.1 por ciento. Quien resulte ganador en ella será proclamado Presidente de la República.
El competidor de Petro es el exalcalde de Bucaramanga Rodolfo Hernández, quien con un estilo desabrochado y vulgar que pretende ser popular y presentarse como outsider, va creciendo en caudal electoral aceleradamente, montado en el odio a Petro por parte del Centro Democrático y la extrema derecha en general y el miedo que con medias verdades y calumnias han sembrado contra él.
Petro fue militante del M19, que se desmovilizó en 1990, participó en la redacción de la Constitución política que nos rige, exmilitantes suyos han sido gobernadores, alcaldes, senadores, concejales y diputados, ministros que luego han sido considerados, como en el caso de Antonio Navarro, su comandante general, el mejor del gabinete durante su ejercicio. Petro fue elegido alcalde de Bogotá, el segundo cargo en importancia del país y durante su ejercicio, a pesar de que debió soportar persecuciones como la del Procurador General que ordenó su destitución, luego revocada por el Consejo de Estado, tuvo resultados importantes en educación, aseguramiento gratuito de agua para los sectores menos favorecidos para garantizar su mínimo vital, así como en saneamiento básico, para sólo mencionar algunos renglones.
No expropió a nadie, no estatizó empresas, se comportó como un alcalde socialdemócrata y se defendió del ataque del procurador convocando a la gente a la plaza pública donde es más fuerte que cualquiera de sus adversarios. Sin embargo, el miedo ha calado tan hondo que todavía se habla de que Petro va a expropiar hasta a los vendedores ambulantes, que nos va a convertir en otra Venezuela o Cuba, que fue secuestrador, asesino, que participó en el holocausto del Palacio de Justicia.
No ha sido suficiente que esté probado hasta la saciedad que su participación en el M19 fue política porque en esa época la actividad de ese movimiento era eminentemente de ese carácter y que cuando se dio lo del palacio él estaba preso y siendo torturado porque encontraron un arma sin salvoconducto en una redada en el barrio de invasión que él había impulsado y que todavía existe, ya en mejores condiciones que las iniciales.
El candidato de centro, de quien se esperaba una actitud generosa para evitar el ascenso de Rodolfo Hernández, tan contrario a sus propuestas, está en conversaciones, realmente humillado, para ser admitido en esa campaña cuyo candidato ha dicho que él no tiene por qué ceder nada ante un perdedor.
Ha pasado a quedar de copartidario de los uribistas con su derrotado candidato Federico Gutiérrez, de quien se manifestó totalmente en contravía. Sin embargo, la casi totalidad de las fi guras principales de la campaña de Fajardo, como el excandidato presidencial y exrector de la Universidad de los Andes, Alejandro Gaviria, se fueron con Petro, todos buscando contribuir a que llegue a la Presidencia alguien que garantice el desarrollo del Acuerdo de Paz y la decencia en la administración pública.
El competidor de Petro es el típico caso del ignorante avispado que se presenta como adalid de la anticorrupción, aunque contra él la Fiscalía adelanta un proceso por corrupción en sus tiempos de alcalde.
Es vulgar para referirse a la mujer, amenaza con pegar tiros a quien se le atraviese, les grita improperios a sus opositores (no puedo repetir aquí sus palabras; son impublicables), está filmado pegándole a un concejal que le reclamaba por malos manejos de su hijo y hace las propuestas más estrambóticas con total desconocimiento de la cosa pública: que el primer día de gobierno dictará un decreto de conmoción interior (es totalmente imposible porque debe surtir cuatro debates en el Congreso), que les quitará los carros a los congresistas y a todos los funcionarios públicos (en un país violento con atentados diarios, no quiero pensar lo que puede ocurrir), que no va a vivir en la casa presidencial sino en su apartamento (¿no se ha dado cuenta de que está en Bogotá, una ciudad violenta e insegura?), que suprimirá la mayoría de las embajadas con lo cual dejará al país completamente aislado y mil babosadas más gritadas a voz en cuello.
Tal vez quiera emular a Pepe Mujica y en algunas cosas a AMLO, pero no tiene su altura. Pero la gente lo aplaude extasiada. Dice que su constructora vende lotes de 5 por 8 metros en lugares de clase media baja a cien millones y él mismo lo califica: “Eso es un atraco”, y la gente se ríe a carcajadas. Cuenta cómo ha hecho su fortuna: vende lotes con servicios y él mismo constituye la hipoteca “y el hombrecito ahí, pagándome intereses 15 años y yo sabroso recibiendo la plata”.
Y la gente se ríe. Ya dijo que no participará en debates con Petro. Sabe que eso lo desinflaría, no sabe siquiera cuáles son los ministerios, qué significa déficit fiscal, pero a sus seguidores (ya va por el 50 por ciento en cálculos no oficiales) eso no les importa; en la primera vuelta le preguntaron por el departamento del Vichada, y preguntó que eso qué era, y ganó ahí; les basta que vaya contra Petro y “el comunismo”, que diga que va a parar la robadera a pesar de que esté grabado aparentemente ordenando el favorecimiento de su hijo en un contrato de la alcaldía, que su madre diga muy fresca en una entrevista que le hizo disparos a su esposo por sinvergüenza y eso la presenta como muy valiente, frentera.
Para tratar de garantizar la normalidad institucional y los principales programas, entre ellos el Acuerdo de Paz, Petro le propuso a Hernández que firmaran un Acuerdo Nacional que deberá respetar el ganador, sea quien sea, pero no ha recibido respuesta. Es la única salvaguarda posible en caso de que esta debacle llegara a cristalizar.