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Ha pasado un año de la invasión rusa a Ucrania y desde entonces han muerto alrededor de 200 mil personas, entre ucranianos y rusos, combatientes y civiles

Hoy, 24 de febrero, es una fecha infausta para el mundo, especialmente para Ucrania. La efeméride recuerda el día que la guerra, el más terrible flagelo creado por los humanos para autoagredirse, regresó a Europa. De entonces a ahora, según frívolos estimados, han muerto alrededor de 200 mil personas, entre ucranianos y rusos, combatientes y civiles.

La zaga de huérfanos y viudas, madres quebrantadas, llanto y luto es inconmensurable. No hay manera de disminuir la culpa de quienes instigaron esta guerra, de aquellos que no hicieron lo suficiente por evitarla y quienes dieron la orden de fuego. También deben culpar los que todavía echan leña al fuego, auspician soluciones militares, justifican o aplauden a algún bando y pudiendo hacerlo, no trabajan para detener la matanza.

Es cierto que, después de la II Guerra Mundial, con la adopción de la Carta de Naciones Unidas, se crearon sólidas premisas para la paz mundial e instrumentos para asegurarla de modo real. Los países agresores fueron desarmados y, en Núremberg, los cabecillas nazis fueron juzgados y condenados a muerte, estableciéndose pautas para la paz.

Entonces se realizó la descolonización y, aunque quedaron reductos, en general, se puso fin a la necesidad de la lucha armada por la independencia y aunque hubo guerras, algunas grandes y letales, entre otras muchas, la de Corea, y prolongadas como las invasiones soviéticas y estadounidense a Afganistán, la iniciada con la invasión iraquí a Kuwait, que dio lugar a la Guerra de Golfo y la posterior intervención norteamericana en Irán, las grandes potencias no se enfrentaron.

Un mérito de Franklin D. Roosevelt, Iósiv Stalin y Winston Churchill los estadistas que, además de liderar la coalición aliada e intervenir en la dirección de las operaciones militares durante la II Guerra Mundial, asumiendo enormes riesgos, se desplazaron grandes distancias, para en las conferencias de Teherán, Crimea, Potsdam, San Francisco y Breton-Woods, negociar las bases de la convivencia internacional en la posguerra.

Aunque sus logros no fueran perfectos y no evitaran la Guerra Fría y otros conflictos de diferente carácter, incluso armados, crearon las bases para evitar los enfrentamientos militares entre las grandes potencias -de las cuales depende la seguridad global-, a la vez que, con la creación del Consejo de Seguridad, se atribuyó a los Estados Unidos, la Unión Soviética (ahora Rusia) China, Gran Bretaña y Francia, la responsabilidad por la paz mundial.

De aquel proceso, forman parte los acuerdos de Bretton-Woods y La Habana, mediante los cuales se crearon instituciones que como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT) regularon las finanzas y el comercio mundial. Aquellos pasos fueron premisas para los fabulosos avances de la humanidad en los últimos 70 años, en los cuales desaparecieron las colonias y las dictaduras, se establecieron la Unión Soviética y el Campo Socialista, surgieron las potencias emergentes, se produjo el milagro que catapultó a China de país de hambrunas a la condición de segunda potencia mundial.

Como parte de ese proceso, regido en un importante tramo por la política de coexistencia pacífica, se fomentó la globalización y se desarrollaron las nuevas tecnologías, entre ellas la maravillosa Internet, que ha permitido el acceso de todos los países y los individuos al legado cultural de la humanidad, la información más actual y las tecnologías más avanzadas, fenómeno que comienza a coronarse con el desarrollo de la Inteligencia Artificial.

En esos años en que la humanidad se regaló la paz, se creó la Unión Europea, que es el acto de integración política de mayor significación desde que las 13 Colonias de Norteamérica acordaron unirse para constituir los Estados Unidos, el más relevante suceso geopolítico de la Era Moderna. Con excepcional madurez política y civilidad, en uso de derechos soberanos, los países de Europa Oriental y Rusia, renunciaron al modelo socialista, restauraron el capitalismo, renacieron varios Estados; se reunificó Alemania y, en los territorios exsoviéticos, nacieron 20 países. Como ha explicado el presidente Vladímir Putin, Rusia perdió a 25 millones de ciudadanos que quedaron en otros Estados.

Aquella megatransición y ajuste, que involucró a más de 40 países, se realizó en paz, sin un disparo y sin un muerto, por lo cual Rusia merece créditos. Unido al regreso a la carrera de armamentos, incluidos los nucleares, provocada por la guerra, un alud de sanciones económicas y políticas, así como acciones discriminatorias contra decenas de países, cientos de organizaciones y miles de individuos, incluso contra manifestaciones culturales, han afectado la economía, el comercio y las relaciones.

Al coincidir con la pandemia de COVID-19, probablemente el mayor desastre sanitario en la historia, esta conjunción forma un cataclismo. Con los logros y ambientes, y con el espíritu de avenencia y colaboración que los preside, puede acabar la Guerra en Ucrania, único conflicto que después de la II Guerra Mundial hace peligrar a la humanidad y aniquila logros que difícilmente podrán ser restaurados.

En este desdichado aniversario debería formarse una cadena mundial que una manos y voces para suplicar por la paz.

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