Ochenta años atrás, con la victoria sobre el fascismo, la aparición del Campo Socialista y la descolonización afroasiática, la anatomía de la sociedad internacional se configuró por un núcleo integrado por cinco grandes potencias (Estados Unidos, Unión Soviética, Gran Bretaña, Francia y China) y una periferia formada por unos 100 países, la cual se llamó Tercer Mundo. Casi un siglo después, el perímetro ha crecido, pero el centro está intacto. La Unión Soviética se encogió, convirtiéndose en Rusia, y China se expandió. El balance de poder es casi el mismo.
En el 1945, cuando se creó la ONU y antes de que se iniciara la Guerra Fría, debido a la alianza entre Estados Unidos y la URSS, la cohesión del centro político del mundo, constituido por las potencias del Consejo de Seguridad, aunque precaria, existía y, con altas, bajas y tensiones enormes se mantuvo hasta el 2022, cuando la OTAN y Rusia convirtieron las contradicciones que siempre existieron en guerra.
En el interregno de la Guerra Fría, a pesar de enormes tensiones, se estableció el Socialismo Real que con la incorporación de Cuba llegó a América, China conoció un desarrollo espectacular que la convirtió en la segunda economía y le permitió imponer la política de una sola China, creando nuevos equilibrios.
En el Tercer Mundo surgieron y prosperaron entidades políticas como el Movimiento de Países No Alineados y el Grupo de los 77 más China, que, aunque afectadas por la heterogeneidad ideológica y política que les impide adoptar acuerdos vinculantes y les resta ejecutividad, tal como ocurre con la Asamblea General de la ONU, permiten tomar el pulso a la situación mundial.
Al mismo tiempo, se distinguieron un grupo de “potencias emergentes” dotadas de poderosas economías que además alcanzaron una razonable estabilidad política interna y, cada una con sus peculiaridades, estatus democráticos, como India, Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong, Singapur, así como países de la relevancia de y Turquía, Indonesia, Vietnam y Pakistán, mientras América Latina, seriamente afectada y retardada por las dictaduras en el cono Sur y la inestabilidad en Centroamérica, perdía al menos una década.
Oriente Medio, estancado por un nudo gordiano formado por fenómenos políticos solapados unos con otros, como los conflictos israelo-palestino, las contradicciones árabe-israelís y entre Irán e Israel, y uno y otros con varios países, a lo cual se han sumado las guerras derivadas de la invasión de Irak a Kuwait y las guerras llevadas a cabo por Estados Unidos en Irak, completadas por las intervenciones soviética y norteamericana en Afganistán.
El centro imperial, hegemonizado por Estados Unidos, beneficiado estratégica y tácticamente por la remisión del Socialismo en Europa Oriental y el colapso de la Unión Soviética, que no escuchó las alertas de Hungría en el 1956 y Checoslovaquia en el 1968, no podía dejar de tomar nota de los cambios cualitativos ocurridos en el núcleo y la periferia y, si bien no era posible integrar a Alemania y Japón al Consejo de Seguridad de la ONU, creó el G-7 al cual momentáneamente se sumó Rusia y, para dar espacios, sin borrar las distancias, armó el G-20 que incluyó a las potencias emergentes y dio cabida a China y Rusia.
En el 2001, con el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York y acciones análogas en ciudades y capitales europeas, asiáticas y latinoamericanas y que, incluso debido al conflicto de Chechenia, alcanzaron a Rusia, el terrorismo internacional de matriz no política, sino confesional, irrumpió en la vida internacional creando situaciones de violencia extrema y riesgos de seguridad global, todavía vigentes y acrecentados con la guerra en Ucrania, las acciones del movimiento islamista palestino Hamás y la desmesurada y criminal respuesta de Israel se han incrementado hasta alcanzar situaciones límite.
La guerra en Siria, que implica a organizaciones terroristas y a varios países cuyas tropas están presentes en aquel escenario, así como la aparición del llamado Estados Islámico y más recientemente el conflicto en el Mar Rojo, son amenazas globales reales.
La Guerra en Ucrania, una especie de corolario, no es, ni de lejos, un conflicto entre civilizaciones, una confrontación ideológica ni del centro con la periferia, sino un conflicto local, casi una guerra civil, afectada por una voluminosa intromisión política y militar extranjera.
El mundo de hoy, aunque más plural, en términos estatales, más participativo, aunque ideológicamente menos plural que el de 80 años atrás, necesita que los grandes actores políticos se reencuentren para enderezar la ruta que se ha torcido. La sociedad global es incompatible con querellas de la magnitud de las que se dirimen hoy en día.