El brutal y letal atentado terrorista perpetrado el viernes contra el Crocus City Hall, un concurrido centro cultural en la provincia rusa de Moscú, aledaña a la capital, relanza de forma dramática la vigencia de las prácticas terroristas. Se trata del mayor ataque de esta índole en Rusia desde el inicio de la guerra en Ucrania, que ha generado un extraordinario clima de violencia que involucra a ambos países.
El enfrentamiento al terrorismo realizado por entidades no estatales, como Al-Qaeda, Estado Islámico, Boko Haram, Al-Nusra y otras organizaciones que operan mediante grandes acciones como las efectuadas en Nueva York en 11 de septiembre del 2001; Madrid, en el 2004; París, en el 2015, y la propia Rusia en varias oportunidades, hubiera requerido acciones concertadas en el marco del Consejo de Seguridad de la ONU, lo cual no ha sido posible debido a las reservas y la hostilidad que prevalece entre sus miembros, lo cual se ha agravado con la guerra en Ucrania.
Cuatro individuos armados con fusiles de asalto y ataviados con ropa militar de campaña ingresaron el viernes y abrieron fuego contra los espectadores previo a un concierto de la banda de rock Picnic, ocasionando al menos 133 muertos y 150 heridos, 60 de ellos en estado crítico, generando además un enorme incendio.
Algunos de los presuntos autores materiales y sus cómplices, en total 11 personas que, obviamente no eran suicidas y contaban con soluciones que les permitieron escapar y alejarse del lugar fueron detenidas, dos de ellos en la provincia de Briansk, próxima a la frontera con Ucrania y a unos 300 kilómetros del lugar de los hechos.
Sospechosamente, momentos después del atentado, se dijo que el Estado Islámico, mediante la agencia Amaq, canal propagandístico de la organización, se atribuyó el atentado, lo cual resultó sospechoso porque la acción no parecía de su estilo, entre otras cosas porque se realizó a rostro descubierto y sin pretensiones de inmolación.
Pocas horas después, Margarita Simonian, redactora jefa del grupo multimedia Rossiya Segodnya a quien pertenecen tanto Rusia Today como Sputnik), informó que la detención de los autores materiales y otros presuntos implicados ha permitido establecer que, al parecer, no se trata de militantes del Estado Islámico (EI). Obviamente, atribuir el atentado a ese grupo pudiera tener la intención de desviar la atención respecto a los verdaderos autores.
Al respecto, diversas fuentes han recordado que el pasado 8 del presente mes de marzo, la embajada de Estados Unidos emitió una alerta a sus ciudadanos en Rusia en la cual hacía constar que: “La embajada está al tanto de informaciones que sugieren que extremistas planean ataques contra concentraciones masivas en Moscú, incluyendo conciertos”, y los instaba a mantenerse alejados de lugares de concentración masiva. No me ha sido posible establecer si tal alerta se hizo ofcial ante las autoridades rusas y qué atención le prestaron.
El presidente ruso, Vladimir Putin, se ha mantenido al tanto de los sucesos; ha presentado su pésame a los familiares de los fallecidos, deseo el restablecimiento de los heridos, decretó duelo nacional y subrayó la voluntad de esclarecer los hechos e identificar a los autores intelectuales y a quienes proveyeron las armas y proporcionaron cobijo a los implicados.
Ante el hecho se ha levantado una justificada ola de repudio mundial al atentado y al terrorismo en general. Mandatarios de diversos países y líderes de organizaciones internacionales han manifestado su condena.
Aunque, todavía sin evidencias, varios comentaristas, han sugerido la implicación de elementos ligados a Ucrania, lo cual no es imposible ni justificable. Ninguna causa justifica acudir a semejantes prácticas, que suelen ser alentadas por los odios y los afanes de venganza generados por las guerras.
Ojalá en nombre de los inocentes que han perecido se haga justicia y de los pueblos que pagan las consecuencias de las guerras, se haga la paz para siempre