Sin sacudirse el polvo del camino, apenas electo presidente de la Unión Europea, función que rotativamente ejercen los países miembros, Viktor Orbán, primer ministro de Hungría, viajó a Kiev y Moscú, donde se entrevistó con los presidentes Volodimir Zelenski y Vladimir Putin para explorar las posibilidades de un alto al fuego en Ucrania y, de ser posible, desbrozar el camino hacia la paz.
La reacción de los jerarcas europeos, actuando como si fueran señores de la guerra, fue desproporcionada hasta la histeria: Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, dijo: “La Presidencia rotatoria de la UE no tiene mandato para entablar conversaciones con Rusia…”, y Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, añadió: “El apaciguamiento no detendrá a Putin…”
Entre tanto, Josep Borrell, alto representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la Unión Europea, subrayó: “La visita de Orbán a Moscú se enmarca exclusivamente en las relaciones bilaterales entre Hungría y Rusia…”, mientras Kaja Kallas, primera ministra de Estonia, elegida para sustituirlo, señaló que; “Con su visita, Orbán siembra confusión”.
Y, como para no ser menos, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, que, institucionalmente, carece de facultades para enjuiciar las políticas y las acciones de la Unión Europea, apuntó lo que todos saben: “Orbán no representa a la Alianza Atlántica…”
Por su parte, Orbán que, en lugar de emprender el interminable proceso de consultas y negociaciones que hubiera sumado cero, tomó en camino más corto y, a riesgo de cometer algunas indelicadezas diplomáticas, actuó de modo pragmático. Según trascendidos que, obviamente, no contienen toda la información necesaria para emitir juicios de valor, Orbán no logró gran cosa.
Zelenski, plantado en la posición de no ceder la parte del territorio nacional ocupado e incorporado a Rusia, aunque escuchó las ideas expuestas, no mostró interés en hablar de alto al fuego ni en negociar con Moscú, entre otras cosas porque no acepta la transacción de “paz por territorios”.
Mientras en Moscú, donde estiman que el tiempo está a su favor, entre otras cosas porque asumen que el desgaste que supone la guerra doblegará a Ucrania, cálculo que, aunque muchas veces ha fallado, es recurrente, las gestiones de Orbán, todavía no cosecharon resultados.
El presidente Putin reiteró su plan de paz que insiste en conservar los territorios ocupados e incorporados a Rusia, a lo cual suma reivindicaciones políticas como la obligación de neutralidad, no alineamiento, desnuclearización, desmilitarización y desnazificación, lo cual convertiría Ucrania en el único Estado del mundo con tales limitaciones.
Como le ocurre a quienes realizan estas gestiones, Orbán asimiló los descargos de las partes que se culpan mutuamente, exponen con acritud sus reservas y suelen mostrarse inflexibles. No obstante, da por buena su gestión, precisando el carácter urgente y exclusivo de la misma porque: “El número de países que pueden hablar con ambas partes se está agotando rápidamente…” Dado que Hungría ejercerá la presidencia del Consejo de la UE sólo hasta 31 de diciembre, el tiempo es ínfimo.
Estoy convencido de que la paz en Ucrania no se alcanzará en los campos de batalla porque usualmente no ocurre así. Tampoco, según afirma Orbán, “Se logrará desde un cómodo sillón en Bruselas”. El camino más largo comienza por el primer paso. El de la paz en Ucrania ha sido dado. Buena suerte.