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Yucatán

Alicia Alonso

Ariel Avilés Marín

Homenaje a una dama gentil

Alicia Alonso, ese espíritu inmaterial de la danza, decidió ahora seguir su luminoso camino por otros lares. Seguramente Roberto Fernández Retamar reclamó su presencia, o Cintio Vitier o Nicolás Guillén, o Eliseo Diego, cualquiera de las grandes figuras del brillante parnaso cubano de la Revolución pudo solicitar su comparecencia a ese Olimpo reservado para los espíritus de talla inconmensurable como ella. Ahí quedan, para siempre y para la historia, sus incomparables interpretaciones que le valieron brillar con luz propia. Su interpretación del Pas de Quatre de Perrot, marcó precedente en la danza universal y lanzó su nombre para brillar junto a los más grandes del Ballet Clásico universal. “Lo que brilla con luz propia, nadie lo puede apagar, su brillo puede opacar la obscuridad de otros mundos”, dice una copla de la Nueva Trova Cubana, la luz de Alicia es de esas.

Alicia destaca desde muy joven en el arte del Ballet Clásico, y por ello busca otros horizontes para llevar su arte a la plenitud. Se había iniciado en el ballet desde muy temprana edad, en la Sociedad Pro-Arte Musical, fundada por María Teresa García Montes, bajo la dirección de Nikolai Yavorsky. Inicialmente se presenta como Alicia Martínez de Hoyos, y al contraer matrimonio con el también bailarín Fernando Alonso, toma el apellido de su esposo para hacerlo universal con el brillo de su arte. Marcha hacia los Estados Unidos de América y se instala en Nueva York, donde perfecciona su técnica con las enseñanzas de figuras de la talla de Anatole Vilzak y Ludmilla Shollar en el ámbito del American Ballet Theatre. Poco después marcha a Europa, a Inglaterra, ya ahí recibe lecciones de la insigne Vera Vólkova y su nombre empieza a figurar en primeros papeles en los programas de mano de las más importantes puestas de ballet clásico.

Decía Napoleón que la desgracia es la comadrona del genio; Alicia no fue la excepción en ese sentido. Desde los diecinueve años, su ojo izquierdo empezó a padecer un defecto que la llevó a un mundo de obscuridad por el largo camino de su luminosa vida. Paradoja amarga el que un ser de luz vea condenado su brillante camino a ir surcándolo sin ella. Pero, como personaje de Dickens, Alicia fue de esos aceros que se forjan en el fuego, y se hacen duros, brillantes y filosos. Nunca bajó la guardia en su camino, y siempre remontó las cuestas sin detenerse para lamentar un solo instante su desdichada limitación; antes bien, con una grandeza de alma, se prodigó como un candil cegador para iluminar con su arte la obscuridad de su vista; y, todavía más, sembrar, sembrar y sembrar, hasta el último día de su vida, para hacer del ballet de su amada Cuba una antorcha de arte que ilumina el mundo.

El ingenio de Alicia, suplió la luz que le era negada a sus ojos. Su destreza se proyectó en circunstancias que usó como guía segura para desplazarse por el escenario. Situar a sus compañeros de escena en sitios estratégicos en las coreografías, para que sus presencias y posiciones le sirvieran de señal y orientación. Así mismo, mandaba colocar luces fuertes, de diversos colores, que su ojo derecho podía percibir, y que eran también referentes para sus evoluciones.

En 1943, el 2 de noviembre, un hecho fortuito la elevó a la cumbre de su carrera. La gran bailarina Alicia Markova, en una presentación del American Ballet Theatre, debió interpretar el protagónico de Giselle; un contratiempo inesperado es motivo de que Alicia Alonso tuviera que suplir a la rusa en el papel, las crónicas y críticas de la época le sirvieron de consagración en su carrera, desde ese momento; su interpretación de Giselle la lleva a la inmortalidad en el panorama del Ballet Clásico de clase mundial. En su estancia en Nueva York tiene la oportunidad de trabajar bajo la égida de coreógrafos de la talla de Michel Fokine, George Balanchine, Léonide Massine, Bronislava Nijinska, Anthony Tudor, Jerome Robbins y Agnes de Mille. Otro hecho trascendente en su carrera fue el hacer mancuerna con el genial bailarín Igor Yushkévich, lo cual la lleva a ser admitida como integrante de compañías rusas de ballet, siendo sus más memorables participaciones en las presentaciones en Montecarlo, en 1955. Todos estos sucesos llevan a Alicia Alonso a ser una primera figura del ballet a nivel universal.

Pero si bien su carrera como bailarina bastaría para que su nombre pasara a la inmortalidad, lo más grande y trascendente de su vida aún estaba por venir. El 28 de octubre de 1948 funda en La Habana el Ballet Alicia Alonso, el que luego pasaría a ser Ballet Nacional de Cuba. En este ámbito, la labor y enseñanzas de Alicia Alonso toman otra dimensión. El grupo fundado por ella fue la primera compañía profesional de ballet de Cuba. En 1950, funda la Academia Nacional de Ballet Alicia Alonso de las que han surgido figuras como Josefina Méndez, Mirta Plá, Loipa Araujo, Aurora Bosch, Marta García, María Elena Llorente y Rosario Suárez.

En mayo de 1956 sucede un hecho histórico en la carrera de Alicia. Se estrena en América el ballet Romeo y Julieta, de Sergei Prokófiev con coreografía de Alberto Alonso; el éxito de la presentación es tan trascendente que el bastardo dictador Fulgencio Batista se propone usar a la compañía como un símbolo e instrumento de propaganda de su gobierno, a lo que Alicia se niega rotundamente. El infame sargento dictador no sólo le retira al grupo el apoyo económico, sino que inicia una campaña de hostigamiento en su contra. Con gran dignidad, el grupo, con Alicia a la cabeza, realiza una sonada gira por todo el país, que culmina con un homenaje de desagravio organizado por la FEU en el Estadio Universitario, y Alicia publica una carta denunciando los hechos. Como consecuencia de todo esto, Alicia tiene que salir de Cuba, y marcha invitada a bailar en la Unión Soviética, y va hacia ahí acompañada de sus principales discípulas, realizando giras por tres años, hasta que, en 1959, al triunfo de la Revolución Cubana, pueden volver a su patria para escribir las páginas más brillantes de la historia del ballet en Nuestra América.

Desde 1959 el Ballet Nacional de Cuba se transforma en un embajador cultural del gobierno revolucionario, como lo sigue siendo hasta la actualidad. A partir de ese momento, los bailarines que van egresando del ballet de Alicia Alonso van destacando por el mundo y van ganando un sinnúmero de premios y distinciones para su patria. En 1970, el Ballet Nacional de Cuba, bajo la dirección de Alicia Alonso, obtiene el Grand Prix de la Ville de París, y sus primeras bailarinas son distinguidas con el premio Estrella de Oro de la capital francesa. Ese mismo año la compañía obtiene también el primer premio de Coreografía Moderna en el Concurso Internacional de Ballet de Varna, en Bulgaria, con la obra Plásmasis con música de Sergio Fernández Barroso. Grandes triunfos del Ballet Nacional de Cuba se van sucediendo, por lo que a su directora, Alicia Alonso, se le empieza a llamar con el nombre de Prima Ballerina Assoluta, a nivel mundial.

Todavía en los últimos tiempos, la incansable labor de Alicia siguió dando brillantes frutos; ahí están como muestra bailarines como Viengsay Valdez, Sadaise Arencibia, Anette Delgado, Patricio Revé, Adrián Masvidal o Francoise Llorente, quien en la actualidad es el primer bailarín del Ballet de San Francisco, en California, USA.

Los seres de luz como Alicia Alonso tienen un lugar eterno en el mundo del arte y la cultura universal. Hoy, Alicia se ha ido de su forma terrenal, pero se ha reintegrado al universal y eterno mundo del arte, en el cual no existe final posible.

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