De Mozart, a Haydn, a Dvorak: tres estilos, tres épocas
Se luce Nuno Coelho, director huésped
Los musicólogos la consideran “la ópera más grande de todos los tiempos”: “Don Giovanni” (K.527) nos regala con lo más brillante del cerebro genial de un Mozart que acababa de cumplir los treinta años. Unió sus talentos a los de su libretista predilecto: el italiano Lorenzo Da Ponte y en un lapso de cinco años compusieron “Las bodas de Fígaro”, “Don Giovanni” y “Cosi fan futte” que llenaron al mundo de adagios, minuetos, allegros y melodías de belleza indescriptible. Musicalidad que el cálamo ingenioso del libretista redondeó a maravilla en las tres óperas. La obertura de “Don Giovanni” abre el programa con dos largos toques en tutti. Y con las inmediatas, siguientes notas, ambos autores nos instruyen con el espíritu picaresco y audaz para su tiempo de lo que llegará, siempre animado de esa gracia tan natural característica de Mozart. Dicen que Beethoven nunca gustó de la obra, no por sus valores estéticos, sino porque Mozart se había inspirado en buena parte en Casanova, un desvergonzado a quien el genio de Bonn tenía en el peor concepto de moralidad. El público aplaudió la obertura y a nuestro director huésped, el brasileño Nuno Coelho, un muchacho estupendo.
La Sinfónica No. 80 de Haydn en re menor
Todavía la semana pasada, escuchamos la Sinfonía del “redoble del timbal” de Papá Haydn, y anteanoche, retrocedimos de la 103 a la 80, que también es grata a nuestro oídos. El Allegro Spiritoso, el Adagio, el lindo Menuetto y el Presto final integran un buen conjunto de movimientos en la formación de esta poco oída obra haydeniana. El pobre de Haydn, a pesar de su genio, no fue más que otro de los criados de la rica familia Esterházy que sólo lo requería para divertirla en saraos, recitales para presumirle a sus visitantes extranjeros, o como música de fondo de ciertos banquetes en los cuales él y sus músicos eran los últimos en probar el pavo envinado o el postre de chocolate. Haydn nunca protestó y cumplió discretamente. En sus últimos años aceptó un par de invitaciones de Inglaterra para presentarse en Londres y tocar algunas de sus sinfonías. En la pérfida Albión, el hombre de la impecable peluca corta y porte de mayordomo enloqueció a los ingleses (país pobre en la producción de compositores notables) que le pagaron muchas libras por sus actuaciones y logró salir de sus deudas. La presente No. 80 no pertenece al escogido elenco de las llamadas Sinfonías de Londres, que fueron 12, acaso las últimas que compuso en su vida. Pero la 80 tiene lo suyo y posee bellas melodías y es obvia la superación del compositor en su calidad artística. Pero todavía mejoraría más y ya las “sinfonías de Londres” devienen el mejor regalo que hizo a la posteridad.
7a. Sinfonía Op. 70, de Dvorak
De la 80 de Haydn a la 7a. de Dvorak hay un espacio de un siglo. Hablamos de fines del siglo XVIII a fines del XIX. Antonin Dvorak, checoeslovaco, es uno de los mayores autores de la Europa Oriental, pero aprendió sin mayor dificultad los secretos de los maestros que lo antecedieron y aún de los que tuvo como contemporáneos. Como Tchaikovsky, el checo gusta de lo melodioso, y las piezas bellas surgen con facilidad, apegándose a los cánones liberados del Romanticismo alemán. Incluso Brahms fue su amigo y maestro y mucha de su sapiencia se la debe al viejo germano rubio y de ojos azules. La orquesta nos ofreció una cátedra de su estilo y al final (el Finale allegro) el público le dedicó una entusiasta ovación a la obra, a la orquesta y a nuestro director huésped, el Sr. Coelho, quien con su estilo vigoroso impulsó al grupo a impresionarnos con su sonido brillante y hermoso como siempre gustó a Dvorak. La ovación fue justa.