Ariel Avilés Marín
“Soy de los que piensa que
debe uno respetarlo todo,
me gusta respetarlo y
he transmitido a mis hijos
el respeto”
Adolfo Patrón Luján.
Con la sencillez y parsimonia que lo caracterizaron, un sábado, Adolfo decidió apagar su luz, como quien da la vuelta al interruptor de la lámpara sobre su mesa de noche, se fue con delicadeza, sin aspavientos, con esa categoría de gran categoría, como lo que era: ¡todo un caballero! Seguramente ya ha reanudado sus sabrosas pláticas con Fernando Espejo, el poeta, su hermano modelista, como si estuvieran a la orilla del mar de Chicxulub, en el Cocal Josefina, escenario cotidiano de sus encuentros en las temporadas yucatecas que ambos amaban y practicaban desde siempre. Pocos, como Adolfo, han practicado tan profundamente el lema que se lee en el arco de entrada de la Escuela Modelo, y que él leyó todos los días de sus estudios ahí: “Trata a los demás como quieras que te traten a ti”.
Adolfo Patrón era un hombre en quien la mesura era una cualidad intrínseca, era como la piel que cubría su cuerpo. Sus costumbres personales eran frugales, no sólo su alimentación (que él cuidaba profundamente), su vestir, su hablar, su cordialidad, todo en él era accesible y sencillo. Comer con él era verlo disfrutar que los demás se deleitaran con los más sofisticados manjares, pues su comida no variaba: su filete de pescado a la plancha, acompañado de vegetales y alguna bebida natural, nada más. Quizá, ahí residía el secreto de su longevidad en excelentes condiciones, lo que le permitió desarrollar su fecunda labor por la educación y la cultura. Sus recursos económicos no los usó para repartir despensas, u otra forma de dádiva, él repartió educación y cultura, que son alimentos más trascendentes. Alimentó las almas a su alcance.
Adolfo José Patrón Luján nació en Mérida, Yuc., el 19 de diciembre de 1926. Cursó sus estudios de primaria y el primer grado de secundaria en la Escuela Modelo, estudios que continuó en la Ciudad de México, al trasladarse su familia a la capital del país. Su padre, Rodolfo Patrón Tenorio, despertó su interés por la tecnología y la ciencia desde su infancia, pues había instalado en el garaje de su casa una máquina alemana para procesar la yuca y obtener de ella almidón y, sin saberlo, dio al hijo la llave para desarrollar una de las industrias más grandes de México, Pegamentos Resistol. Platicando con él, con gran regocijo contaba: “Este yucateco marchó a México llevando sus ollas de yuca, sin saber lo que esto iba a significar en la industria nacional”, ¡y vaya que incidió en la industria mexicana! Pues Pegamentos Resistol llegó a ser una de las marcas más importantes en la industria nacional. Su visión de emprendedor llevó a una empresa que se inició con cinco empleados en 1934, a convertirse en un enorme consorcio que aglutinaba a veinte empresas, que cotizaba en la Bolsa de Valores y con más de cinco mil trabajadores.
Adolfo Patrón no fue un empresario de esos adocenados y cuyo fin en la vida es acumular riqueza; su inquietud por la educación, la cultura y el arte, le llevó a participar en importantes proyectos. Fue presidente del Patronato de la Universidad Iberoamericana, ahí mismo participó como benefactor del Fondo Superior de Cultura del mismo Patronato. Fue fundador de otras importantes agrupaciones culturales, como el Patronato del reconocido Conservatorio de las Rosas, de Morelia, Mich.; así como de la Fundación Pro-Ópera, agrupación de alcance internacional. Su postrer proyecto, que ha rendido grandes beneficios a la cultura de Yucatán, fue la fundación del Patronato para la Orquesta Sinfónica de Yucatán y el proyecto para el Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles de Yucatán, proyecto que ha logrado la pervivencia de la orquesta, liberándola de la dependencia única de la voluntad de la administración pública. El movimiento sinfónico en Yucatán data de fines del siglo XIX y, en ese lapso, ninguna orquesta había sobrevivido más de cinco o seis años como máximo, y la actual Sinfónica, lleva ya dieciocho años de brillante vida, y ha adquirido un nivel que la pone en un lugar destacado entre las orquestas de nuestra nación. Y esta pervivencia está relacionada profundamente con la labor del Patronato, que desde luego ha contado con el apoyo decidido del Gobierno del Estado.
En su fecunda vida, Adolfo Patrón recibió muchos y muy importantes reconocimientos; el primero de ellos en 1976, el Premio Nacional de Química, que recibió del entonces Presidente de la República, Lic. José López Portillo; en 1987, la Universidad Iberoamericana le otorga la Medalla “Bere Merenti” y, posteriormente, en 1995, el Premio “Tlamantini”. Por su labor en el Patronato de la OSY, la Liga de Acción Social le entregó en 2007, la Medalla “Gonzalo Cámara Zavala”. En 2008, el Gobierno del Estado le concede la Medalla Yucatán. En 2014, el Ayuntamiento de Mérida lo honra con la Medalla de Cultura “Silvio Zavala”. Finalmente, en 2015, la Universidad Anáhuac Mayab, le concede la Medalla Liderazgo. Justos testimonios de sus acciones por la cultura de nuestro país.
Desde el joven soñador, que como él mismo dijo, marchó a la capital con sus ollas de yuca, hasta el empresario industrial y emprendedor exitoso, media una vida de esfuerzo, de dedicación y de trabajo fértil. Seguramente Adolfo Patrón Luján estará siempre presente entre nosotros cada vez que asistamos a un concierto de la OSY, cada vez que las orquestas juveniles e infantiles ejecuten música de concierto, sus sonidos nos dirán: ¡Adolfo Patrón, presente!