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Para los familiares, el cadáver de la persona que ha muerto por coronavirus se asemeja a aquel que muere en guerra o que desaparece, como las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, porque no vuelven a ver sus cuerpos y esto implica que el proceso de duelo pueda ser más difícil de superar, señaló ayer el Dr. Paulino Dzib Aguilar, profesor investigador de la Facultad de Psicología de la UADY.

El también director de la Clínica de Justicia Terapéutica de Yucatán (Clijutey) dijo que el ser humano tiene la necesidad de cerrar ciclos y si no lo hace puede haber consecuencias en la salud; hablamos específicamente del proceso de duelo ante la pérdida de un familiar o un ser querido.

(Cabe recordar que prácticamente el familiar no vuelve a ver al paciente que es diagnosticado con Covid-19 y si este fallece no vuelve a ver su cuerpo. De acuerdo con el protocolo de manejo de cadáveres de la Secretaría de Salud el cuerpo se entrega a la familia, que se espere que cuente con servicio funerario contratado y recomienda no abrir el ataúd.

Nada de velorio

Además, con la finalidad de limitar el riesgo de contagio por la concentración de personas en áreas pequeñas, la velación del cuerpo debe evitarse siempre que sea posible y se solicitará a la familia realizar la disposición final en forma inmediata, ya sea mediante inhumación o cremación).

Por eso, señaló el especialista, la situación se asemeja a quienes pierden a un familiar en guerra o en una desaparición, como ha sucedido con las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez.

“Por ello, la familia debe tener presente que el familiar falleció y de acuerdo a sus necesidades, de acuerdo a su religión o a sus creencias, podrían llevar a cabo alguna especie de ritual para que en lo simbólico se le dé la despedida a la persona, aunque su cuerpo no esté presente”, expuso.

Los seres humanos, agregó, tienen esa necesidad de la ritualidad para poder cerrar este ciclo; por ello, aunque no vean ya al familiar se debe buscar la forma de establecer que este murió en circunstancias especiales y que en este sentido se le debe dar un trato especial.

“Pudieran hacer su ritual como si el cadáver estuviera y que se sepa que concluyó su vida en una situación especial y también se deben evitar, más adelante, conductas anómalas que complicarían el duelo, tales como tener las cenizas del cuerpo cerca de la persona o en el lugar donde solía estar, etcétera”, comentó.

En lo general, dijo que el proceso para transitar por un duelo podría ser de 6 meses a un año y la persona sabe que lo va superando cuando puede recordar al familiar sin sentir dolor, pero también se puede saber que un duelo ya presenta una condición patológica cuando pueden pasar unos 2 años y el dolor de la pérdida puede ser fuerte todavía y se siguen repitiendo cosas como que “no debió haber muerto”, entonces la gente debería recurrir a un tratamiento.

Aguilar Dzib consideró que hay dos temas que se deben tener en cuenta. Uno es poder proveer a los familiares de apoyo, a través de especialistas como son los tanatólogos, quienes cuentan con las herramientas para resolver ese tipo de problemas.

Además, dijo que se debe considerar, como una política pública, el hecho de que por parte de las autoridades del sector salud se pudiera entregar algo como un certificado de defunción especial, con una especie de frase en la que se recuerde, por ejemplo, que la persona “luchó contra la pandemia del coronavirus” o algo similar.

Este documento, expuso, jugaría el papel de lo que Freud llamó el tótem y puede ser un instrumento muy útil que sirva a la persona como un elemento simbólico para enfrentar el duelo.

“Al final la gente podría hacer lo que quiera con el documento. Tal vez podría suceder que en el mismo instante destruyan en papel o que se guarde, pero en ambos casos tendrá un valor emocional y cumplirá su función para cerrar un ciclo”, concluyó.

(David Rico)

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