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Yucatán

Abuelita vende palanquetas para mantener a sus nietas en Mérida

A pesar de su discapacidad, una abuelita vende sus palanquetas para sacar adelante a sus nietecitas en Mérida.
Foto: Martín Zetina
Foto: Martín Zetina

Sentada en una silla de ruedas que le dieron prestada porque la suya se rompió, doña Geni Beatriz Huchim Chan se gana la vida vendiendo palanquetas de cacahuate a la gente de los autos que pasan en Mérida, pero como le falta una pierna y no puede caminar y las entrega su nieta Cristal, de 8 años.

La niña debería estar tomando clases por televisión, pero nadie les dio ayuda para inscribirla en el nuevo sistema virtual, de modo que, al menos por lo pronto se quedó sin estudiar y se siente triste porque ve más lejos la posibilidad de convertirse en soldada–ese es su sueño– para servir a su país.

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Doña Geni Beatriz tiene 55 años y está separada de su esposo, por lo que vive solamente con Cristal y su hermanita Nicte Há, de 4 años, que es sordomuda y necesita ir a una escuela especial para que le enseñen cosas, pero su abuela no puede llevarla y como tiene que mantenerlas porque sus padres se fueron lejos y las dejaron con ella, cuando sale a trabajar con la más grande encarga con una familia a la más chica.

Viendo la cámara, la señora explica: "salgo a vender porque de esta manera yo me gano la vida. Vendo palanquetas y el día que no venda, no como. Bendito Dios que tengo fuerzas para hacerlo".

Dice que también desempeña otros oficios, como el de jardinera, pero así como hay gente que le da el trabajo, hay quienes no se lo dan porque le miran su discapacidad, pero no su capacidad, y le preguntan: ¿Cómo lo vas a hacer?

–Pero sí puedo –afirma–. Yo soy una persona que no le tiene miedo al trabajo y lo he hecho. Por eso a veces le digo a la gente: Usted no me pregunte, si yo le vine a pedir el trabajo es porque me siento capaz de hacerlo, si no, no se lo pido. Y sí, me han pagado hasta 250 pesos por desyerbarles su jardín.

Manifiesta que agradece que le den el trabajo y le duele que le digan que no, y que si alguien ahora le dice: “Tengo un jardín lleno de hierba”, enseguida va y se lo deja bonito. En este punto da gracias a Dios porque le ha dado salud para poder trabajar, y revela que vive agradecida no sólo con Dios, sino también con la gente, porque todos la han ayudado.

En realidad, doña Geni Beatriz no tendría que estar en esa dura situación, pero hace siete años, andando con el que era su esposo por el rumbo de la colonia Mulsay, fueron atropellados por un borracho conductor de una camioneta que no se hizo responsable de las lesiones que les ocasionó y los dos quedaron discapacitados porque los arrastró. Fue tan grave el accidente que ella perdió una pierna y él tuvo fracturas en la cadera y le tuvieron que reconstruir un pie, por lo que usa ahora una prótesis.

Recuerda que estuvieron cuatro meses en el Hospital O’Horán y, cuando salieron, ya habían puesto todo en su contra y dejaron libre al ebrio conductor que los atropelló porque pagó una póliza de 50 mil pesos. Ella daba vueltas y vueltas a los juzgados para que les pagaran las lesiones, pero como suele ocurrir en este país, al no tener dinero para pagar un abogado no les hicieron justicia.

Todos les decían que tenían derecho a una pensión a raíz del accidente que les desgració la vida –son sus propias palabras–, porque ella ganaba dinero como parrillera, ya que siempre fue gente de trabajo, pero después del accidente su patrona se negó a aceptarla. Le dijo que ya no le servía así y que no se podía hacer responsable si algo le pasaba por su discapacidad.

–Lo lloré mucho –confiesa.

Entonces empezó a buscar trabajo en otros lados: en fruterías, en tortillerías e incluso ha desyerbado en las casas, sobre todo cuando se acerca la Navidad, porque su nieta quiere que le haga su cena, que le haga una ensalada para que cenen juntas y para cumplirle el deseo tiene que trabajar más duro para que les alcance.

Ella cuenta que ahora tiene necesidad de una silla de ruedas, porque la suya se rompió y la que desde ayer está usando se la dieron prestada, pero la va a tener que devolver y el problema mayor es que de X’Matkuil, donde vive, hasta la avenida de la Central de Abastos donde vende, está lejos. Comenta que hay una señora que va por allá y las lleva. Pero cuando eso no es posible salen ella y Cristal a pie desde la madrugada para llegar a ese lugar, a las 8:30 de la mañana. Luego, cuando son las 2:30 de la tarde, emprenden el regreso también a pie, bajo el Sol o la lluvia, para llegar a su casa casi al anochecer.

De la gente que le compra, algunos le han preguntado:

–¿No le tienes miedo a la pandemia?

Y ella les responde:

"Claro que sí. ¿Quién no le va a tener miedo a la pandemia si se sabe que es capaz de matar? Pero, don, si me quedo en mi casa me muero de hambre. Entonces o me muero de hambre o me muero de coronavirus"

En esta parte comenta que, después de que salieron del hospital, el DIF les dio una moto especial, pero como ya estaba muy viejita se desbieló. Ahora está en un taller, pero no la puede reparar porque le cobran 1,500 pesos y no cuenta con esa cantidad, que para ella es demasiado. Dice también que ya le pidió al DIF que la ayude nuevamente con una moto, o que le reparen la que tiene, y que una señora fue a hacer el trámite.

Sobre su silla de ruedas descompuesta, dice que se le rompió una rueda y fue a pedir una prestada al Surticoma, donde un joven empleado se la dio.

"Es ésta –relata llorando–, y la verdad le voy a ser sincera, yo me huí con la silla ayer y ahorita en la mañana le fui a pedir disculpas al muchacho, le dije que me disculpara porque tenía la necesidad de llevarme la silla de ruedas, porque yo no tengo. Me dio miedo que lo corrieran de su trabajo por haberme prestado la silla. No sé cómo me voy a ir al rato porque la silla son mis pies, sin ella no puedo caminar. Además, cuando no la tengo, me preocupo porque con la silla trabajo. Yo cocino, lavo, todo lo hago sentada"

Dice que el muchacho que le prestó la silla le juntó un poco de mercancía que le va a dar al rato, cuando se esté yendo. Pero no se va a poder ir sin la silla, que su querida nieta Cristal, su compañera de trabajo y de aventuras, va empujando.

En respuesta a una pregunta, dice que los domingos no trabaja porque se dedica a arreglar la casa, la ropa, todo, y a que Cristal juegue. Comenta que ahorita por la pandemia casi no la deja salir, pero si sale una hora también sale ella a cuidarla, por tantas cosas que pasan y tanta gente mala que hay.

Finalmente doña Geni Beatriz, comenta:

–Yo lo único que pido es que me compren mis dulces para sacar adelante a mi niña, para que mi niña vaya a la escuela. Nicté Ha también tiene que ir a la escuela especial, pero no puedo llevarla. Las dos son buenas, nada más que ésta –Cristal– es más terrible.

Nuestro compañero Martín Zetina realizó esta entrevista en el cruzamiento de la avenida Mérida 2000 con la calle que da a la Central de Abastos. Lo hizo para honrar el Día del Abuelo y la Abuela, que se conmemoró el pasado 28 de agosto.

El teléfono de esta gran abuela que es doña Geni Beatriz Huchim Chan, por si alguna persona generosa quiere ayudarlas, es el 99 92 96 00 35.

Por Roberto López Méndez

Por Redacción Digital Por Esto!

JG

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