Para los mayas los cenotes no solo fueron aprovechados como un recurso natural para abastecerse de agua, sino que también al nivel religioso tenían un papel relevante dentro de los rituales y ceremonias de los pueblos para los dioses de su cosmogonía.
Los ritos estaban estrechamente ligados a las deidades de la lluvia y de la fertilidad. Según sus creencias, el dios Chaac habitaba en el fondo de estos cuerpos de agua, además de que la diosa Ixchel también recibía ofrendas a través de los cenotes, en los que se realizaban sacrificios de doncellas, así como entregan piezas de oro, piedras preciosas y demás artículos como vasijas o jarrones.
Se cree que en su mayoría las mujeres vírgenes eran las principales víctimas de estas prácticas, pero se ha comprobado que en su mayoría los restos que se han encontrado en los cenotes corresponden a personas del sexo masculino, de los 3 a los 12 años, mientras que en las mujeres las más sacrificadas rondaban en edades de 21 a 34 años.
El cenote donde se tiene más registro de ser lugar de sacrificios mayas es el cenote sagrado de Chichén Itzá, o también conocido como Chenkú o Cenote de los Sacrificios.
No hay evidencias de que hubiera una variedad de sacrificios, ya que en su mayoría el cuerpo era arrojado luego de una breve ceremonia, o antes el corazón era extirpado y lanzado al cenote. En algunos casos hay registros de desollamiento e incluso de canibalismo, como queda en los escritos que realizaron frailes y conquistadores que llegaron a la Península de Yucatán.
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AA