Manuel Rodríguez Lara tiene 76 años de edad y es un indigente que pide limosnas en una avenida a un costado de la Unidad Deportiva Inalámbrica de Mérida.
Él es uno de tantos ejemplos de pobreza de la gente que vive en Mérida, la cual presumen las autoridades como una ciudad “moderna, de avanzada y próspera”.
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Sentado bajo la sombra de un árbol y protegido del Sol por un pedazo de tela, con tristeza en el rostro, al borde de las lágrimas recuerda que el 12 de junio pasado, su pareja también falleció, ahí, cerca de él, de un colapso que no supo explicar.
“Me quedé solito. No tengo a nadie que me dé y estoy acá pidiendo mi limosna”, dijo.
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De joven vivía por el rumbo de la calle 85, pero desde niño su madre falleció. Entonces, “empecé a llevar chin...”. Todos los días, Manuel sale a pedir limosna porque nadie le da trabajo por su edad. Tampoco recibe algún apoyo.
La indigencia es una forma de pobreza extrema que Mérida tiene. POR ESTO! publicó recientemente que según un censo realizado por la Policía Municipal de Mérida y la Dirección de Desarrollo Social del Ayuntamiento, en los últimos tres años, la cifra de indigentes o personas en situación de calle creció 48.5% en el centro de la ciudad.
En el 2011 había 31, luego pasó a 34 y tras la pandemia llegó a 46, entre mujeres y hombres.
Manuel Rodríguez Lara es uno de ellos. “Vengo para que me den mi limosna porque no me quieren dar trabajo”. Entonces muestra el bote de plástico con que recolecta limosnas y a esa hora no tiene nada.
Al menos, en esa zona de la ciudad, permanece de 7:00 a las 11 horas, mientras calienta el Sol y luego se marcha, por el Sol caliente y “golpea mucho”. Trata de protegerse porque, según él, la savia de una planta, generó en sus extremidades que la piel se reseca.
Sin ningún apoyo
Desgraciadamente, no tiene apoyo médico. Y tampoco tiene familiares, pues no engendró hijos. Lo que recolecta le sirve para adquirir sus alimentos. En el momento de la entrevista mostró que su desayuno consistió en agua y una bolsita de “chicharrones”.
Se queja: “A veces no me dan nada. A veces me va bien”. Sin embargo, al no tener vivienda, renta y paga alrededor de mil pesos al mes. Como no le alcanza los recursos, tiene que limpiar patios y desyerbar.
“Nada, así la estamos pasando como Dios manda. Lo que Dios mande es bueno”, dice resignado, cuando piensa en “descansar”, como le sucedió a su pareja que murió también en la calle.
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GC