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Roger Aguilar Cachón

El título puede parecer un poco complicado, aun cuando realmente es algo muy sencillo, tanto como decir, la importancia de lo insignificante, pero en realidad suena mejor el título y eso es de llamar la atención y presenta una expectativa acerca de lo que la nota trata. En ocasiones, la mayoría de las personas guardan para sí, recuerdos que se van almacenando en una parte de nuestro cerebro y solamente esperan un pequeño destello que accione que éstos regresen a nuestros días y hagan de ese momento, una especie de parcela memorística cargada de momentos gratos o ingratos, pero que forman parte de nuestras vidas.

Hay cosas que de momento hacen que algunos de nuestros sentidos capten algo y de inmediato nos traiga aquel recuerdo que estaba adormilado, por no decir olvidado, pero que nos hace tener una serie de recuerdos no sólo de lo importante de ese instante, sino del entorno en que se presenta ese momento. Hay de todo, un olor, una presencia, una canción, un edificio, un camión, en fin todo aquello que nos puede parecer intrascendente en ese momento, se reproduce en nuestra memoria como algo de suma importancia.

Comencemos con aquellas cosas que en primera instancia pueden ser algo que nos ocurre toda la vida; por ejemplo, en una de las visitas que el de la letra tuvo que hacer a una panadería –ubicada allá por la 52 con la avenida Pérez Ponce– con la finalidad de proveerse de su pan para el desayuno, se encuentra de manera directa, casi “chocando”, con una persona a la que se le identifica como la Profra. Aída Rosa Villa, en ese momento mis recuerdos hacen que el tiempo se traslade a la época cuando el suscrito estudiaba su primaria allá en el Centro Escolar “Felipe Carrillo Puerto”, en la “Domingo Solís Rodríguez”, y me veo de pie y en compañía de los amiguitos de mi salón de clases, parados frente al piano de la maestra Aída Rosa, quien nos enseñaba las canciones, entre ellas los himnos Nacional, el dedicado a Felipe Carrillo Puerto, y recuerdo una canción dedicada al otoño que decía entre otras cosas (….) “noviembre. Mes de la siega, la pródiga y rica estación, la estación de las flores de oro que extasiadas contemplan el Sol..”. Recuerdos llegan de la escuela, de las maestras sentadas en una de las amplias bancas adosadas a la pared, esperando la entrada a clases o durante el recreo. El teatro “José Jacinto Cuevas”, los amplios corredores y algunas pinturas en las paredes de lo que fue mi escuela. Todos esos recuerdos me llegaron, tan sólo con la presencia de la maestra Aída Rosa.

En ocasiones, lo intrascendente que puede resultar el olor a la naftalina, hace que los recuerdos rebosen dentro de uno y está el de la letra seguro que a muchas personas de la tercera edad les ocurra lo mismo. En mi caso particular, ese olor me remonta a la época cuando mis tías, ahora en la gloria del Señor, vivían al lado de la casa de mi mamá, tenían un gran estante o ropero, que cada vez que las visitaba y tenía la oportunidad de ver lo que se guardaba adentro, sólo con abrir un poco una de las puertas, el olor salía de manera agresiva que chocaba con el olfato. Olor fuerte y agresivo, y adentro, estaban las joyas de la familia, la ropa, los cobertores, los talcos y lociones, el peine, en fin toda la ropa de las tías. Cabe mencionar que el ropero aún está en muy buenas condiciones.

Lo mismo ocurre con el olor al talco y el jabón Maja, cuyo agradable aroma no sólo evoca lo recién bañado, y el recién corte de cabello, sino en el caso mío, evoca las visitas que hacía a mi mamá, ya con una enfermedad degenerativa y progresiva, pero que la mantenía alerta y siempre procuraba que después del baño, se le aplicara una buena dotación de talco. También recuerda a mis tías, ya viejitas, siempre con ese olor que no puede ser apartado de mi memoria.

Lo intrascendente no se busca, se encuentra en cada momento de nuestras vidas, aparecen de vez en cuando, hay cosas o situaciones que se mantienen dormidas por mucho tiempo y otras que sólo con verlas, escucharlas u olerlas, nos evoca el pasado y su importancia. Tal es el caso de un refresco llamado 7Up, cada vez que por alguna razón, ya sea para paliar la sed o acompañar la comida, llegan a mí los recuerdos de cuando tenía la edad de las ilusiones, 15 años, y fui a pasear con una de mis tías –ya en gloria del Señor–, mi tía Tere, cuando fuimos a ver a otro tío que trabajaba en un puerto muy lejano y poco conocido en aquellos años, me refiero a Manzanillo, Colima, de eso ya hace más de 45 años, todo era un pueblo donde vivían trabajadores, y pequeñas casas de los habitantes naturales, sus playas vírgenes y su aroma a comida desconocida por el de la letra llegan ahora a mí, en el momento en que escribo esta nota, y que con solamente ver o tomar un refresco te lleve a otros sitios y recordar momentos que ya no volverán.

En ocasiones lo intrascendente de un sonido, en caso específico de la sirena de una ambulancia, puede ser trascendente para alguna persona; por ejemplo, el de la nota, hace que su memoria saque a flote los años en que estuvo como voluntario socorrista en nuestra benemérita institución, aunque también es un recordatorio del día en que mi mamá falleció, ya que fue conducida al Seguro Social en una ambulancia, algo tan común, pero importante para algunos.

En época de inicio de cursos, los niños siempre esperan el primer día de clases para estrenar su uniforme, así como sus útiles escolares, para el de la letra lo que puede ser algo tan simple como un lápiz, conlleva una gran importancia, ya que durante toda mi educación primaria, así como los inicios de la secundaria, los domingos por la noche era costumbre que mi tía Rita me diera o mejor dicho nos, a mis hermanos y un servidor, un lápiz nuevo tajado para iniciar bien nuestras clases, era una tradición que hasta el último momento en que la tuvimos en este mundo cumplió de manera anual. Recuerdos no sólo del lápiz, sino también del beso y de los buenos deseos de la tía.

Los libros nuevos, ya en edad adulta, siempre han sido el vehículo de los recuerdos, ya que hacen un recuentro de las libretas y los libros de texto gratuito que compraba la mamá del de la letra y los que nos entregaban en las escuelas, el olor a lo nuevo, hacen un viaje a años escolares y ahora cualquier libro que cae en mis manos hacen rememorar viejos recuerdos.

El olor que un determinado perfume o loción proporciona e invaden nuestro sentido del olfato, por ejemplo hay olores que con solo sentirlo, parece que esa persona que los usa se encuentra junto o cerca a nosotros, ya sea de hombre o de mujer. Por ejemplo, en muchas ocasiones al prestar algún libro o libreta, la persona al devolverlo me dice que olían a mí. Llevamos nuestro olor a todos lados, desde luego que hay que referirse a los agradables.

Olores, sabores, aromas, objetos, personas hacen que nuestra memoria recuerde momentos que pensábamos estaban dormidos y en realidad si lo están, sólo que despiertan al momento cuando se acciona aquello que nos rememora los momentos que dejamos escondidos como un tesoro en un cofre. De seguro que alguno de mis caros y caras lectoras habrá recordado o recordará momentos buenos o malos con tan sólo ver, oler o sentir algún objeto en el momento menos esperado.

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