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Cultura

Pensar el jazz

Pedro de la Hoz

Por décimo quinta ocasión sesiona, en el contexto del Festival Internacional Jazz Plaza, el cual durante esta semana concita en Santiago de Cuba y La Habana la atención de músicos, aficionados, promotores y críticos de medio mundo, el Coloquio Internacional que de un tiempo a esta parte, con toda justicia, evoca la memoria de Leonardo Acosta (1933 – 2016). Sucede que junto al despliegue jubiloso de conciertos y descargas, mayoritariamente de noche como corresponde al género, el foro también es espacio privilegiado para confrontar opiniones, sacar cuentas, señalar jerarquías, desempolvar historias y discurrir acerca de los nuevos caminos del jazz.

En todo ello fue Leonardo Acosta paradigma y maestro. Su influjo rebasó ampliamente los límites de la isla. En Estados Unidos y México, España y Colombia, Canadá y Alemania, por citar solamente unos pocos países donde se le admira, dejó huellas indelebles. Escritor, músico, musicólogo, periodista, poeta y narrador publicó ensayos imprescindibles como Música y épica en la novela de Alejo Carpentier (1976), Música y descolonización (1982), Del tambor al sintetizador (1983), Elige tú que canto yo (1992), y la prolija historia del jazz cubano.

Quienes intenten, hoy y mañana, escribir sobre la historia del jazz en Cuba, tendrán que partir de su legado. El libro Un siglo de jazz en Cuba culminó un período de búsqueda y sistematización de informaciones sobre un campo en el que hasta ese momento todo era fragmentado y disperso.

No hay que prestar demasiada atención a la modestia con que él mismo presentó el libro: “…de ninguna manera pretendemos haber escrito una historia del jazz, sino apenas un bosquejo de esta en nuestro país; una especie de mapa o croquis a partir del cual puedan emprenderse investigaciones más exhaustivas…”.

Pero ya en esa introducción ofrece dos datos claves para entender el alcance de su propuesta: “Este libro no podía dedicarse únicamente al jazz, sino también a otras manifestaciones musicales, ya que nuestros jazzistas por lo general también incursionaron —y lo siguen haciendo— en nuestra música popular, y muchos de ellos surgieron de las bandas militares y agrupaciones sinfónicas”. Con esto nos indica un rasgo reveladoramente constante en su mirada: superar los compartimentos estancos. Otro dato: aun cuando fijó como límites “lo testimonial expositivo y lo estrictamente histórico”, al plantearse la necesidad de “liquidar ciertos fáciles esquemas repetidos hasta la saciedad”, situó una perspectiva crítica consustancial a toda su obra.

Un siglo de jazz en Cuba se fue construyendo en diversas etapas. En 2001 la editorial colombiana La Iguana Ciega publicó Raíces del Jazz Latino, un siglo de jazz en Cuba; casi simultáneamente Ediciones Unión en La Habana entregó esa misma historia en los volúmenes titulados Descarga cubana, y existe una versión en inglés, de la editorial de la Smithsonian Institution, bajo el título Cubano Be, Cubano Bop: One Hundred Years of Jazz in Cuba. En esos recorridos, enriquecidos sucesivamente, Leonardo redescubrió las relaciones entre las músicas cubana y norteamericana, así como la doble vía que hizo posible que el jazz afrocubano o el jazz latino, denominaciones que se entrecruzan en origen y destino, emergiera en las dos orillas.

Con toda razón, esta obra ha sido calificada como el más documentado recorrido por diferentes hechos históricos que facilitaron la cristalización y desarrollo del jazz en Cuba, posibilitando un proceso local característico y particular.

El actual coloquio que honra la memoria de Leonardo se perfila como una acción para pensar en y desde el jazz, porque si bien de una parte pone su acento en la valoración de obras, figuras y procesos relacionados con el género, y de manera muy específica con su práctica histórica y actual en la isla, por otra expande cada vez más su espectro de intereses hacia otras zonas de la creación y la promoción musicales tangencialmente vinculadas al acontecer jazzístico pero que lo rebasan.

Es por ello que cohabitan homenajes a jazzistas de pura raza como lo es el centenario trombonista Pucho Escalante; Tata Güines, cuyo manejo de la percusión sentó cátedra, y a los 50 años de la fundación del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, junto a una evocación necesaria al maestro Adolfo Guzmán a un siglo de su nacimiento.

Novedades discográficas, destaques de programas y proyectos promocionales de marcada singularidad y discusiones en torno a las oportunidades que ofrece el universo digital para la difusión del jazz ocupan otro importante segmente del coloquio, que se completa con demostraciones y clases magistrales.

Mientras asisto a los conciertos del festival y a sus nutricias sesiones teóricas me viene al recuerdo una premonición de Leonardo: “Lo más probable es que en las próximas décadas, lejos de crearse un lenguaje musical, universal, continúen vigentes todas las músicas hoy vivas, y haya surgido por lo menos un par de decenas de nuevas corrientes de alguna repercusión. Los clásicos continuarán impasibles dominando la escena desde sus respectivos siglos; los ‘experimentales’ multiplicarán sus búsquedas y hallazgos; la música popular seguirá su incesante evolución, y los mercaderes capitalistas tratarán de inventar nuevas modas pop. De todas maneras, parece evidente que el acercamiento y los préstamos entre las distintas músicas del mundo seguirán en aumento, aunque cada una conserve su identidad. De lo que sí estamos seguros es de que, a fin de cuentas, quedarán aquellas manifestaciones musicales que representen las mejores causas y sostengan los más nobles valores y aspiraciones de la humanidad”.

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