Ivi May Dzib
Ultimamente he estado leyendo a Kafka, también he hablado de él y he compartido algunos relatos que en su estructura fragmentaria dejan ver esos rasgos característicos de la personalidad del escritor, ese carácter que definió gran parte de su obra y vida. El texto literario no se estudia a partir de la biografía del autor, ya que vida y obra no son lo mismo, el texto termina siendo siempre mucho mejor que la persona. De lo que quiero hablar es de la vida acomplejada del autor y de su obra, pero desde el punto de vista de cómo algo que puede tener una connotación negativa como el complejo, puede transformarse en un valor estético, pero sólo si se está frente a un alma sensible. De ahí que entre ser un acomplejado o una persona libre de complejos no hay tanta diferencia, porque si decimos hay que mandarlos al “traste”, a los complejos (así de fácil como uno desecha un compromiso de campaña) es que nunca los tuvimos. De ahí lo complejo de los complejos.
Partamos de lo más sencillo, su definición como concepto, iniciemos en términos de psicología, donde complejo (o complejos) se define como los rasgos inconscientes, que las personas tienen con relación a sí mismas, son un conjunto de sentimientos, emociones, ideas inconscientes y tendencias reprimidas asociadas a experiencias pasadas del sujeto que normalmente impactan en su personalidad y carácter. Los complejos han sido analizados desde hace mucho tiempo. Dicha palabra, fue utilizada por el médico psiquiatra y psicólogo Carl G. Jung. Algunos complejos basan su nombre en personajes históricos, seres de la mitología, protagonistas literarios o personajes bíblicos (complejo de Edipo, por ejemplo).
Ahora si hablamos de lo complejo o la complejidad como adjetivo, ésta es la cualidad compuesta de diversos elementos. En términos generales, la complejidad tiende a ser utilizada para caracterizar algo con muchas partes que forman un conjunto intrincado y difícil de comprender. De ahí que decir que mandemos al traste un complejo suena tan fácil como decir que podemos acabar con la corrupción y la impunidad que impera en nuestro país en un abrir y cerrar de ojos. Simplificamos algo que es difícil de entender. Pero dejando de lado ese punto, ¿qué podemos hacer con nuestros complejos?
Ahora es cuando regreso a Franz Kafka. Desde “Carta al padre”, La metamorfosis, Diarios íntimos o Un médico rural y otros relatos pequeños, podemos ver cómo las conflictivas relaciones con su padre hicieron de él un hombre inseguro y acomplejado. Hermann Kafka fue un hombre autoritario, de carácter difícil, empeñado en medrar económicamente y ascender en la escala social. Nunca aceptó el carácter sensible ni la constitución enfermiza de su hijo, y despreciaba el interés de éste por la literatura. Si tomamos en cuenta lo anterior, al vivir con toda esta carga emocional no es de sorprender que los personajes del nacido en Praga despierten convertidos en insectos o se defiendan del rechazo de las muchachas aduciendo que ellas sufren de otros defectos que no alcanzan a ver, pero que se asemejan a los que critican en él. Aquí lo importante es cómo Kafka logra textualmente hablar de su sentir, en Carta al padre o en Diarios íntimos, sin esconder lo acomplejado que está, sin negar su condición de ser atormentado por ideas preconcebidas. Si tomamos la idea de que todo es discurso, de que la realidad la construyo yo y el mundo emocional es parte de esa construcción, entonces no podemos negar la valía de un autor como Kafka, quien logró transformar su angustia en literatura, no en una queja desarticulada, sino en un mecanismo estético como válvula de escape.
Un hombre acomplejado que logra transformar sus sentimientos en literatura es más valioso que un hombre seguro, cabal, equilibrado, libre de complejos que vende un país, construye un imperio a través de la esclavitud o se mofa en las redes sociales de la angustia de los demás. Esto es solo una pequeña opinión porque hablar de los complejos es mucho más complejo de lo que se piensa.