Cultura

Las mujeres intelectuales en la sociedad yucateca del Siglo XIX

Una de las mujeres olvidadas en la historia es la maestra Josefa Florentina, caso representativo de este grupo, madre del que fuera eximio historiador y Obispo de Yucatán Crescencio Carrillo y Ancona
En Izamal se conservan estas paredes sobre los cimientos de lo que fue la casa de la maestra Josefa / Especial

Sobre la presencia de la mujer en la historiografía yucateca se han realizado importantes estudios que han aportado a la comprensión de su figura en la región en diferentes momentos históricos. Sin embargo, en lo que refiere a la mujer en el periodo del Siglo XIX, escasos son los estudios enfocados a la intelectualidad y su cultivo dentro de la sociedad yucateca; por lo general, las investigaciones se centran en el actuar de las mujeres poderosas en lo económico e influyentes políticas o mujeres con los rasgos cívico patriotas.

Los que han abordado este tema se centran en la figura de ciertas maestras emblemáticas como Rita Cetina, y sus alumnas, toda ellas residentes en Mérida, lo que hace pensar que las mujeres cultivadas en las artes o la ciencia eran inexistentes en el resto de la entidad. Una de estas mujeres olvidadas es la maestra Josefa Florentina, caso representativo de este grupo, madre del que fuera eximio historiador y Obispo de Yucatán Crescencio Carrillo y Ancona. Es probablemente porque la figura de su hijo opaque un tanto su actuación, sin embargo, es por esa misma sombra por la que se ha conservado el recuerdo y las referencias a esta mujer.  

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Josefa Florentina: esbozo de una vida

Josefa Florentina es una mujer excepcional, siendo una mujer indígena, tuvo una participación relevante en la sociedad decimonona. Es ejemplo de la mujer intelectual, pero ante todo indígena, que supo obtener un lugar en la sociedad, su figura es un paradigma puesto que no fue ni revolucionaria ni cívica patriótica, y son estos los prototipos de mujer que se ha pretendido observar para este periodo y de los cuales existen ciertos estudios.

Madre, viuda, mujer letrada, maestra y administradora, serán las etapas de esta mujer, que ha pasó con cierto eco en la historia no es por sus dotes de piadosa o patriota, sino por su temple e intelecto.

La educación de la mujer indígena para los inicios del Siglo XIX se había mantenido sin muchos cambios respecto a lo establecido desde la época prehispánica: al parecer se centraba en la instrucción en al seno de la familia impartida por la madre, enfocada al desarrollo laborar y de trabajo doméstico. Tras la Conquista y evangelización las indias asistían al catecismo como remilgos de educación, a lo que Gabriela Solís llamara: la educación como doctrina. 

En lo que a las mujeres criollas o españoles atañe, recibían enseñanza tanto de la madre, y en algunos casos por maestros o institutrices pagados en lo particular. Es probable que Josefa Florentina, “acogida” por la familia Ancona, recibió su educación de forma particular; se puede entender con esa referencia de en su biografía de “esmerada educación”, que fue dado tanto por miembros de aquella familia como de algún diestro o profesional en la materia.

La maestra Josefa Florentina nació en la entonces villa de Izamal, el 19 de marzo de 1810, fue hija de Venancio y María Engracia Carrillo. Según apunta del Obispo Historiador, fue acogida por una familia de apellido Ancona, quienes le dieron su apellido. En este caso, existe un revoltijo en la cuestión de apellidos,  pudiera creerse que Josefa haya heredado el apellido Carrillo y Ancona de su madre María Engracia, pero lo que resulta evidente es que la fuerte presencia de ese apellido se debe a una familia de holgada posición social que vivía en Izamal y que había dado protección a aquel matrimonio de indígenas. El obispo historiador refiere: “No así la madre: está era de humilde origen, caritativamente acogida y esmeradamente educada en la familia de un señor de apellido Ancona, de los descendientes del Conquistador y Adelantado  don Francisco de Montejo.”

Es probable que, siendo un matrimonio de los llamados mestizos y, por la extrema pobreza de aquellos, fueran trabajadores domésticos de los señores Carrillo y Ancona, en la casa de Izamal . Es como habían heredado el apellido la madre de Josefa Florentina y éste, a la vez, se lo habría de pasar a su hijo.

De un arrejuntamiento con un tal, Maximiano Pérez Conde, procrea a su único hijo, llamado Crescencio, quien naciera el 19 de abril de 1837; al no estar casada lo bautizan como hijo natural y es así como se asentó en la partida de bautismo. Permanecieron en unión libre durante varios años, y cuando se trasladaron a Mérida huyendo de la Guerra de Castas, deciden casarse en noviembre de 1850, cuando el hijo ya era un adolescente.

En lo que respecta a la educación recibida, es el mismo Crescencio Carrillo señala: “De estas circunstancias le resultó el apellido Ancona, que supo llevar con dignidad por el mérito de sus virtudes e instrucción literaria, en una época como aquella, del primer tercio del siglo, en que tan atrasada se encontraba en el país la educación de la mujer.”  Esta particularidad ha llevado a todos los biógrafos del mencionado obispo a escribir grandes elogios a su madre. El cronista Francisco Cantón Rosado (hijo del General homónimo) la califica de “inteligente y laboriosa”, y José Dolores Figueroa, quien la conoció, la describe: “Matrona honorable, cristiana práctica “sin ser amiga de devociones que hacen en especial mujeres siendo enteramente supersticiosas”. La señora  Ancona, con ilustración y la educación esmerada que en su tiempo recibió de los sentimientos religiosos que la inspiraban, supo dirigir a la perfección  las piadosas inclinaciones de su hijo, quien desde su tierna edad propendía a la oración”.

Lo cierto es que en los trabajos y escritos el historiador Obispo Crescencio hará referencia a la notable influencia que ejerció su madre sobre él. El nombre de la matrona de los Carrillo y Ancona parece ser Doña Eugenia Ancona, quien fue la madrina de bautismo de Crescencio, pero de la que tampoco nada sabemos.  

Aunque no sabemos con precisión quiénes eran los miembros de la familia apoderada Carrillo y Ancona que dio protección a Josefa Florentina, lo cierto es que hicieron algo diferente al educarle y enseñarle las primeras letras, al grado tal de ser buena en escribir y en materias básicas como eran el español y las matemáticas. Lo que la llevó a obtener y ejercer el título de maestra y directora de una escuela, y que le valió ciertamente, por esos grados de preparación, obtenerla la administración de la pequeña quinta del obispo José María Guerra, ubicado en el antiguo barrio de Santiago en Mérida, donde se habían refugiado tras su salida de Izamal, por las causas bélicas imperantes en Yucatán a mediados del siglo XIX. Josefa murió el 28 de abril de 1864, en la ciudad de Mérida, siendo la viuda, maestra y administradora, roles que había ejercido poco más de diez años.

Su labor como maestra.

Si con ser indígenas la educación se dificultaba, con ser mujer esta dificultad era mucho mayor. La instrucción femenina fue restringida primero siguiendo la costumbre prehispánica enfocada a la capacitación de oficios, y tras la conquista española la asistencia al catecismo y doctrina. A finales del siglo XVIII se hizo evidente el temor de mezclar a ambos sexos en una escuela, dado que aquello pudiera desembocar en “torpezas”, argumento esgrimido que planteo la necesidad de mantener dos escuelas dedicadas a cada sexo.

Sin embargo, la asistencia de niñas a las escuelas se mantuvo, a pesar de las restricciones, aunque en menor número, tratando de evitar la convivencia entre ambos sexos, ejecutando una escuela de niñas bajo la dirección de la esposa del maestro o de alguna mujer del pueblo con alguna instrucción y que fuera de “buenas costumbres”.

En el comienzo del Siglo XIX, aquellas dificultades continuaron para la instrucción femenina, el obispo Carrillo y Ancona al hablar de su madre y consignar su papel destacado en la enseñanza ilustra la situación: “en una época como aquella, la del primer tercio del siglo XIX, que tan atrasada se encontraba en el país la educación de la mujer”.

La palabra mestizo adquiere en ese siglo otro concepto, enfocado a distinguir aquellos sujetos al gobierno y gente pacifica que habitaban en los pueblos establecidos. Siendo clasificada la maestra en ese grupo de mestizos, también portaba el traje de las indias de Yucatán. Hipil con enaguas, con detalles bordados en el cuadro del cuello o en la rueda inferior formaban prácticamente la indumentaria de esta maestra. Debió causar impresiones la imagen de esta mujer que ataviada como era la costumbre de las mujeres mestizas estaba parada frente a un grupo impartiendo las clases e instruyendo a niños de Izamal y Mérida.

Cierto es que esto del vestir no aparece mencionado en los escasos datos biográficos, costa ciertamente que es señalada en ese grupo de mestizos, inferior económicamente y de lazos influyentes, desde luego eso se puede entender en eso que ponen de “humilde origen”, claro está que cuando se le describen los autores cuidan la forma en referirse a esta mujer, que ya no sólo era una maestra indígena del pasado, sino que fue la madre de un gran obispo yucateco, de grandes obras y luces en sus aportes a la ciencia y cultura yucatanense.

Gracias a la inteligencia que poseía la maestra Josefa Florentina, desarrollada por la educación recibida en la familia Carrillo y Ancona tras ser “acogida”, pudo obtener el título de profesora de instrucción primaria, que ejerció en la ciudad de Izamal alrededor de la década de los años 40 del siglo XIX.

“Ella mereció el título de profesora de instrucción primaria, y tuvo a su cargo por muchos años, hasta que estalló la Guerra de Castas, una escuela municipal, distinguiéndose en 1844, 1845 y 1846, cuando se introdujo el sistema lancasteriano en las ciudades de Campeche, Mérida e Izamal”.  Cabe recordar que el método Lancaster o de enseñanza mutua ofrecía ampliar la educación básica en la población a través de su sistema innovador de alumnos monitores sin necesidad de grandes gastos para el erario público.  

Al obtener el mencionado título logró ser responsable de grupo de alumnos en una de las escuelas de Izamal, y como tal debió de percibir un sueldo. En el informe dado sobre la situación del partido político de Izamal tras su recuperación después de pasada la Guerra de Castas, el subdelegado Carlos Buendía,  refiere sobre esta escuela, aunque no menciona nada sobre la maestra directora, y ofrece una breve pero importante descripción a propósito de su funcionamiento, describe: “En punto de escuelas, no hay duda que Izamal había llegado a la perfección; pues estoy cerciorado, a esfuerzos del Ayuntamiento de 1845 había logrado establecer el sistema lancasteriano o de enseñanza mutua, cuyo método, por sus conocidas ventajas, le han hecho adoptar en los países más civilizados”. 

Por ese informe sabemos que dicha escuela se encontraba contigua a la casa consistorial, el llamado edificio del Ayuntamiento, estaba “preciosamente” amueblado para poder ejecutar el modelo Lancaster, y que todo se redujo a escombros “con la irrupción de los bárbaros”, o sea, con la llamada Guerra de Castas. 

El sistema Lancasteriano o de enseñanza mutua fue puesto a practica a principios del siglo XIX por el inglés Joseph Lancaster en México se extendió por el apoyo de la logia del rito escocés “El sol”, con la idea de excluir al clero de la educación de la juventud, pero ante todo, de implantar un sistema laico de enseñanza. Para 1818 se conocen las primeras escuelas en México, pero es hasta una década después que el congreso yucateco decreta, el 29 de marzo de 1833: “establecer escuelas de enseñanza por método lancasteriano” en los partidos de Izamal, Valladolid, Beneficios Altos y Sierra Alta de Yucatán. Para mayo de ese mismo año se decretaba establecerlas cuanto antes patrocinadas por el fondo municipal para amueblar los edificios y prepararlas, en caso extremo pedir ayuda económica a un fondo creado por el erario público para fundar escuelas en pueblos donde conviniere y extender a ellos el nuevo método.  

Todo esto como eco de los impulsos de la Ilustración en pro de hacer llegar los beneficios de la instrucción a todos los grupos sociales y, por lo tanto, masificarla.

Consecuencia de las acciones a favor de la instrucción pública comenzaron los mentores a establecer escuelas bajo la autorización del gobierno. Figuran los nombres de varios maestros (hombres) en este primer momento y solamente figura la maestra Josefa Florentina como maestra (mujer). Pero al paso de los años se irán incorporando maestras como Carlota Irigoyen de Ferriol y Martina Marín, ambas con escuelas de niñas en Mérida, o Juana Palma con su escuela mixta en Motul y otras maestras que ejercían su labor en Campeche, y en diferentes pueblos del Estado.  

El sistema era práctico, un profesor mediante los monitores, alumnos designados por su alto promedio de aprovechamiento, y previa preparación, se impartía la enseñanza a un grupo numeroso de alumnos que podía ascender hasta a 80 infantes y adolescentes. Los monitores llegaban poco tiempo antes que el resto de los alumnos, para recibir previa instrucción del maestro para poderlo apoyar en la clase. Nuevas estrategias se pusieron en juego, se reemplazó el castigo corporal por el moral, como las orejas de burro, el sistema de premios para los de mejores alumnos en cuanto a sus desempeños en la clase. Sin embargo la didáctica fue un aprendizaje mecánico, repetitivo y memorístico. 

Por la referencia del Obispo Carrillo y Ancona sabemos que la maestra Josefa “tuvo a su cargo por muchos años… una escuela municipal, distinguiéndose en 1845, 46 y 47 cuando se introdujo el sistema lancasteriano” es probable que la maestra obtuviera el título de Profesora de Instrucción primaria habiendo ya abierto una escuela donde ejercía su labor. Entre el año de 1845 al 1848, se distinguió por el método Lancaster y fueron sus últimos años en función en Izamal.

Ante las amenazas de la guerra de castas, y tras la posible toma de la villa de Izamal, como en breve lo realizaría Cecilio Chi, el 30 de mayo de 1848, salen caminando rumbo a Mérida Josefa y su hijo Crescencio, dejando en aquella villa los recuerdo de la infancia, y la primera etapa de labor docente de aquella ilustre mujer.

Su hijo escribe: “Aunque muy tierna edad como éramos en tan ácigas circunstancias, acuérdesenos haber  visto empezar a representar  este funesto drama. Pasaron a nuestra vista infantil tristes escenas, escenas cuyo recuerdo vivo y palpitante aún nos hace estremecer.”

La administradora y la escuela de la maestra Josefa en Mérida

Con la llegada a Mérida, la maestra Josefa y su hijo se establecen en la llamada “barriada de Santiago”  osea la parte pobre del barrio, en la esquina oriental una cuadra al norte de la esquina noreste de la plaza. Según el ya citado José Dolores Figueroa habitaron en “una casa construida de palazón y palmas sobre pared de madera tosca, cuyo recinto de piedra seca, cerraba un rectángulo, forma indígena para guarecer en aquellos tiempos las viviendas de la gente pobre de Yucatán”. 

La buena fama de mujer instruida y probablemente el conociendo previo de Josefa por parte del párroco de la iglesia de Santiago el célebre cura Tomás Domingo Quintana Roo, la colocaron en buena posición ocupando la administración de la Quinta de Santiago, perteneciente al Obispo de Yucatán don José María Guerra.

A raíz de la administración se dará una estrecha amistad entre Josefa y el Obispo, al grado que comienzan a fomentar la educación de su hijo Crescencio, quien para entonces estaba cerca de convertirse en el “ahijado” del obispo Guerra .

El cargo de administradora lo ejecutó por diez años sobre la Quinta de Santiago, es probable que llevara un libro de cuentas de la propiedad, ya que las quintas yucatecas eran ciertos terrenos amplios con árboles frutales y casa al estilo veraniego en el cual vivían sus administradores. En el caso específico de la Quinta de Santiago debió ser, probablemente, pequeña en extensión y pegada a los terrenos de los vecinos de aquel barrio. Cuando se daban las cosechas de sus árboles era deber del administrador llevar cuenta de los frutos, realizar sus ventas y cumplir las disposiciones del dueño de la heredad.

En cuanto a su labor como maestra hay constancia de que ser hacer viuda, y carecer de recursos para la educación de su hijo, decidió abrir las puertas de una escuela de paga, para ello: “Intimó con las familias de posición saliente en el suburbio y con el concurso eficaz de éstas abrió una escuela de instrucción rudimentaria, con cuyo mezquino retribución de su laborioso magisterio contribuía al mantenimiento de su familia, escaza de recurso y tan pobre que Carrillo y Ancona (Crescencio) asistía a Catedra de latín, en el comienzo de sus estudios, vestido al uso de los mestizos de la ciudad: camisa y calzón corto y completamente descalzo”.

De esta segunda escuela bajo su fundación y dirección, no parece ejecutarse con el sistema lancasteriano como lo fue en el proceso la primera escuela que sostuvo en Izamal. Pero sin embargo, en el barrio de Santiago se convirtió en un punto referente esta celebre mujer por su eficaz trabajo como administradora y por llevar al frente una escuela de instrucción.

Esta dicha escuela debió de poseerla para el año de 1850 o poco más, quizá también fue mixta en sus alumnos, no se tiene referencia de que hubiera sido de niñas en específico, además la modalidad comenzaba a aceptar la integración como didáctico para ambos niños y niñas. Es probable que, al morir su esposo, se viera en la más encarecida necesidad de buscar la ayuda para sostener a su familia abriendo dicha escuela, puesto que los padres de los alumnos le pagaban a la maestra. En realidad, son escasos los datos e información que se tienen sobre esta escuela, ya que varios cronistas y biógrafos del Obispo Crescencio Carrillo no mencionan nada nuevo, limitándose a repetir lo que ya Dolores Figueroa había escrito.

Intimar en las familias no fue de todo fácil para la maestra Josefa, convencer a los padres de familia enviar a sus hijos a su escuela. No obstante, las consecuencias de la primera etapa de la Guerra de Castas repercutían en Mérida y las opciones no eran muchas; eso y, quizá, el apoyo moral del párroco Tomás Quintana Roo, fueron elementos cruciales para que se lograra su objetivo.

Las actividades realizadas por la maestra Josefa, así como su capacidad para vencer obstáculos le han valido ser señalada como mujer de temple fuerte, y de “excelente madre que, dotada de una carácter noble y varonil, a la par que, de no vulgar talento, ilustración y virtud, supo educar a su hijo”.

El obispo Carrillo y Ancona se refiere sobre ella como una buena madre… “por gratitud y reconocimiento del generoso amparo dispensado a la educación de su hijo, que era todo el objeto de los desvelos y afanes de aquella madre ejemplar”.

Mujer preparada, pensante y maestra debieron ser reconocidos en la sociedad intelectual capitalina de la Mérida de entonces.

Un caso especial lo ofrece el reconocido periódico Repertorio Pintoresco, publicado e impreso en la ciudad de Mérida en 1863, en donde aparece solamente el nombre de dos mujeres como suscriptoras.

Estas dos mujeres son la maestra Josefa Florentina y la segunda Gertrudis Tenorio Zavala. La primera ya entonces reconocida. Mientras que Gertrudis fue toda una intelectual que junto con Rita Cetina y Cristina Farfán serán, años más tarde, las fundadoras de la primera revista en la nación escrita exclusivamente por mujeres con el nombre de La Siempreviva.

Lo transcendental, fundamental y valioso que aparezca estos dos nombres de señaladas mujeres en la lista impresa, destaca y evidencia esa concatenación de la labor de las mujeres intelectuales en la entidad. El paso de la noble tarea de continuar destacando la presencia de la mujer en el área intelectual. La maestra Josefa concluirá su obra con su muerte en 1864, en los albores del florecimiento de reconocidas maestras y mentoras yucatecas.

Cierto el prototipo de mujer responsable y educadora de sus hijos, la madre ejemplar, modelo seguido el modelo para la mujer en el siglo XIX, la verdad es que ella formó parte de un grupo de mujeres intelectuales que se habían de desarrollar tanto como administradores como docentes y directoras de escuelas.

Así como Josefa, otras mujeres existieron en Yucatán y tuvieron un papel relevante en el área intelectual, en las ciencias y en la literatura. Algunas fueron las maestras de los pueblos de las que casi nada sabemos; todas ellas son profundos vacíos en la historiografía regional.

*Historiador. Cronista de Tekal de Venegas.

Presidente de la Unión de escritores comunitarios de Yucatán.

Parte de esta investigación ha sido publicada en el  libro: Las Hijas de Eva, las semillas de una revolución. Georgina Rosado y Rosado, Celia Rosado Avilés y Alicia Canto Alcocer. (Coordinadoras) Universidad Autónoma de Yucatán (UADY). Mérida, Yucatán, 2016.

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