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Organilleros, oficio que se niega a morir en Mérida, Yucatán

Desde hace cuatro generaciones dos organilleros se niegan a dejar morir la actividad, pues la conservan como una reliquia familiar que se trabaja desde hace 130 años
El instrumento ha pasado por cuatro manos y cada generación le enseña a la siguiente
El instrumento ha pasado por cuatro manos y cada generación le enseña a la siguiente / Nery Morales

En las calles del Centro Histórico de Mérida, la música del organillero parecía provenir de una estampa de la capital del México que ya se fue, cuál fiel reflejo de una tradición que se niega a morir, Omar Díaz e Ignacio Ruiz, pulcramente vestidos con uniforme y sombrero color caqui, se turnaban para hacer sonar el instrumento que es una reliquia familiar desde hace cuatro generaciones.

La gente los miraba con curiosidad, algunos los confundieron con carteros, pues son personajes extraños en las calles de Mérida. Con su caja de música, su instrumento musical con un peso de más de 30 kilos, del cual surgen piezas de música popular, rancheras, valses y corridos.

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Ignacio Ruiz, orgulloso organillero, decidió viajar por los Estados de la República para llevar esta música popular que muchos desconocen. Con mucho entusiasmo visita Mérida como uno de sus lugares favoritos, relató a POR ESTO!, que la gente es más amable y cooperativa, además que puede sentirse seguro mientras toca su instrumento en las calles.

Los organilleros surgieron en el país aproximadamente en 1884, pero el instrumento llegó desde Alemania a México como regalo de Porfirio Díaz, por lo que este oficio lleva más de 130 años ejerciéndose, eran vistos mayormente en plazas y ferias hasta convertirse en una figura tradicional en la Ciudad de México, en su mayoría componían canciones de la Revolución Mexicana que narraban anécdotas y sucesos de la época, tanto en su música como en apariencia trataban de relatar hechos que marcaron al país y la sociedad.

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También a manera de imitación de la explotación europea de la época, llevaban siempre un mono en compañía, Omar e Ignacio cargan uno de peluche encima del organillo, pero en los inicios del oficio los primeros organilleros llevaban uno de verdad.

La mayoría de los transeúntes meridanos de la calle 60, cerca del Bazar García Rejón, se pararon a escuchar y observar, los niños y jóvenes preguntaban qué era ese instrumento, apoyado en un soporte recto como pie de madera, mientras el músico daba vueltas a la manivela y tocaba unas teclas.

El instrumento ha pasado por cuatro manos y cada generación le enseña a la siguiente, desde muy jóvenes, hasta que logran dominarlo y arrancarle a la manivela las notas que reviven ese folclor de las calles mexicanas.

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NM

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