El 11 de marzo de 2011 un terremoto de 9.0 grados, seguido de un tsunami con olas de 14 metros de altura afectó Japón, incluida la planta nuclear Fukushima I. El accidente provocó que, sin que pudiera evitarse, enormes cantidades de agua contaminadas con material radiactivo escaparan al Océano Pacífico.
Con posterioridad, ante la necesidad de continuar utilizando agua del mar para enfriar los reactores, se han construido protecciones para impedir que el agua utilizada fluya hacia el mar. No obstante, para disponer de capacidades de almacenamiento se han vertido algunas cantidades previamente tratadas mientras otras se han almacenado, antes de devolverlas al mar.
La postergada decisión de Japón, aprobada por la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA) de verter en el Océano Pacífico esas aguas, paso considerado clave para proceder al desmantelamiento de los reactores y la central electronuclear, ha provocado reacciones y críticas de varios países ribereños del Pacífico, entre ellos la República Popular China. Ante el debate son pertinentes algunas interrogantes: ¿De qué cantidad de agua se trata? ¿Cuál es el elemento contaminante y cuál es su intensidad? ¿En qué lugares y a qué ritmo se efectuará el vertido?
Según el plan, gradualmente serán arrojados al océano más de mil millones 300 mil litros que han sido tratados para separar las sustancias radiactivas, excepto el tritio, un isótopo natural del hidrógeno (también se produce artificialmente), para cuya eliminación actualmente no existen tecnologías.
Según criterios técnicos que no son universalmente compartidos, el vertido de estas cantidades de agua en un espacio de 165 millones de km² que contiene unos 162 millones de kilómetros cúbicos de agua, el 43 % de toda la existente en la Tierra, este proceso si bien no es completamente inocuo, aunque con bajos costos, puede resultar asimilable.
No obstante, el agua contaminada de Fukushima es un residuo nuclear tóxico. Entre los más graves problemas de la actividad nuclear, figuran los residuos de los cuales es imposible deshacerse, debido a que no existen tecnologías para degradarlo completamente y el proceso natural que lo hace, tarda cientos y miles de años. Esa es la razón por la cual los desechos generados por las plantas eléctricas y los reactores destinados a otros usos se almacenan en instalaciones especializadas por larguísimos períodos, lo cual es extraordinariamente complicado, peligroso y caro.
Sin que ello excuse el vertido al mar de cualquier residuo nuclear, incluidas aguas, es pertinente recordar que, en la era nuclear han ocurrido muy pocos accidentes en los cuales escaparan cantidades considerables de sustancias nucleares al ambiente, en cambio se efectuaron alrededor de 2 mil pruebas nucleares, el 75 por ciento de ellas subterráneas y el resto repartido entre la atmósfera y los mares. En ese período la Armada soviética perdió cinco submarinos nucleares, Estados Unidos dos y Rusia igual número.
En la cuestión de la contaminación radioactiva, lo más importante no son los productos naturales que emiten radioactividad, sino su concentración. El más radiactivo de todos los minerales es el uranio que existe prácticamente en todo el planeta, aunque debido a sus bajas concentraciones no daña la salud y provoca eventos nucleares. Una de las excepciones ocurrió en Oklo, Gabón.
En 1972 el físico francés Francis Perrin descubrió evidencias geológicas de que, aproximadamente mil 700 millones de años atrás, en los yacimientos de uranio de la región, naturalmente, de modo casual, se acumularon concentraciones que dieron lugar a reacciones en cadena que funcionaron durante varios cientos de miles de años, hasta que el mineral agotó sus propiedades.
En cualquier caso, el vertido de residuales contaminados al mar es parte de la tragedia generada por el terremoto y el tsunami que afectó a Japón de lo cual es preciso extraer enseñanzas para el manejo de la energía nuclear, aunque útil extraordinariamente peligrosa y generadora de residuos cuya gestión es excepcionalmente complicada.