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En este entrega, Jorge Gómez Barata comparte su opinión respecto a la sustitución al interior de la OTAN en plena guerra en Ucrania
Opinión Jorge Gómez Barata
Opinión Jorge Gómez Barata / Por Esto!

La sustitución de Jens Stoltenberg como secretario general de la OTAN, en medio de la guerra en Ucrania, es una decisión difícil y arriesgada. Entre otras cosas porque aparentemente la organización no tiene nada que ganar y puede perder la difícil cohesión alcanzada en la guerra que libra contra Rusia.

Según lo acordado, el jefe militar de la OTAN, comandante Supremo Aliado en Europa, siempre ha sido estadounidense y el secretario general, europeo. El primero de los jefes militares fue Dwight Eisenhower, comandante aliado en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, y el actual, el general Tod D. Wolters. Entre ambos ha habido 18 comandantes.

Por su parte, los secretarios generales han sido 13, todos europeos. El primero fue el general británico Hastings Ismay, nacido en la India, asesor de Winston Churchill, y el actual, el exprimer ministro noruego Jens Stoltenberg.

En la práctica, el comandante aliado, jefe militar de la OTAN, estaría a cargo de los aspectos castrenses de la organización y, en caso de guerra, de las operaciones militares, lo cual no ocurre ahora porque ni Ucrania es parte de la OTAN ni la entidad está oficialmente en guerra contra Rusia. El hecho que un civil ejerza la dirección de la organización es consistente con el precepto liberal de mantener a los militares separados de las decisiones políticas.

Lo curioso de esta nomenclatura y el gran dilema de la organización es que la OTAN no es una organización europea, sino “atlántica”; ni Europa es colectivamente el miembro más importante de ella, condición que posee Estados Unidos que financia y arma a la organización. Paradójicamente, el secretario general de la OTAN puede ser de un país que no es miembro de la Unión Europea, a lo cual, entre otros, se opone el presidente de Francia, Emmanuel Macron.

Por haber sido designado en 2014, Stoltenberg, cuyo mandato fue prorrogado en dos años sucesivos, ha estado al frente de la organización durante 10 años, lo cual lo ha colocado en el momento de la guerra en Ucrania y de la expansión de la OTAN, en particular con las adhesiones de Suecia y Finlandia. Ante los patrocinadores de la organización, el mayor mérito del Secretario General es haber sorteado exitosamente los desacuerdos circunstanciales y amagos de disidencia de algunos países miembros que, como Turquía y Hungría, han mostrado desavenencias respecto al suministro de armas a Ucrania, algunas sanciones a Rusia y el empleo de las armas avanzadas contra territorio ruso.

En meses pasados se dio a entender que Estados Unidos, una especie de “gran elector”, prefería como sucesora del actual secretario general a la alemana Úrsula von der Leyen, exministra de defensa de Ángela Merkel. La propuesta se ha disuelto no porque le falten méritos y competencias, sino por la cuestión del consenso. Debido al carácter de la organización, que es una maquinaria de guerra, su líder nunca será un pacifista y en las circunstancias actuales deberá ser partidario de Ucrania, pronorteamericano y visceralmente antirruso.

Mark Rutte, ex primer ministro de Países Bajos durante 13 años y con 57 de edad, suena como probable nuevo secretario general de la OTAN. Según trascendidos, Rutte, otanista convencido, cercano a Estados Unidos, y militante de la causa ucraniana, posee credenciales para el cargo.

Aunque según se afirma es un negociador, respecto a Ucrania nunca ha hablado de paz, sino de derrotar a Rusia. Quizás fuera mejor si no hubiera perdedores. Allá nos vemos.

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